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Libro que estamos comentando: 
Un año en Provenza

Queridas viajeras, queridos viajeros:

Continuamos nuestra estancia en Provenza, a los pies del Luberon, con Peter y Jennie. Con la llegada del buen tiempo los temores del matrimonio comienzan a hacerse realidad... y es que empiezan a aparecer invitados deseados y no tan deseados, que se suman a los personajes peculiares que viven o transitan por el sur de Francia.

Al igual que los hermosos paisajes, la gastronomía (tan deliciosa que es conveniente leer después de comer), el sol o los aromas del campo, las personas que se asoman a la vida de Peter y Jennie son, verdaderamente, extraordinarias. Por ejemplo, tenemos a Tony, el ocupadísimo ejecutivo que ha ido a comprarse una casa y se cree más listo que nadie. Haciendo alarde de ostentación y contactos, Tony pasa por la Provenza como un elefante en una cacharrería. Menos mal que al final, tras el vergonzoso episodio con la agente inmobiliaria, la casa que decide comprar está lejos, muy lejos, de la de Peter... ¿Será lo suficientemente lejos?

Está también ese matrimonio que vende alfombras... y que siembran el camino de ellas, mientras uno de los perros se aposenta en una. O el amigo de París quien, condescendientemente, mientras disfruta de la hospitalidad del escritor, cuestiona el lugar y la ocupación: ¿no os aburrís?

Como para aburrirse con tanto ajetreo y anécdotas: el robo del buzón, los conejos de Faustin, las advertencias contra los recolectores de cerezas, el vendedor de seguros que pretende que adiestren a los perros y los vuelvan más feroces, Bernard el pisciniste que acaba de llevarles un sofá flotante con apartado para las bebidas, Massot que siembra su propiedad de carteles avisando de las víboras y que ofrece consejos al peso a Peter...

El humor se intensifica en estos capítulos; Peter y su esposa deciden sacar las bicis y se embarcan en una aventura de dieciséis kilómetros que consiguen acabar, doloridos el cuerpo y el orgullo ante el viejo ciclista sesentón que los adelanta sin esfuerzo y es capaz de hacer más de cincuenta kilómetros al día. Es también notable todo lo que nos cuentan sobre las casas y las trampas de vendedores y compradores (con la aquiescencia de los notarios) para pagar menos impuestos (¿qué es eso de que el notario se va al baño y así no se entera del dinero que pasa, de mano en mano, bajo cuerda y más negro que la pez?); muy divertida la categorización del comportamiento de las bellezas estudiantiles en los cafés de Aix, en apenas cuatro pasos, estas beldades llaman la atención de la parroquia al completo, y lo hacen, por supuesto, de la forma más chic y elegante. Y, absolutamente tronchante todo lo relacionado con los besos, los saludos y la conversación. Parece ser que por eso no tienen aerobic. Vaya un lio con los besos, yo había pensado siempre que en Francia eran tres, pero se ve que depende de la región y de la clase social.

Aún están de obras, por un lado, el filósofo Monsieur Menicucci les va a poner la calefacción, y vuelve la cuadrilla de obreros a arreglar las habitaciones... les aguardan meses de obras, con la casa patas arriba. Más allá de los que van y vienen, o se asoman un día o unas horas, están los que se quedan varias noches como el joven matrimonio formado por Ted y Susan, que aparecen de improviso y ella, la pobre, lo pasa fatal, todo le sienta mal, el calor, el sol, el agua, la mantequilla... O esos otros invitados a los que no nombra específicamente, pero con los que sólo coinciden en las visitas a los mercados en domingo. Los mercados, los cafés y los restaurantes, con esos alimentos tan frescos y apetitosos y esas elaboraciones tan bien logradas, son una continua tentación. Ellos, los ingleses, se han empezado a obsesionar con la comida tanto como lo están los franceses.

Todo parece tan idílico... ¿verdad? Y, sin embargo, cuando se encuentran con los estudiantes australianos que han trabajado en la recolección de las cerezas, vemos las dos caras de una misma moneda:

“hablábamos de dos países distintos”, “ me deprimió oír condenar de un modo tan tajante el lugar que yo amaba”.

Cuán diferente puede resultar un lugar según la experiencia y circunstancias que se vivan en él. ¿Habéis vivido alguna situación similar?

Está claro que Peter y Jennie se adaptaron estupendamente a la Provenza y, por más que amigos y conocidos no lo entendiesen del todo, o que el turismo, con la llegada del verano, fuese una amenaza a su tranquilidad (lo del picnic de los suizos en su casa es tremendo), ellos no querían moverse de allí, de su casa, de ese pedacito de tierra en el que tanto disfrutaban de la vida.

“nos habían dicho que julio y agosto eran los dos meses en que los residentes más sensatos abandonaban Provenza para instalarse en algún lugar más apacible y menos concurrido como París. Nosotros no.”

Sabemos que, en un futuro no muy lejano (más allá del libro) Peter y Jennie se marcharon de la Provenza, vivieron una temporada en EEUU, y volvieron... pero a otro lugar. Debió de ser un verdadero infierno hacerse tan famoso con el libro, imaginaos las visitas... 

Algunos enlaces:

Vuestro turno, ¿nos leemos?

(Foto del Luberon: by J.M. Rosier. Foto de Aix De Ladislaus Hoffner - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, )