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Primera parte: Estados Unidos

Libro que estamos comentando: 
Una historia propia

Queridas viajeras, queridos viajeros:

En este mes de diciembre vamos a abordar la lectura de Una historia propia, de la escritora de novelas policíacas Donna Leon. La autora, que acaba de cumplir ochenta años, hace un viaje retrospectivo por los escenarios de su vida, los lugares en los que vivió, los trabajos que realizó, su familia, amigos, compañeros... y nos lo cuenta en este libro de pequeña extensión que se divide en cuatro partes. Esta semana, comentamos la primera: Estados Unidos.

No sé mucho sobre los genes ni su estructura; en cambio, sé que el carácter de los hijos a menudo se parece al de los padres. A veces la depresión viene de familia, ¿no? ¿Por qué no también la felicidad? Mi madre era una persona feliz, y mi hermano y yo tendemos a estar alegres, siempre ha sido así. Mi padre solía tener una actitud positiva hacia el mundo, pero a ella nunca le faltaba una lista interminable de cosas que la hacían feliz.

Como he dicho, supongo que mi hermano y yo hemos heredado nuestra falta total de ambición de ella, que solo quería divertirse, pasar por la vida descubriendo cosas nuevas, aprendiendo qué le interesaba y qué no, yendo a sitios desconocidos. En consecuencia, yo he vivido mi vida sin tener un trabajo de verdad ni contratar un plan de pensiones ni instalarme en un lugar concreto; en cambio, me he divertido sin medida. Si el hecho de que su hija fuese tan poco seria le preocupaba, jamás dio señales de ello.

En estos primeros capítulos, Leon se nos revela como una mujer divertida, valiente, centrada en el presente y en el aquí y el ahora, bastante peculiar y excéntrica. Nos habla mucho de su madre, que era todo un personaje: mujer de carácter dulce, cocinera de repostería, odiaba las verduras, la pasta, el ajo. Siempre quería ver flores a través de sus ventanas y en su propia casa. Por Halloween disfrazaba al perro de la familia de lo más variopinto: león, elefante, animadora. Una gran lectora, llevó a la pequeña Donna a la biblioteca un día que esta le confesó que se aburría. Nunca jamás volvió a aburrirse.

Del abuelo alemán, el padre de su madre, aprendió lo que era una granja, el contacto con los animales (aunque el pobre abuelo le pareciera un monstruo en la época de la matanza del cerdo), el trabajo duro y las clases sociales: a los jornaleros que contrataba, personas sin hogar y alcoholizadas, los trataba con equidad y compasión. Pese a que no podían beber ni escaparse, desde Nueva Jersey a Nueva York, estaban deseando quedarse todo el mes en la granja, trabajando para el abuelo.

La ópera es uno de sus grandes amores, la descubrió con Tosca. También lo es la música clásica, desde hace años está muy implicada con la orquesta de música barroca Il Pomo d’Oro, para la que sugiere cantantes, hace labor de relaciones públicas y con la que está en las pruebas, grabaciones y los estrenos.

Me ha llamado mucho la atención la reflexión que hace sobre la música:

Aparte de las veces que pongo un disco o voy a un concierto en directo, cada vez escucho menos música, tal vez porque quiero que, al menos en mi vida privada, no se convierta en ruido de fondo. Mi deseo es escucharla, estar en sintonía con el vínculo viviente que existe entre los músicos y el público. No quiero oír música como telón de fondo de una conversación, del mismo modo que no quiero conversar durante una función de Coriolano. A la ópera no voy a hablar y no me pongo a leer mientras escucho Semiramide. Suficiente tenemos con las fusiones en gastronomía

La música no cambiará el mundo; escucharla tampoco. No lo ha conseguido en el tiempo que ha transcurrido desde que nuestros antepasados se acuclillaban alrededor del fuego a cantar. No obstante, puede cambiarles la vida a las personas a base de elevar la conciencia y la imaginación del oyente. Y me parece que eso es algo muy poderoso.

¿Sois de la misma opinión? Hace poco he escuchado a un cantante que decía que vivía la música ambiental (restaurantes, tiendas, ascensores... ) como una agresión. Él no había elegido esa música, entonces, ¿por qué tenía que escucharla, por qué tenía que entrometerse en su conversación, en sus pensamientos?

Donna Leon publicó su primera novela, Muerte en la Fenice, de la saga del comisario veneciano Brunetti, con 48 años y, durante décadas, vivió en Venecia, negándose a que sus obras se tradujesen al italiano... quería defender su intimidad. Ahora vive en Suiza, no ha resistido las hordas de turistas, la masificación que destruye la ciudad que ella tanto ama.

En fin, en esta primera parte se nos presenta la infancia de Donna Leon, una infancia feliz y peculiar, pues todas las familias tienen sus propias rarezas (sus tres tías solteras que vivían en una gran casa, jugaban al bridge y hacían trampas, pese a que luego eran muy generosas; su tío el fontanero que quiso ser agricultor y no fue feliz hasta que lo consiguió... misterios de familia, nos dice).

El funcionamiento de la memoria es algo muy extraño, ¿verdad? ¿Nos acordamos de las cosas porque nos las han contado tantas veces que se han convertido en realidad a la fuerza?

La prosa es sencilla y la narrativa muy fluida, atravesamos los cortos capítulos casi sin darnos cuenta. En la segunda parte nos echaremos a la carretera con Donna Leon para descubrir en qué otras partes del mundo ha vivido. Y qué extraños oficios ha desempeñado. 

Algunos enlaces:

¿Habéis leído alguna novela de la saga de Donna Leon?

Contadme, contadnos, lo que gustéis. Vuestro turno, compañeros de viaje. 

La gota de sangre, Anna Ballabriga. Zenda.