Píldoras azules: hasta página 151
Bienvenidas, bienvenidos, por tercera semana consecutiva a la lectura compartida de Píldoras azules. Esta semana vamos a dedicarlos al tratamiento grafico de la novela.
GRAFISMO DE PILDORAS AZULES
El de “Píldoras Azules” es un grafismo algo rayano en el feísmo que no gustará a todo el mundo. Ello tiene una explicación: Peeters decidió desde el principio que su dibujo iba a ser inmediato y espontáneo. En lugar de dibujar primero a lápiz, lo hizo directamente a tinta, sin corregir ni revisar nada. “No soy un perfeccionista. Cuando he terminado, ya está. No me atasco en revisiones. Sólo es un comic. Era algo que quería sacarme de la cabeza”. Y así lo hizo. Terminó el álbum en tres meses, lo que significa que realizó alrededor de tres páginas diarias, un ritmo muy rápido que sólo se podía mantener si trabajaba de forma directa, casi sin reflexión y, desde luego, sin revisión. De hecho, al final sólo se modificó una viñeta antes de la publicación: un perfil de la ciudad de Nueva York dibujada antes de los atentados del 11 de septiembre y que incluía las Torres Gemelas.
El retrato gráfico de los personajes está completamente logrado: Peeters se dibuja a sí mismo a base de sólidas líneas y ángulos, hombros ligeramente encorvados, ojos saltones y perpetuamente ojerosos y una sonrisa tranquila y algo retorcida. La única diferencia es que en el comic se dibuja con gafas mientras que en la vida real suele llevar lentillas. En realidad, no dibuja a nadie con apariencia bella o “normal”, ni siquiera el pequeño Wolf tiene ese aspecto dulce propio de los niños. Todas las figuras están retratadas con una apariencia un tanto extraña que permite sacar el máximo partido expresivo de sus posiciones corporales y gestos faciales. La ausencia de color añade un punto de solemnidad que apaga cualquier intento de trivializar el contenido y permite que la historia esté dominada por la energía pura que emana de los personajes.
Pero aunque la gente y los lugares que pueblan “Píldoras Azules” sean bien reconocibles, hay también momentos de gran inventiva visual. Cuando, una noche, el condón se rompe, Peeters y Cati se hunden en un estado de gran ansiedad. Al día siguiente, tratan frenéticamente de conseguir una cita con su médico sólo para enterarse por sus labios de que tenía “tantas posibilidades de contraer el SIDA como de toparse con un rinoceronte blanco a la salida”. Dos viñetas después, un gran rinoceronte aparece repentinamente tras sus cabezas, con su cuerno asomando ridículamente entre ellos. Es un momento que resume perfectamente, con creatividad, poesía y humor, tanto la siempre presente amenaza de la enfermedad como el instante de bochorno que pasan ante el doctor.
Precisamente, las escenas con el lacónico y sobrecargado médico son uno de los puntos fuertes del álbum. A juzgar por la diatriba que Peeters lanza contra los médicos en varias ocasiones a lo largo de la historia, no debe pensar mucho ni muy bueno de esa profesión. Sin embargo, describe a ese doctor en concreto como una balsa salvavidas. El propio médico no se toma a sí mismo muy en serio y tiene días mejores y peores, algo que se refleja en su trato con los pacientes. Pero es precisamente esa humanidad lo que gusta a Peeters en contraste con la frialdad distante o la solicitud hipócrita de muchos de sus colegas.
Hay otras muchas escenas y metáforas visuales de gran brillantez. Por ejemplo, la viñeta que hace las veces de portada, con los dos protagonistas sentados en un sofá charlando como si fueran una pareja normal, llevados a la deriva por unas aguas encrespadas que simbolizan el SIDA. O la escena en la que Fred y Cati discuten sobre su relación mientras están en la cama, narrada con planos cenitales cambiantes al ritmo de la conversación para abrir el plano en la última página y hacer que la cama parezca un gran mar en el que sólo ellos habitan.
De los muchos gestos que las ilustraciones muestran, remarco que la cara de los personajes es muy relevante, especialmente el área de los ojos. Se los tilda como la ventana del alma, mostrando tal vez en un dibujo más que en cientos de palabras. Se puede apreciar claramente el sentimiento de los personajes ya que, en momentos en los que estos atraviesan un shock emocional, los presenta de frente y haciendo una especie de plano detalle.
Esta tendencia a explicitar los sentimientos, puede deberse en gran parte a que la obra es autobiográfica, y muchos de los temores, las preocupaciones y las inquietudes del autor, fueron volcadas en la trama de la historia de modo natural. Así, redactar e ilustrar “píldoras azules” resulta para Frederick Peeters resulta un ejercicio de introspección.
Hablando del diseño elegido el autor, para contextualizar, realiza dos grandes cuadros en la página -con o sin texto- que sirven como disparador para situar al lector del cómic en el tiempo y espacio deseados.
Cuando, en cambio, desea dar cuenta de la fluidez de la conversación y los hechos en el plano cotidiano, distribuye seis viñetas a lo largo de la página, en una disposición de 2×3 que, sumada a otros recursos estilísticos y narrativos como los puntos suspensivos, le dan a la historieta la ilusión de continuidad buscada.
Cerca del final el autor deja descubrir en la trama a un rol central: un mamut, que era el juguete predilecto del hijo de Cati. Este animal además representa un conjunto de ideas filosóficas, reglas de vida, en cierto modo está mostrando el rígido inconsciente del protagonista, que lo lleva a cuestionarse varios puntos de su vida.
Esta tercera semana leeremos hasta la página 150. Nuestro personaje y su pareja entran en un estado de alarma.
Felis semana de lecturas
Saludos
Alejandro López