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Nada, XIX-XXV

Libro que estamos comentando: 
Nada

Hola a todas y todos, terminamos la lectura de Nada, de Carmen Laforet, con esta tercera parte (capítulos XIX-XXV), unas sesenta páginas en mi edición. Pero antes de pasar a comentar estas páginas os recuerdo que la próxima semana empezaremos la lectura de los cuentos de Catedral, de Raymond Carver. Si nunca habéis leído a este autor os animo a que no dejéis pasar la oportunidad.
Dicho esto, vayamos al lío.
 
ESTA SEMANA 
En estos capítulos conocemos una parte de la historia (que hunde sus raíces en el pasado y que alcanza a la madre de Ena) que da un nuevo sentido a parte de lo leído hasta ahora, concretamente a la trama Ena-Román que, en estas páginas, adquiere gran importancia con dos giros, creo, bastante inesperados. De hecho el segundo supone un desquilibrio total en la suma de fuerzas y equilibrios de personajes e historia. Obviamente no voy a destripar nada, os dejo a ciegas para que os golpee la sorpresa (bueno, no sé si golpear es la palabra, pero igualmente encaja aquí, sospecho).
En mi opinión Ena aparece en estas páginas como un personaje que equilibra los tramos de oscuridad: pensad en la madre de Ena y pensad en la propia Andrea y ved si esto que os sugiero funciona, en ambos casos pareciera como si ella apareciera en escena para reajustar los desequilibrios, o, si lo preferís, para dar algo de luz a tanta tiniebla. Es un personaje, por tanto, fundamental en la historia (y eso que aparece muchas páginas después del inicio de la novela y hay muchos momentos en los que parece estar latente o, desde luego, fuera de foco). Eso le da mucho valor pero, al mismo tiempo, creo, que resta algo de verosimilitud. Me explico.
Me explico y lo hago volviendo al paralelismo con los cuentos (que manejamos la pasada semana y que algunas de vosotras ampliasteis en los comentarios de la semana pasada): es como si fuera el hada madrina que ha venido a sacar a la Cenicienta de la grisura de sus días. Eso resulta menos evidente en lo que atañe a la madre, pero descolla con fuerza en el último capítulo y la abrupta resolución del libro. ¿No os parece?
En cualquier caso una de las cosas que más me han fascinado de este libro es el papel de Andrea como una espectadora, como si todo lo que sucediera a su alrededor no fuera con ella (apenas la vemos enfadarse en esa casa de locos, y cuando sucede, casi al final, los demás personajes se sorprenden): ella ve y la vida le atraviesa como si ella fuera ajena a todo. De hecho llega a decir: "Me estaba dando cuenta yo, por primera vez, de que todo sigue, se hace gris, se arruina viviendo." (p. 326) Es como una especie de fatalismo que provoca una especie de inacción de la protagonista: ella ve, pero ella apenas hace. Y eso se ve incrementado con algo que nosotros sí vemos, y es que ella sí está allí dentro, en esa historia, y su no-hacer es también una manera de hacer (algo, aunque sea negativo), y el ejemplo más brutal, volviendo a un tema que ha salido en otros post, es el hambre que pasa: ¿cómo es posible que pase tanta hambre y no trate de hacer nada, absolutamente nada, para resolverlo? En mi edición se incluye un prólogo que Carmen Laforet incluyó en la edición de 1956 de Gredos, y en el que esto se explica a la perfección, dice: "Andrea pasa por el relato con los ojos abiertos, con curiosidad, sin rencor. Se va de él sin nada en las manos. Sin encontrar nada... Y también esto he querido expresarlo sin desesperanza." Y sí, porque esta novela es la historia de una llegada, una estancia y una partida, en ese sentido la novela cierra perfectamente y, esto que dice Laforet, resume a la perfección lo vivido por Andrea.
Por otro lado hemos hablado varias veces de la lectura que se podría hacer de este libro extrapolándolo a la situación histórica en el que fue escrito, y ahí, creo, podríamos hablar desde la situación en Aribau (con las relaciones en esa familia rota, la casa con media parte cerrada, etc.) a el cierre con ese viaje yendo hacia un futuro mejor (y lejos de Barcelona). Y sin desesperanza, como decía Carmen Laforet en el prólogo. Aunque uno no puede dejar de imaginar la situación en la que quedan personajes como la abuela, el niño, Gloria, etc.
En fin, un libro magnífico que espero que os haya gustado leer en el club.
Recordad, la próxima semana empezaremos con Catedral, de Raymond Carver.
Pasad una buena semana, 
Pep Bruno