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4ª parte. Hasta el final.

Libro que estamos comentando: 
Un bello misterio
Hay que esperar al final del libro, cuando llegamos a los AGRADECIMIENTOS, para entender en toda su extensión uno de los detalles que aparecía de forma recurrente a lo largo de los capítulos de esta novela de Louise Penny. Me refiero al entusiasmo casi místico que muestra la narradora cuando escuchan los cantos de los monjes, más concretamente su canto llano o canto gregoriano. Ese fervor lo trasmite también el inspector Gamache: "En cualquier caso, Reine-Marie, escuchar esos cantos extraordinarios en directo ha sido hermoso. Asombroso..... Ha sido mágico. Ójala lo hubieses visto".
 
La autora lo explica perfectamente con esta frase: "Quería explorar este bello misterio, el misterio de cómo bastan unas cuantas notas para transportarnos a otro timepo y otro espacio.... Y en el caso de este libro quería explorar el poder de los cantos antiguos. El canto gregoriano."
 
Al final ocurre lo que sospechábamos, que el gregoriano tenía una conexión directa con el asesinato del hermano Mathieu. ¿Cuál, si no, podía haber sido la causa de su muerte? ¿Una velada relación amorosa y homosexual, como se insinúa cuando el hermano Simón confiesa las últimas palabras que escuchó de boca del monje fallecido. "Homo"? No parece suficiente que esa palabra, la que un monje dice cuando sabe que va a morir, pueda justificar una posible confesión de una relación homosexual.
 
Pero más sorprendente es el giro que plantea la autora para que "homo" encaje en el relato de los últimos momentos de la vida del hermano Mathieu. Lo de "Ecce homo" (Las palabras pronunciadas por Poncio Pilato, el gobernador romano de Judea, cuando presentó a Jesús de Nazaret ante la muchedumbre, que reclamaba su muerte, mientras que él se lavaba las manos, o sea, eludía su responsabilidad), parece muy cogido por los pelos.
 
La misma escena final, en la que se decubre quién es el culpable de la muerte del prior, está llena de trampas que alargan innecesariamenente el momento. El hecho de relatar los movimientos, las expresiones y los pensamientos de todos los que se encuentran en ese momento en la iglesia de la abadía y ocultar en el texto el nombre del culpable hasta que ya no se puede retrasar más, es una técnica que utiliza para generar tensión e intriga en algo que los lectores llevamos esperando desde hace muchos capítulos.
 
Esta estratagema la utiliza varias veces a lo largo de la novela. Por ejemplo, cuando llega el fraile dominico, el hermano Sébastien. Desde que se oyen en el silencio de la noche, cuando la congregación se encuentra reunida en uno de sus oficios nocturnos, los golpes en la puerta, la autora dedica más de diez páginas a escenificar la sorpresa y el temor de los hermanos ante la llegada imprevista de una persona que, sólo cuando ha  traspasado el humbral de la puerta, descubrimos que es un fraile llegado desde Roma y perteneciente a la temida Congregación de la doctrina de la fe. La Inquisición había sido la causante de la huida de la orden desde Francia al Canadá hace cientos de años y la presencia de ese monje, en ese preciso momento, levantaba muchas sospechas y temores al conocerse si había llegado por la muerte del prior o para continuar con la investigación que la institución había abierto hace años sobre la Orden gilbertina. El hermano Sébastien no confirma el motivo de su viaje, aunque deja abierta la sospecha de que cualquiera de las dos razones podrían justificar su presencia en el monasterio de Saint-Gilbert-Entre-les-Loups. En realidad es otra pista falsa (otra más); el dominico ha llegado en búsqueda del libro que guardan en el monasterio y que acredita la estrema calidad del canto gregoriano de ese monasterio.
 
¿Álguien se acuerda de otras pistas que también estuvieron moviendo la acción hacia mitad de la novela? Me refiero a la búsqueda de una habitación secreta y de un tesoro traído por dom Clement cuando la orden llegó desde Francia. Si esa creencia era algo más que un chismorreo en el día a día de la congregación,ninguno de los monjes podía sospechar que el tesoro fuese el libro con las primeras notaciones del canto gregoriano.
 
En la resolución de la muerte del prior, la autora juega con establecer una disociación entre lo que los lectores sabemos, después de seguir todos los pasos de la investigación que los policías han ido realizando, y lo que el inspector Gamache ha ido deduciendo en base a la misma investigación que han relizado los policías desde que llegaron al monasterio. Si los policías han ido elaborando sus propias conclusiones, posiblemente se deba a su experiencia, su inteligencia o su profesionalidad. 
 
El abanico de los posibles culpables del asesinato, ya lo habíamos comentado en semanas anteriores, se reducía a unos pocos frailes: el abad y los hermanos Simon, Antoine, Luc o Bernard. Y ninguno más, según hemos ido avanzando en la lectura. Pero la confirmación de Gamache de que ya sospechaba que el culpable era el hermano Luc parece basrse en sospechas no muy fundadas. De hecho Gamache tuvo que urdir la escena final con toda la comunidad reunida en la iglesia para conseguir que el culpable se autoinculpase. Reconoce también que, de no haber sido así, se hubiera marchado poco después sin continuar con la investigación.
 
La otra trama paralela de la novela, las relaciones y las disputas entre los tres policías que se reunen en el monasterio, parece especialmente dedicada a los lectores fieles de la serie de Gamache. Ellos habrán entendido mejor la fragilidad del estado mental de Beauvoir, su enfrentamiento final con Gamache y cómo afectará la vuelta por separado a Montreal de los dos compañeros a su vida personal y profesional.