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Segunda parte

Libro que estamos comentando: 
Viajes con Charley. En busca de Estados Unidos

Buenos días, lectores viajeros. Nos hallamos inmersos en un viaje que, a ratos, se antoja inabarcable, extenso, en el que si no nos andamos con cuidado, podemos perdernos… Pero, ¿tendría tanta importancia?
Nuestro viaje por los relatos de John Steinbeck (sus anécdotas, sus soluciones prácticas, sus recuerdos, sus observaciones, su sentido del humor…), está plagado de merenderos para detenernos, dejar que Charley salude a matorrales y matojos, hacer café y tomarlo en las escalerillas de Rocinante, escuchar el susurro de los árboles y sentir cómo el sol nos calienta el rostro, mientras en el río saltan las truchas.
Pero… empecemos por los contextos: nos hallamos en 1960, en plena Guerra Fría. Al salir de Sag Harbor, toma una serie de transbordadores para no enfrentarse al terrible tráfico de Nueva York, Steinbeck charla con un joven soldado respecto a los submarinos, con base en New London: “quizá se esté manteniendo la paz del mundo con ese veneno. Ojalá pudieran gustarme los submarinos (…) pero están diseñados para la destrucción (…) su finalidad principal es la amenaza. (…) la luz se oscurece para mí cuando los veo y recuerdo hombres quemados sacados de un mar cubierto de petróleo.” En otro momento, en una conversación con un granjero, se habla del (parece que) famosa leyenda urbana del zapatazo de Jhruschov en Naciones Unidas. (El año anterior, el dirigente ruso había protagonizado un viaje absolutamente loco a Estados Unidos). El país está ante unas elecciones inminentes y polémicas que suponen el término de la era Eisenhower y de las que resultará ganador John Kennedy. “La gente no habla. (…) La gente simplemente no da ninguna opinión. No nos queda nada para seguir… no hay ya ninguna manera de pensar las cosas.”
Otros detalles que quizás podamos enmarcar en los contextos son la percepción, absolutamente lúcida y certera, de Steinbeck sobre la basura, los desperdicios, los plásticos, que los seres humanos producimos. También sobre las tiendas de antigüedades, que proliferan todavía hoy por doquier, la obsolescencia absolutamente planificada, y todo el impacto de estos cachivaches sobre el medio ambiente. Parece que nuestro autor practicaba el arte del reciclaje e intentaba arreglar las cosas, antes de desecharlas (aunque me quedé un poco impactada con lo de las sartenes de aluminio desechables, se cocina, y se tira al mar…).  Las casas móviles de las que nos habla, yo diría que admirado y casi convencido de que podrían ser la solución para las personas que no podían tener casa propia, es un tema también interesante. Mirad este artículo: casas para pobres y negocio de ricos. Las cosas han cambiado bastante para los propietarios de estas casas.
John Steinbeck se queja de que las comunicaciones (la radio, la televisión), están uniformizando el lenguaje, haciendo de este algo insulso y plano (como el pan comercializado), pero a renglón seguido, llega la autocrítica, quizás está viejo y se queja de los cambios, sobre todo si son para mejor. Pero… es una pena perder esas características diversas, los diferentes acentos. Y, por último, está la situación del abandono de los pueblos y de las ciudades gigantescas. Steinbeck parece convencido de que llegará un momento en que este movimiento poblacional se invertirá. ¿Qué pensáis vosotros? ¿Creéis que está sucediendo ya, de alguna manera?
 Continuemos con nuestro autor: a lo largo de estas páginas, se siente solo, desazonado, triste, nostálgico. Se siente mayor, y así lo expresa en varias ocasiones, incluso al principio de esta parte expresa que esa puede ser la razón poderosa de este viaje, no rendirse ante la enfermedad: “Durante el invierno anterior había caído enfermo de bastante gravedad (…) había visto a tantos empezar a envolver sus vidas en algodón en rama, ahogar sus impulsos, ocultar sus pasiones y alejarse gradualmente de su virilidad para entrar en una especie de semiinvalidez física y espiritual. (…) Mi mujer se casó con un hombre; no veía ninguna razón por la que hubiese de heredar un bebé. (…) le gustan los hombres, no los bebés ancianos”.
Steinbeck se educa en una casa con libros, dice haber tenido una infancia maravillosa para un escritor: “en la gran librería de nogal oscuro con puertas de cristal, había cosas extrañas y maravillosas que descubrir. Mis padres no me las ofrecieron nunca y la puerta de cristal era evidente que las guardaba, así que yo hurtaba de allí. Ni se me prohibía ni se intentaba disuadirme para que no lo hiciese”. Y su pensamiento, que es tan moderno y puede ser tan contemporáneo: “Hoy pienso que si prohibiésemos a nuestros hijos iletrados tocar las cosas maravillosas de nuestra literatura , quizás pudieran robarlas y descubrir un gozo secreto”. (Este pensamiento se lo escuché hace como veinte años al gran escritor de literatura infantil Emili Teixidor; el sostenía que los bibliotecarios, que los profesores, tenían que introducir los libros en cajas y ponerles etiquetas: Prohibido tocar, prohibido abrir, prohibido leer). ¿Qué pensáis sobre esto?
Pero sigamos, sigamos, con nuestro autor, y es que en estas primeras páginas, se describe, obedeciendo el mandato de Joseph Addison. Y es que… ¿tenemos tanta curiosidad por saber quién es y cómo es el autor del libro que estamos leyendo en cada momento?
Charley, caniche gigante francés, caballeroso y viejo,  es un excelente compañero para John, porque propicia encuentros y conversaciones irrepetibles, como con los francocanadienses recolectores de patata en el condado de Aroostok, Maine; pero también le causa más de un quebradero de cabeza (¿recordáis el encontronazo con la perra de Pomerania y su dueña, en un merendero? ¿Os acordáis del conflicto de las fronteras y aduanas, en las Cataratas del Niágara, a cuenta de Charley y una vacuna contra la rabia?)
Otro aspecto, tratándose de John Steinbeck, que habría que tratar, sería la creatividad. Las descripciones del motel fantasma, de los colores del bosque, de la habitación del hotel de Chicago, donde investiga la identidad y la historia de Harry el Solitario, y donde nos da una pista sobre cómo se documenta (también lo hace cuando nos cuenta cómo va a los bares, a las iglesias, a los restaurantes de carretera, cómo se acerca a los camioneros…).
Termino esta (me temo) larga entrada con la mención a los mapas, a los viajes, a los viajeros. “Hay gente de mapa que goza prodigando más atención a las hojas de papel coloreado que a la tierra coloreada por la que están pasando. (…) Hay otro tipo de viajeros que necesitan saber sobre el mapa en cada momento dónde están exactamente, como si las líneas negras y rojas, las indicaciones punteadas y el azul desvaído de los lagos y los sombreados que indican las montañas proporcionasen algún tipo de seguridad. (…) Yo nací perdido y no me causa ningún placer que me encuentren, ni me siento demasiado identificado con los contornos que simbolizan continentes y estados”.
Los paisajes, el humor, los encuentros con personas de todo tipo, el alcohol, la caza, los artilugios prácticos que inventa… ¿qué os ha llamado la atención? ¿Qué habéis anotado en vuestro cuaderno de viajes?
Parafraseando a Steinbeck (permitidme la odisea) esta ha sido mi lectura, pero no es la única, ni la verdadera. Hay tantas lecturas como lectores, todas válidas, todas verdaderas. Aguardo las vuestras, y vuestros tesoros (recursos, reflexiones, citas…).
Salud y largo viaje, lectores.  
P.D. la imagen la he tomado de aquí.

Otoño en los bosques de Vermont