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TESTIGO DE UNO MISMO, 2

Libro que estamos comentando: 
Testigo de uno mismo

TESTIGO DE UNO MISMO, 2
 
 
Buen día, estimadas personas lectoras de poesía.
Esta semana vamos a leer la segunda entrega de Testigo de uno mismo. Que, por cierto, fue el último libro publicado (2008) en vida del autor. A su muerte, en 2009, Benedetti dejó en su testamento la creación de una fundación que llevara su nombre; y fue con este sello en el que se publicó a título póstumo Biografía para encontrarme en 2010. Una Fundación que tiene como objetivo preservar su obra, sí, pero también apoyar los derechos humanos en Uruguay e investigar el paradero de los detenidos desaparecidos durante la dictadura.
 
Me parece importante reseñar que la obra que estamos leyendo fue su último libro de poesía, y que lo escribió ya octogenario. De ahí lo que decíamos la semana pasada de la carga de sabiduría que se desprende de sus versos. De algún modo es un compendio de lo aprendido, lo sentido. Pero también, inevitablemente, en bastantes de sus poemas aflora la presencia imparable de la muerte.
Para nuestra fortuna como lectores, estas alusiones al final inevitable en muchas ocasiones están acompañadas de un humor zumbón que se agradece. Me gusta en el poema titulado “Vaivén” de la página 30 cómo lo acaba: cuando la vida viene qué aleluya / cuando se va no siempre lo intuimos / por las dudas tenemos un adiós disponible / para los compinches que nos sobrevivan / nos lo dejen con geranios y nardos / entre las manos quietas. Ya solo la elección de la palabra “compinches” nos deja una ligera sonrisa.
 
Referido a este tema de su puesta en claro de lo aprendido, un tema que como un río subterráneo impregna el poemario en su conjunto, me gusta la conclusión que elige para su poema “Aprendizaje” de la página 24, en el que sus dos últimos versos dicen: dame esa mano que me enseña siempre / y vayámonos juntos por la vida. Asimismo me parece de gran clarividencia lo que afirma en su poema “Pensar / Sentir” de la página 53: pensar lo que se siente es descubrir / las claves de lo que somos o que fuimos. Lo que en definitiva implica un serio autoanálisis o toma de conciencia; y en el que al final el poeta, puestos a elegir, nos dice que se queda con el sentimiento.
 
Esto nos da la clave del espíritu de su yo poético: si bien es un poeta con una cierta melancolía, esta se equilibra con el humor; del mismo modo que esa soledad inevitable de la edad (muerte y desaparición de amigos  y amores) no le impide confiar y creer en los otros, tal y como leíamos en el poema de un poco más arriba.
 
La semana pasada hablábamos de su expresividad sencilla y que muestras de ello las encontrábamos en su tratamiento formal, de métrica y ritmo. Asimismo esta sencillez se muestra en la manera de abordar los temas que trata.
En efecto, en casi todos sus poemas vemos que tienen una hilazón argumental muy de cuentista: plantea el asunto, lo desarrolla y le pone un final, una conclusión. Esto es algo que no se da siempre en la poética, por eso os lo destaco. El hecho de que el poema en su forma de exponerse tenga una estructura de discurso —en el buen sentido— es lo que denominaba la semana pasada como su faceta “oral”. (Seguro que recordáis mi insistencia en que leyerais sus poemas en voz alta…)
 
¿Por qué os lo hago notar? Porque esto nos reafirma en la opinión de que su poesía es sentenciosa en el más claro estilo antiguo. A esto me refiero con la palabra sentenciosa, de sentencia: al hecho de que hay una autoridad moral, por decirlo de algún modo, en lo que expone, incluso cuando comenta cualquier cosa y dice por las dudas.
Os sugiero que os fijéis en cómo acaba los poemas: casi siempre tienen una conclusión rotunda, decidida, incisiva, sorprendente. Releed con esa visión, por ejemplo, sus poemas “Un enemigo” (página 28) y “El ocio” (pág. 32).
 
En la lectura de esta semana vamos a encontrar cuatro sonetos: “Misiones” (p. 57), "Llanto" (p. 59), “Soneto de la escoba” (p. 80) y “Algún día” (p. 81). Esto solo es un aperitivo, pues a la semana próxima, leeremos un apartado titulado Sonetos de un testigo, que compendia veinte temas con esta forma poética.
 
Por último, os copio cuatro versos de Vicente Huidobro —al que hace mención nuestro poeta en su poema “Perder el tiempo” de la página 36—. Estos pocos versos de Huidobro forman parte de un largo poema, muy antologado, que se titula Altazor, Canto IV (y que os recomiendo leer entre otras razones por sus juegos continuos de palabras):
 
No hay tiempo que perder
Ya viene la golondrina monotémpora
Trae un acento antípoda de lejanías que se acercan
Viene gondoleando la golondrina
 
…Ya viene también el momento de dejaros a solas en compañía de Benedetti. Nos seguiremos encontrando en su lectura.
Si os apetece resaltar algún poema de vuestra preferencia, algunos versos, o comentar cualquier otra cosa sobre ellos, será muy bien recibido por mi parte e imagino que por el resto de esta invisible Comunidad poética de la que gustosamente formamos parte.
 
Os recuerdo que ya está anunciado en la plataforma el próximo libro que vamos a leer de la poeta portuguesa Ana Luisa Amaral, por si os apetece ir buscando la forma de conseguirlo. Ah, aunque el título está en inglés, que nadie se asuste, pues de inglés solo tiene eso, el título.
 
Un abrazo y hasta la próxima semana,
 
Estrella Ortiz