La trilogía de Nueva York, II
Hola a todas y todos, seguimos con la lectura de La trilogía de Nueva York, y esta semana terminamos con el primero de los tres libros que componen la novela, se trata de "Ciudad de cristal". Es decir, para esta semana os invito a leer desde el capítulo siete hastta el 13, en mi edición: páginas 61 a 153. Normalmente habría leído algo menos siendo la segunda semana, pero pienso que la lectura es sencilla y te mantiene atrapado.
ESTA SEMANA
Mientras va avanzando la historia y vemos a Quinn actuando como Auster-detective, nos vemos enredados en otros laberintos de espejos: continúan apareciendo reflexiones acerca de la identidad, algunas muy evidentes: como cuando Quinn y Auster se encuentran (autor y personaje, igual que ocurre en Niebla, de Unamuno) y resulta que Auster tiene un hijo que se llama Daniel, como Quinn, Daniel Quinn, al fin y al cabo uno puede pensar que los personajes que crea un autor son una especie de hijos, ¿no?; y otras algo más turbias y fascinantes: como ese vaciado del personaje, esa transformación que le hace irreconocible para sí mismo, que ya no es, de hecho que nada que lo perfila (su casa, sus cosas, sus libros, su mesa de escribir...) están, son, y por lo tanto él queda completamente desdibujado.
Por otro lado hay un momento muy interesante, cuando Auster y Quinn se toman esa cervecita y él le habla del Quijote y de una teoría suya bastante estrafalaria en la que sale a colación el juego de espejos de Cervantes con Cide Hamete Benengeli y la posible creación a varias manos de ese manuscrito dictado y escrito por los únicos que han podido vivir de cerca las aventuras y desventuras del Caballero de la Triste Figura. Es una teoría verdaderamente absurda pero que, de alguna manera, parece tomar cuerpo en este libro en el que estamos leyendo y en el que parece que hay un escritor (Quinn; pero también Auster) que tiene un personaje (Max; pero también Quinn) que queda abandonado (Max ha debido morir en algún momento, dice Quinn; igual que vemos cómo queda abandonado a su suerte Quinn). Es un fascinante juego de doble espejo, ¿no os parece? Esta idea de vinculación con el Quijote se ve también con el manuscrito encontrado (tópico literario, por otra parte) que finalmente toma cuerpo en este mismo libro (en sus últimos párrafos); o con la aparición del autor como personaje (como Cervantes, como Auster).
Por otro lado el caso de detective parece cambiar el foco: no parece que el centro de la novela sea todo el asunto de Stillman, aunque de eso nos damos cuenta un poco más adelante, sino la búsqueda de algo más inasible, más complejo, más escurridizo: la propia identidad, que no es otra cosa que el relato que nos contamos de nosotros mismos, pero tratando de entenderla desde el laberinto de espejos que propone esta novela.
Más allá de estas reflexiones que van cosidas a la historia, me encantan los encuentros entre Quinn-falso Auster y Stillman padre; me maravilla ese escribir siguiendo las líneas marcadas por los paseos; me golpea la obsesión del protagonista por su empeño y su entrega completa y absoluta (e inútil, todo hay que decirlo).
En fin, una novelita maravillosa que, espero, os haya regalado muchos buenos ratos.
¿Qué os ha parecido a vosotras y vosotros?
Os leo en los comentarios,
saludos cordiales,
Pep Bruno