Hasta el capítulo 7, incluido
Queridas viajeras, queridos viajeros (¿o debería llamaros cicloturistas, como lo era nuestra Dervla Murphy?):
¿Qué sensaciones os está dejando nuestro viaje lector?
Esta semana continuamos a toda máquina desde Kabul (Afganistán) a Peshawar (Pakistán); esto es, leemos y comentamos desde el capítulo 4. Un culatazo desafortunado al capítulo 7. Un desencanto (incluido).
Continúa la aventura de Dervla, una aventura en la que no faltan el dolor, los accidentes, el frío, el hambre, el temor ante quedarse sola con algunos hombres (o, en su caso, la precaución), y el paisaje que la rodea y la deja boquiabierta, sintiéndose muy pequeña ante tanta grandeza. Y, a la vez, y como nos suele suceder a todos cuando nos encontramos con la inmensidad inenarrable de la naturaleza, muy grande, casi como una mujer invencible.
El amor de Dervla por Afganistán permea todos estas páginas, le gusta todo (o casi todo) del país: la cultura, cómo son los hombres y las mujeres, la hospitalidad, el orgullo, la liviandad ante el tiempo y las obligaciones...
A los afganos el tiempo les trae sin cuidado (la gran mayoría desconoce por completo la edad que tiene), lo que me lleva a suponer que cada pasajero acude cuando más le conviene. Por eso, llenar un autobús puede llevar hasta seis horas. Los afganos se muestran igual de imprecisos con las distancias: un conductor de camión que recorre la ruta Kabul-Mazar una vez a la semana no tendrá ni la más remota idea de lo lejos que está, solo sabe que, si continúa conduciendo el tiempo suficiente, y si Alá quiere, alcanzará su destino en algún momento.Personalmente, lo encuentro de lo más entrañable después de toda una vida tiranizada por el reloj.
¡¡!! Me quedo sin palabras. Decididamente, nosotros, con nuestras prisas y nuestros tiempos y tareas marcados, sufriríamos lo indecible. ¿O llegaríamos a acostumbrarnos, como Murphy?
Es amor y es una cierta debilidad que le impiden ver (casi) ningún defecto en el país. (Por cierto, tremendo cuando Dervla destaca cómo le gusta la música al hombre afgano: Le encanta la música y a menudo canta en voz baja para sí mismo durante horas, y la prohibición, durante dos décadas, de la música por parte de los talibanes... en la actualidad, con su vuelta, muchos músicos han huido del país. Por prohibir, han prohibido el sonido de las voces de las mujeres. Qué tristeza).
De estas páginas sobre las que rodamos esta semana (a veces, en Roz, otras en camiones y autobuses destartalados, y otras, sobre nuestras dos piernas), destacaría algunos aspectos, aunque sé que se me quedarán algunos “en el tintero” y me gustaría que vosotros me ayudéis a completar este mapa viajero:
- Lo entretenido de lo que nos cuenta. Ya hemos comentado que la prosa de Dervla Murphy es espontánea, sencilla (que no simple, qué difícil escribir así), vívida... y, además, que lo que narra nos mantiene en vilo, queriendo saber más y más.
- La belleza de los paisajes, de los entornos. “Ha merecido la pena ascender poco a poco por el valle fértil y cálido hasta el frío resplandor inmóvil de la línea de nieve, donde los picos más altos del Hindú Kush abarrotan el horizonte a derecha e izquierda y una comienza a comprender por qué hay quienes creen que los dioses viven en la cima de las montañas”.
- Es inevitable, al leer sobre el valle de Bamiyán, y los budas “he visto la estatua de casi cuarenta metros de altura de Buda de pie, tal y como ha permanecido durante más de dos mil años, en un gigantesco nicho en la montaña de roca arenisca dorada”... rememorar la desolación de la pérdida al recordar su destrucción, brutal y en 2001, por parte de los talibanes.
- Los países por los que viaja Murphy son peligrosos, continuamente nos habla de incidentes: asesinatos de extranjeros, lapidaciones, conflictos entre Paquistán y Afganistán, la vida difícil de las mujeres sometidas al hombre... algo que me parece interesante es cómo nos hace ver Dervla la terrible contradicción en la que viven estos hombres y mujeres: conocen la cultura occidental, estudian, viven, repudian la suya o, en todo caso, no saben cómo compaginar lo que ven con sus raíces culturales, su religión... Y el temor de los padres, el sector masculino en general, de que sus hijas corran peligro si viven al modo occidental.
- Hay que sumar a los peligros las carreteras, los accidentes, los vehículos que se caen a pedazos... Según cuenta Dervla, es mucho más peligroso viajar en un automóvil de cualquier tipo, que en su bicicleta Roz. Una búsqueda rápida en internet nos devuelve muchísimos resultados de accidentes fatales por sus carreteras.
- La fortaleza que despliega Dervla Murphy es descomunal. Tras el terrible culatazo sufrido en el autobús, continúa adelante, pese a dolores y fatigas. No se está quieta, prefiere cabalgar todo un día y disfrutar de la hermosura del valle, hasta que se desmaya una y otra vez, y es que no fue una costilla, no... ¡sino tres! Esta fortaleza raya en la temeridad, sí, pero pienso que hay hombres y mujeres dotadas de esa extraordinaria fuerza. A veces, acaban mal en sus viajes extremos, pero por fortuna, nuestra Dervla Murphy vivió muchos años y no falleció en ninguno de sus viajes...
¿Qué destacaríais vosotros?
Algunos enlaces:
- Afganistán, la tierra quemada (documental de RTVE, que he encontrado en YouTube. Cuatro episodios)
- Mujeres en Afganistán: cabellos cortos y faldas, así de libres eran las mujeres antes de los talibanes.
- Destrucción de los Budas de Bayamani
- Peshawar, la ciudad de los hombres donde no verás mujeres
¿Nos leemos?
Salud y largo viaje,
María Antonia