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3 RIMAS GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

Libro que estamos comentando: 
Rimas

3 GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
 
 
¡Buen día, estimadas personas ATRAPAVERSOS!
 
Esta tercera semana leeremos desde el poema XXX al LI. Son las rimas que tratan sobre el desengaño amoroso, la otra cara del amor, y que van de la página 112 a la 123.
 
A propósito de la modernidad de la poesía de Bécquer, voy a transcribiros lo que dijo Juan Ramón Jiménez, unas palabras que dan la medida de su admiración y respeto: “sin Bécquer mi jeneración no hubiese tenido una ascendencia inmediata y decisiva, y es difícil suponer qué habría sido sin ella de nosotros”.
Estas otras son las palabras de Dámaso Alonso: “Bécquer es el punto de arranque de toda la poesía española contemporánea. Cualquier poeta de hoy se siente mucho más cerca de Bécquer (y, en parte, de Rosalía de Castro) que de Zorrilla, Núñez de Arce o de Rubén Darío”.
También os destaco estas palabras del editor Jesús Rubio y que vais a encontrar en la página 52 de la Introducción de nuestro libro de Rimas: “Bécquer, Augusto Ferrán y Rosalía de Castro componen una tríada de poetas que acabaron reduciendo a cenizas toda la retórica grandilocuente del primer romanticismo, devolviendo a la poesía española una manera de decir más directa y más verdadera. En ellos se hace operativo un romanticismo profundo y trágico como el de Byron, Heine o Nerval, a quienes miran, pero no tanto para imitarlos sino porque comparten actitudes vitales y una manera de ser poetas que implica la vida entera”.
 
Tras estos comentarios sobre la importancia de Bécquer en nuestro panorama poético, os propongo un breve paseo por algunas obras de diferentes autores que tratan el tema de una de las rimas de esta semana, la XLVIII (página 122), ¡la primera que anotó el poeta en su Libro de los gorriones! Esta es su estrofa inicial:
 
Como se arranca el hierro de una herida
su amor de las entrañas me arranqué,
¡aunque sentí al hacerlo que la vida
me arrancaba con él!
 
En las dos siguientes estrofas, el “yo poético” nos dice que no es tan fácil olvidar, que todavía no lo ha conseguido.
Cuando el poeta Augusto Ferrán, un gran amigo de Bécquer, publicó su libro La soledad —una obra que podéis leer entera en la Biblioteca Virtual Cervantes— nuestro poeta se apresuró a hacer la reseña en el periódico El Contemporáneo. Un escrito muy generoso en elogios y con mucha enjundia, pues habla de lo que es para él la poesía. Vais a encontrar comentarios muy interesantes sobre  ello en la Introducción de nuestro libro, de la página 50 a la 52.
Pues bien, volvamos al “hierro” de la rima de más arriba, y leamos lo que Augusto Ferrán escribió en esta soleá:
 
Como la quería tanto,
se dejó el hierro en la herida
para morir más despacio.
 
¡Madre mía, qué tremendísima imagen! Parece que el “yo poético” en este caso consiente, elige incluso, esa exaltación del dolor profundo de amor. Es una postura vital indudablemente trágica, pero que tiene su trascendencia: como si el sujeto se sacrificara en aras de un Amor que quiere que sea con mayúsculas.
Viene a apoyar ese sentir estos versos de Pedro Salinas, que se encuentran en La voz a ti debida (un libro leído en nuestro Club, por cierto):
 
No quiero que te vayas,
dolor, última forma
de amar. Me estoy sintiendo
vivir cuando me dueles.
 
De estos versos se infiere que el poeta prefiere el dolor al olvido. De hecho, la vida y muerte prematura de Salinas fueron un ejemplo de esa elección del sufrimiento antepuesto al olvido. Prosigamos por este caminito de “hierro”. Ahora se nos acerca Rosalía de Castro con esta estrofa, principio de poema:
 
Una vez tuve un clavo
clavado en el corazón,
y no recuerdo ya si era aquel clavo
de oro, de hierro o de amor.
 
El poema continúa y dice la poeta que se sacó ese clavo, pero no halló alivio, pues luego padeció de soledad… ay, qué desazón. Rosalía termina diciendo que a este barro rodeado de espíritu que somos, no hay quien nos entienda. Y sí, lleva razón.
Damos fin a este especial camino, que os he preparado con mucho gusto esta semana, con una copla de Antonio Machado —que está inserta en un poema suyo más largo titulado “Yo voy soñando caminos”— y que dice así:
 
En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón.
 
El poema termina con otra tonada popular, a modo de conclusión, en la que el “yo poético” echa de menos la espina de su pasión. Y os hago notar que esta espina es dorada, con la connotación tradicional de valor e importancia que tiene el oro:
 
Aguda espina dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada.
 
Fijaos: Bécquer en su poema no consigue olvidar, aunque lo intente; Ferrán muere lentamente sin querer quitarse el clavo; Salinas de su dolor saca las fuerzas para vivir, y está claro que tampoco se lo quiere quitar; Rosalía se lo quita y se siente sola después y por último Machado, tras haberse sacado la espina dorada, la echa de menos… Saquen ustedes sus conclusiones de este romanticismo profundo y trágico del que hablábamos más arriba.
 
Y aquí acaban nuestras andanzas por esta semana.
Felices lecturas, estimadas gorrionas y gorriones, e id calentando el corazón (sin espinas, a ser posible), que la primavera se acerca…
 
Estrella Ortiz