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UN PEZ QUE VA POR EL JARDÍN, y 4

Libro que estamos comentando: 
Un pez que va por el jardin

 
UN PEZ QUE VA POR EL JARDÍN, y 4
 
Estimados Atrapaversos, esta semana terminamos la lectura del poemario con el apartado VII, en el que al igual que comentábamos en los apartados anteriores, también tiene una unidad temática: el jardín.
Como hemos ido viendo, todo el poemario destila equilibrio, regularidad: en él hay siete apartados de seis a ocho poemas cada uno. Y cada apartado guarda una coherencia temática —arte, otoño, muerte, naturaleza…—, que en el séptimo se concluye en la figura del jardín.
¿Qué puede significar el jardín en este contexto? En primer término, se identifica con un lugar de meditación, al igual que lo es desde antiguo para las personas retiradas del mundo. Y estas reminiscencias clásicas, nos llevan también a identificarlo con el amor, el lugar de los encuentros entre amantes. Recordemos, por ejemplo, el jardín en el que se encuentran Calisto y Melibea de La Celestina, o Romeo y Julieta. Es pues un lugar apartado para el propio disfrute.
En el bello poema que da título al poemario Yo soy un pez, un pez que va por el jardín (p. 111) el poeta se identifica con un pez, un pájaro y un árbol; es uno en el jardín con todo, y a la vez se siente singular, precisamente al experimentar la angustia, esa emoción que difícilmente le otorgamos a los animales y las plantas.
Asimismo podemos interpretar que el jardín es la propia vida. De este modo, el contraste que existe entre un pez, que vive en el agua, pero que anda paseándose por el lugar nos induce a pensar que hay una pieza que falta o desentona en la comprensión de la existencia. Tal vez sea eso lo que el yo poético intenta explicarse en esta meditación-paseo a lo largo de todo el poemario: una búsqueda de sentido de la propia existencia. Tú lo contemplas todo / sabiendo que eres parte / de un juego siempre nuevo, nos dice en el poema Llega la ola y choca, de la página 121.
Y para cerrar este abanico que despliega el poeta a propósito del jardín, en el último poema, Vas recorriendo a solas (p. 123) leemos que el jardín es ese mundo vivido desde el yo poético: que no hay diferencias entre el jardín y tú. Para terminar con una bellísima imagen, en la que se desprende que es la propia escritura quien le acompaña y consuela en el paseo de la existencia, pero que a partir de cierto punto (el punto final del poemario precisamente) la vida continúa y la escritura se detiene: Y te vas alejando, tanto que, ya incapaz el verso de seguirte, se detiene.
Pienso que a cada cual nos va a dejar un poso particular la lectura atenta de este poeta, sutil y profundo a un tiempo.
 
Al igual que la semana pasada os propuse una lectura especial sobre las diferentes personas desde las que se dirige el poeta en el texto, hoy quiero hacer mención a un par de recursos retóricos que ha utilizado el autor.
Aunque no encontramos rima —el rastro de ritmo más evidente que se puede ver en los textos poéticos—, observamos que sus poemas tienen una regularidad en la longitud de los versos, y que además no tienen encabalgamientos marcados: todo va a un ritmo de paseo (el jardín viene de nuevo a nuestra mente), sus frases son sencillas y sin alteraciones de sintaxis. En este sentido podríamos decir que hay un cierto clasicismo, una arquitectura equilibrada en su construcción de los versos. (Según os lo escribo, me doy cuenta de que José Corredor-Matheos ha sido jefe de redacción de la revista Cuadernos de Arquitectura, así como asesor artístico del Colegio de Arquitectos de Barcelona.)
Veamos algunos ejemplos rítmicos. En el poema Hace crecer los árboles (p. 51) que trata sobre Las constelaciones de Joan Miró, encontramos una enumeración en heptasílabos (siete sílabas por verso):
 
Hace crecer los árboles,
da cuerda a las estrellas,
convoca a las hormigas,
despunta las espadas,
da rienda suelta al sueño.
 
También utiliza en varias ocasiones el recurso conocido como anáfora y que consiste en la repetición de una palabra o varias palabras a principio del verso. Por ejemplo, en el poema de la página 111 en el que repite: soy un pez - y soy también un árbol - soy un pájaro; y en el que además para terminar ofrece una conclusión sobre lo que acaba de enumerar: ¿Por qué si soy un pez, un pájaro y un árbol. Una estructura de repetición que de manera sutil aporta bastante ritmo a la composición.
Otro ejemplo de anáfora lo encontramos en la parte central del último poema, página 123, en el que leemos estos cuatro encabezamientos de frases: ¿Qué puedes esperar – Que las hierbas – Que la luna – Que no hay diferencias.
 
Si volvéis sobre el poemario desde el principio, os sugiero que lo hagáis desde este ángulo para encontrar repeticiones, paralelismos, ritmos; en definitiva, para disfrutar de todas los indicios métricos que encierra el texto.
Me encantará leer vuestros hallazgos. Y deseo que esta nueva aventura os resulte interesante. Ampliar las perspectivas desde donde miramos el hecho poético siempre enriquece nuestra percepción y amplía el disfrute de la lectura.
 
Esta semana me despido con un poema de la antología que el autor tiene publicada para niños con la editorial El Jinete Azul titulada ¿Sabrá volar el mar?
Es un libro precioso, ilustrado por Noemí Villamuza, y del que quisiera ponerlo aquí entero…
(Está lloviendo detrás de mis cristales mientras os escribo).
He abierto el libro al azar, y (sin hacer trampas, lo juro) este es el poema que ha salido:
 
 
La lluvia es una de las cosas que más me gustan en este mundo.
 
Lo que más me gusta de todo es el mundo.
 
Ahora, como llueve en el mundo, estoy contento de verdad.
 
 
Feliz lluvia, feliz vida, felices versos,
Estrella Ortiz
 
 
P. D.: Nos vemos, si es de vuestro gusto, en la próxima lectura: Cómo guardar ceniza en el pecho de Miren Agur Meabe. Bien interesante, por cierto.