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2ª parte. Hasta el capítulo 29.

Libro que estamos comentando: 
Un bien relativo
Maite ya lo tiene decidido. La forma de acabar con el estado depresivo de su hija Mariola es conseguir que tenga un hijo, algo largamente deseado por toda la familia. "Maitechu, ... tú crees que a Mariola le iría mejor con un niño, y seguro que tiene razón", así de frío y de claro lo dice su marido Jaime. Y para conseguirlo no piensa intimidarse por ningún obstáculo. Los de Beaumon están acostumbrados a coches con chofer, comidas en Jockey, chalet en la sierra y vacaciones en San  Sebastián. Sin consultarlo con su hija ni con su marido, llega a un acuerdo con sor Julia por el que pagará un millón de pesetas de 1980 para conseguir inscribir legalmente como su nieto a un recién nacido de una madre que no quiere tenerlo.
 
Maite, la señora de una familia burguesa de banqueros, utiliza sus contactos y desarrolla la estrategia para evitar que se destape lo que, años después, será un escándalo a nivel nacional, la venta de bebes recién nacidos utilizando los servicios y la intermediación de las órdenes religiosas que, como es el caso en esta novela, gestionaban los departamentos de ginecología de hospitales y clínicas, sobre todo de Madrid.
 
Todo se desarrolla dentro del secretismo del ámbito familiar; ni siquiera el marido de Mariola ni su familia han de estar al corriente  de las artimañas que se planean para lograr que el bebé, que nacerá en una familia humilde y con pocos recursos, sea inscrito como propio. No quedará ninguna constancia en los archivos de la clínica de Nuestra Señora de las Nieves de que Inmaculada haya dado a luz en esa institución; por el contrario, será Mariola de Beaumon la que figurará como madre de un niño nacido un 23 de agosto de 1980. 
 
En algún momento de la novela se expresa con claridad que esto no hubiese sido posible si el médico, la matrona, la enfermera y los responsables de la institución no hubiesen colaborado en llevar a buen puerto la operación y ocultar los detalles de ese delito.
 
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Reivindicación delante del Ayuntamiento de Cádiz.
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En la novela no se ha precisado hasta este momento los motivos por los que sor Lucía se hubiese convertido en la mediadora o la facilitadora de toda esa operación. ¿Sor Lucía había creado, con su reconocida eficacia, toda esta estructura en beneficio propio? Todo apunta a que no. La unidad económica de la Guardia Civil no descubre en su poder ni una peseta de todas las cantidades que recibía de las familias receptoras de los bebés. Ese dinero sirve para crear en la clínica un servicio de ginecología con aparatos a la altura de los mejores hospitales públicos.
 
No lo sabemos todavía con certeza, pero creo que en el espíritu de sor Lucía primaba el afán de lograr el reconocimiento, tanto a nivel público como privado, y el orgullo por realizar a la perfección su trabajo. ¿O la clínica y sus responsables reciben algo de las cantidades que se entregan? Veremos, pero esto no puede ser solo un trabajo altruista.
 
No sabemos tampoco si Mariola será capaz de guardar el secreto o de asumir la responsabilidad de lo que está a punto de ocurrir. Tiene que cumplir con todos los detalles de la estrategia que ha diseñado su madre: simulación del embarazo en el vestido, no beber alcohol ni fumar, comunicar su embarazo a sus amigas ocultando su presencia en los últimos meses del supuesto parto. A veces da a entender una cierta desconexión con la realidad, como si hubiese perdido la conciencia de que el bebé lo va a parir otra mujer por ella.
 
En la familia de Inmaculada la llegada del bebé se produce en el peor momento posible: con el dinero justo para llegar a final de mes, con Conchita supliendo en las casas en las que va a limpiar la presencia de su madre y abandonando el instituto y con Inmaculada recibiendo las cada vez más violentas palizas de su marido. Entre el embarazo y los moratones, Inmaculada acepta la proposición de sor Lucía y pacta con ella la entrega de su bebé cuando dé a luz.
 
Para ella la vida va a cambiar: dejará de trabajar por horas en las casas, recibirá un sueldo por hacer un trabajo cómodo en un monasterio y, lo que es más importante, a Camilo, su marido, le han "aleccionado" para que cambie su actitud hacia su mujer. La autora solo manifiesta la conformidad de Inmaculada para entregar a su hijo. No lo hace por dinero, lo hace para dar a su hijo una vida mejor y también al resto de su familia.
 
Treinta y cinco años después la teniente Blecker y el cabo Cano tratan de desentrañar todo el misterio que rodea a la figura de una monja triunfadora, como lo fue sor Julia, sin intuir todavía la oscura trama que sucedía en la clínica en los años 80. Ambos agentes muestran una compenetración y una facilidad para encajar en su trabajo, a pesar de lo poco que se conocen, que desafían todos los tópicos del género. Se muestran respetuosos cada uno con el otro, aceptan las órdenes que a las que les obliga el escalafón, trabajan casi siempre juntos y los dos, con sus aportaciones, ayudan a desentrañar con acierto los detalles del caso. Cano es metódico y detallista, mientras Blecker aporta su gran capacidad para elegir  qué es lo importante entre toda la paja que rodea el secretismo alrededor de la figura y el trabajo de sor Julia. Demuestra una lucidez tan asombrosa que parece que siempre hubiese trabajado pateándose la ciudad, en vez de ser una recién llegada desde La Haya. La autora continuamente tiene que poner en su boca cómo eran las cosas en 2015 en España en relación con la Europa de las instituciones comunitarias que acaba de dejar atrás. Y, aunque sabemos pocos detalles de su vida personal, algo que la autora tendrá que desarrollar en posteriores novelas si quiere dotar a la pareja de realismo y humanidad, nos sorprende que continúen tomando cafés juntos o compartiendo cigarrillos en las terrazas de los bares.
 
Es de suponer que todo se desarrolle de la forma que sor Julia ha planeado; nacerá el bebé y será entregado a los Beaumon, pero ¿qué hizo sor Julia para morir una tarde en los caminos de San Lorenzo de El Escorial?
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