"Lo que no podemos dejar de ver"
queremos que nos vean porque queremos que nos quieran. Si nos quieren, existimos. Y si nos quieren mucho, existimos más. Por eso los pavos reales son multicolores, y por eso hay concursos de cuál es la calle del pueblo que se engalana mejor para las fiestas patronales.
Queridas viajeras, queridos viajeros:
Seguimos nuestro singular e improbable periplo por los territorios seleccionados por el autor Pedro Torrijos. Confieso que, de entre todos ellos, los recopilados en esta tercera parte “Lo que no podemos dejar de ver”, el que me causa más desasosiego es Disneyland. Y, este fin de semana, se ha publicado este artículo: La increíble historia del matrimonio que vivió 15 años en Disneyland sin que los visitantes se dieran cuenta, y yo no puedo más que sentir hasta sudores fríos pensando en vivir en un parque de atracciones años y años. Sí, de acuerdo, el matrimonio en cuestión se encargaba de los caballos (creo recordar), pero aún así. Aún así. Qué escalofrío.
Otra cosa es que os gusten, os fascinen estos parques. Torrijos señala en el libro cómo Disneyland era y es una realidad construida. Los sueños, que son entidades imposibles, se consolidaban en espacios tridimensionales y arquitecturas palpables, físicas. Disneyland se entendía-y se entiende- como una isla de felicidad controlada, aunque se cimentase sobre una serie de mentiras, de máscaras corregidas y aumentadas, extraídas de los productos de la Walt Disney Company.
El autor plantea, además, que esta manera de construir (decorados, como una tramoya de teatro) entronca muy bien con la arquitectura colonizadora de los estadounidenses: construir rápido y ocupar el territorio, y construir barato, sencillo. De ahí que nos vuelva a recordar las curiosas ventanas de brujas de Nueva Inglaterra...
¿Habéis estado en Disneyland? ¿Os gusta? Si no habéis estado, ¿queréis ir, os haría ilusión? Confieso que me mareo en cualquier tipo de atracción, que me causan desconfianza las ruedecitas, los barcos, las norias, y los personajes disfrazados me provocan cierta desazón. En mi ciudad, como imagino que en tantas otras, tenemos a los Gigantes y Cabezudos y siempre, siempre, me dieron miedo. (Aún ahora... no tengo remedio).
Entonces, ¿cuáles son los territorios que más me han gustado de esta parte? ¿O atraído? ¿A vosotros?
Tenemos donde elegir. La rueda de Falkirk, en Escocia, me parece un prodigio de ingeniería, pero, sinceramente, creo que mi curiosidad, está más que satisfecha con lo leído. No tengo especial interés en probarla (¿será que esto entronca con mi miedo a las atracciones?) El pueblo de Alaska que vive en un edificio evoca, claro que sí, al hotel de El resplandor en el que un enloquecido Nicholson trataba de asesinar a toda su familia. Cierto es que me parece una solución inteligente para vivir en ese clima tan extremo, pero no me seduce ese clima, no. Ifrán, en Marruecos, se me antoja una pequeña Suiza, sí, pero para ricos (¿tal vez como su hermana mayor?), aunque su concepción, y el desterrar el prejuicio sobre un lugar, son muy interesantes. Y los macacos, naturalmente. Como también ocurre con Asmara, en Eritrea, que comparte su génesis con Ifrán (en esta ocasión, fueron los italianos los que la alzaron.). La arquitectura cholet de El Alto, en Bolivia, me parece atrevida, provocadora, fascinante, pero lo que apunta Torrijos al final de su texto me ha zarandeado:
Como afirmó el gran arquitecto boliviano Juan Carlos Calderón cuando le preguntaron por los edificios cholet: Al final esto es puro fachadismo. No hay nada de arquitectura detrás. Desde Europa les gusta mucho enseñarlo porque lo consideran exótico, nada más.
En Lo que no podemos dejar de ver, me han atraído mucho Brasilia (aún recuerdo cuánto nos hablaban de ella en la escuela. Continuamente. Siempre me pareció una ciudad de otro planeta), el rascacielos de Citicorp, sobre todo porque Torrijos ha escrito un thriller sobre ello;: La tormenta de cristal que tenemos disponible en eBiblio Castilla-LaMancha , (con varios ejemplares, así que sin esperas) y que, sin duda, voy a leer. Pero, sobre todo, me han fascinado Los tulou de Fujian y el vínculo que establece el autor con la obra de Ursula K. Leguin, una autora a la que he leído muy poco y que siempre está en mis eternos pendientes. Tengo que solucionarlo, y claro, los rascacielos en el desierto de Yemen, un patrimonio que se encuentra en peligro, algo descorazonador. Los tulou se me antojan agujeros del tiempo... los rascacielos del desierto, viviendas racionales, acogedoras, cálidas, hechas a la medida del hombre, no como esos edificios de acero y cristal que se me antojan excesivos, desmesurados.
Algunos enlaces:
- Tour of Disneyland
- Historia de Disney
- Brasilia, Brasil, la ciudad mejor trazada del mundo (vídeo)
- La rueda de Falkirk, Escocia (vídeo)
- Ifrán, Marruecos (vídeo)
- Los tulou de Fujian (China) (vídeo)
- El Citicorp de Nueva York (vídeo)
- Asmara, Eritrea (vídeo)
- Whittier, Alaska (vídeo)
- Arquitectura Cholet o Transformer, en El Alto, Bolivia (vídeo)
- Shibam, Yemen. Rascacielos en el desierto, un patrimonio en peligro (vídeo)
- Artículo sobre Shibam, Yemen, en National Geographic
¿Nos leemos?