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Hasta el capítulo 46

Libro que estamos comentando: 
Seda

Queridas viajeras, queridos viajeros, ¿cómo estáis? Espero que todos bien, y que encontréis en la lectura y en el recuerdo de la práctica del viaje (tal vez, en la ilusión del viaje o, si sois afortunados, en el viaje mismo), un refugio luminoso para estos tiempos de incertidumbre.
Releyendo la parte de Seda que esta semana tenemos para comentar, he vinculado lo que estamos viviendo con el momento histórico del libro (pese a las sensibles diferencias). Por ejemplo, en el Japón de la época se comienza a fraguar una guerra civil, una reacción bélica para frenar la influencia de lo extranjero (nuestro compañero David lo puso de relevancia en un comentario en la primera parte. Japón, ahora mismo, está blindado). En la Francia de la época, el siglo XIX también fue convulso, con su golpe de Estado, la represión de los opositores por parte del gobierno… y la búsqueda de apoyos para continuar en el poder, en lo que se ha venido denominando historiográficamente el Segundo Imperio Francés. Época revuelta, peligrosa, para “complicarse” viajando tantos kilómetros hasta Japón, un extranjero…
En esta parte, he advertido que nuestro protagonista comienza a tomar decisiones, al principio tibiamente, y después, más decididamente y en contra de los deseos de todos, de su mujer, de Baldabiou y de los comerciantes franceses, sus clientes, sus vecinos. Por ejemplo: cuando Madame Blanche le traduce la nota de la enigmática mujer de Hara Kei, y le dice que sabe que no es verdad, que ella no morirá… él regresa a Japón solo cuando Baldabiou se lo dice, hace lo que el quiere. Más tarde, todos están en contra de ese viaje, no solo Hélene, y él decide ya por sí mismo: “Yo voy a ir al Japón, Baldabiou”. Pese a la guerra, pese a no ser necesario ese viaje.
¿Por qué ese modo de conducirse, tan diferente, extraño en él que acostumbra a asistir a su vida y no a intervenir? Porque ya ha tenido el encuentro con esa muchacha, una muchacha que no es el objeto de su deseo, que es otra, otra que aquélla le ha puesto a su alcance para sustituir su cuerpo, su voz, sus caricias, sus besos. “En la oscuridad, no importaba amar a aquella joven y no a ella”. Creo que este pensamiento es el que le conduce en su relación con su esposa Hélene… o es que, también, pese al embrujo por aquella a la que no puede ni acercarse (porque es como la seda… no se tiene nada entre las manos), ¿la quiere? ¿O la quiere querer? ¿O es su deber quererla?
Hervé Joncour es amado, muy amado en su casa, en su pueblo. Su mujer, Hélene, que sospecha algo, lo quiere tiernamente. Lo espera. Con ella vive una felicidad “pequeña”, en esas vacaciones que suelen pasar en Niza y en los alrededores, se divierten juntos, hay complicidad, detalles, hasta deseo. Pero no existe lo exótico, el misterio, el enigma. ¿Será eso lo que le falta a Hervé? Y Baldabiou, lo aprecia mucho, más de lo que en un principio puede parecer. Es llamativo cómo miente a los comerciantes franceses para que sufraguen el viaje y así, “darle razones para regresar”.
En estos pocos capítulos, Hervé viaja dos veces a Japón. En la primera vive una experiencia sensual, ardiente e ignota para él: hace el amor con una muchacha que no es “la muchacha”, sino que la sustituye. Esto me hace pensar en el burdel de Madame Blanche y en el “uso” de los cuerpos femeninos como sustitutos, quizás, de otros cuerpos. Como objetos. Hay una pista clara de que algo va a ocurrir cuando ella libera los pájaros de su jaula, ese símbolo de fidelidad hacia el amante… pero… siempre volverán, lo dice Hara Kei. Y así es. (Curioso cómo nuestro Hervé quiere tener pájaros en una jaula de ese parque que proyecta realizar en la casa de aquel que calló hasta su muerte. Como parece callar él).
En el segundo viaje, le es más difícil encontrar a aquella mujer que le obsesiona, la aldea ha sido arrasada y Hara Kei y su séquito y sus guardias van moviéndose… y ahí le hemos dejado, contemplando cómo el señor de la aldea le da la espalda y se marcha.
Leyendo cómo Louise Pasteur descubrió la enfermedad que aquejaba a los gusanos de seda (por cierto, ¿habéis criado/cultivado gusanos de seda cuando erais niños? En mi época casi todos pasábamos por la etapa de la caja de zapatos y las hojas de morera… a mí me causaban un cierto rechazo, lo confieso…), he investigado un poquito sobre su mujer Marie. Y, como suele suceder, ella era una colaboradora estrecha a la que no se le reconocía su trabajo. En este aspecto de los gusanos de seda, ella era quién los criaba: Marie Pasteur, ayudando al científico en la sombra.
En Seda hay muchas mujeres en la sombra: la propia Hélene, que espera, la muchacha objeto de obsesión/deseo de Hervé y propiedad de Hara Kei, Madame Blanche... 
Amor, obsesión, exotismo, seguridad de lo conocido frente al misterio de lo ignoto… ¿Por qué será que esas experiencias tan radicales nos hacen sentir más vivos? ¿No será algo parecido lo que nos ocurre al viajar, sobre todo, si lo hacemos solos?
Creo que algunos de vosotros sabéis de mi gusto por vincular música y lectura, os dejo esta música tradicional japonesa, ideal para imaginar a Hara Kei y su séquito a caballo, entre los cedros. ¿Compartís vuestra música? 
Vuestro turno, lectores. 

Un pueblo en los alpes japoneses