Desde el capítulo 6 al 10, incluido.
Queridas viajeras, queridos viajeros…
¿Qué tal vuestras estancias en Corfú? ¿Os estáis adaptando a la nueva villa, la Villa Narciso? ¿No os dan ganas de trasladaros a ella, a una de esas cenas en las que los amigos de Larry (normales, nada de intelectuales) comparten mesa y mantel con Lugaretzia, entre platos con montañas de comida preparada por Louisa, acosados por los ladridos de Roger y, si hay suerte, toda una familia de escorpiones correteando entre los cubiertos?
Sed sinceros: ¿alguno de vosotros no ha soltado una carcajada, aunque sea una sonrisa, ante alguna de las vivencias de esta extraordinaria familia?
La prosa de Gerald Durrell es tan exuberante y bella como el entorno. Las descripciones de los animales, de sus ritos de apareamiento, de sus formas de alimentarse, de sus ciclos de reproducción, son dignas del naturalista meticuloso en el que se convirtió años después. No solo eso. Están aderezadas de verdadera poesía. Son imágenes tan hermosas que el lector no puede por menor que romantizar el entorno natural, la isla al completo. También en lo que respecta a los humanos: sus hermanos Larry y Leslie, su hermana Margo, su madre Louisa, la criada hipocondríaca Lugaretzia o el bondadoso e inteligentísimo Teodoro. Sin duda, fue un tiempo feliz el que vivió allí Gerry, y por eso nos lo presenta romántico, alegre, despreocupado, extraordinario.
Pienso que queda patente la influencia que ejercía sobre la familia el hermano mayor, Larry, el escritor. Se mudaron a Corfú, porque él se convenció de que no habría lugar mejor en el mundo para vivir. Se mudan a la Villa Narciso, a la impresionante y decadente villa, porque invita a dos o tres amigos normales, nada intelectuales, que llegarán por lotes. Los dos o tres amigos pueden ser siete u ocho, qué más da. “No hay que atocinarse”, proclama Larry. Esta mudanza permite que Spiro, el amigo taxista velador del bienestar de los Durrell, saque de nuevo a relucir sus cualidades organizativas. En tres o cuatro días se instalan en la villa polvorienta, para que esos amigos (en muchos casos, conocidos, a los que Larry quiere “estudiar de cerca”) estén cómodos.
Mientras Larry sigue con sus excentricidades de escritor mundano y atormentado, Leslie continúa alimentando su gusto por la caza (los hermanos son dos modelos opuestos de masculinidad, Larry el intelectual, Leslie el hombre de acción…
Larry, el sensible, Leslie, el hombre aguerrido y un tanto bruto… aunque no tanto como a él le gustaría); Margo está inmersa en sus dietas de adelgazamiento y su lucha contra el acné.
Y, en consecuencia, se suceden los coqueteos con algunos jóvenes, en especial, con un turco altanero, condescendiente y pagado de sí mismo, que se cree la sal de la tierra (si quisiese escribir, escribiría, no tiene miedo de navegar, ni de nadar, ni de montar a caballo, es excepcional), con el que la familia al completo comparte una merienda divertidísima; y Margo y su madre una velada en el cine al aire libre del pueblo. Es descacharrante cómo cuenta Louisa lo que vivieron con el turco… y qué inteligencia la de la señora, al acompañar a su hija a la cita, como carabina (“los turcos están acostumbrados a las carabinas, cariño”). Nótese que Spiro, como buen griego, alerta a la mater familia de la relación de su hija con, nada más y nada menos que.. ¡¡un turco!! (La sangrienta revolución de la independencia griega contra el imperio otomano)
Cuando alquilan Villa Narciso han de renovar los muebles (todos estaban con la carcoma, polvorientos, viejos…) y se van de compras Louisa, Margo, Gerry y Spiro. Es la festividad de San Espiridón (uno de cada dos corfiotas se llaman Spiro), y es tradición abrir su tumba para que los fieles le besen los pies. Y, así, Margo los besa con fruición… porque no atina a caer en la cuenta de que su madre y Gerry la advierten de que no lo haga. Margo me parece adorable, tan ingenua, tan entusiasta. Un poco peligrosa (sobre todo para sí misma)… Margo escribió un libro, en tono humorístico, titulado ¿Qué fue de Margo?, que fue encontrado por una de sus nietas, en un cajón.
Es cierto que la villa nos regala a un personaje adorable: Lugaretzia. Cuando no le duele el estómago, le duelen los pies. Más que una ayuda, es (como dice Larry) “un alma en pena”. Divertida en su decadencia, casi como la villa (cuadrada, de tipo veneciano, con la pintura deslucida y enorme…). Pero, sobre todo, nos regala las visitas de Larry: el poeta excesivo y mujeriego, los tres jóvenes artistas que no están de vacaciones y que no dan un palo al agua, la condesa enferma de erisipela que Louisa observa espantada pues entiende que tiene sífilis… (atentos, que a Larry le cae fatal… es tronchante, este hombre. Pero desesperante).
Sin duda, la relación entre Teodoro (Theodore Stephanides) y Gerry, más tarde extendida a la familia al completo, es una amistad delicada, divertida y respetuosa. Las visitas del niño a su casa, las visitas de Teodoro para merendar todos los jueves que es el día que, casualmente, aterriza el hidroavión, algo que a él le fascina observar. Las expediciones en busca de fauna y flora, todo lo que aprende de él Gerry, de una manera sutil y permanente.
El amor por los animales une estrechamente a este científico con el niño curioso que, seguro que Teodoro lo intuía, sería otro gran científico. Disfruté mucho con las tortugas y sus ciclos reproductivos, con Ulises, la cría malhumorada del autillo, y con ese Cuarto de los Bichos que parece un Gabinete de Maravillas…
Y los “accidentes” que hacen que le vuelvan a poner preceptores a Gerry (el cónsul belga, y las ejecuciones de los gatos enfermos (¡por dios!); los encontronazos entre Louisa y él; Peter y su amistad “botánica” con Margo que le deja libertad para que escriba un libro sobre su familia, repleto de aventuras escalofriantes en un viaje alrededor del mundo… ahí está el germen del Gerry escritor).
Y, vamos terminando ya de evocar estos capítulos… con los baños nocturnos de la familia y ese bañador, con volantes, flores, y abultamientos que la matriarca se compra (Louisa es otro personaje adorable: despistada, bonachona, que quiere a sus hijos...) . Otra escena deliciosa, desternillante, y la magia del encuentro con los delfines:
“dejando tras de sí un sendero llameante que luego de arder un momento se fue apagando lentamente, como una rama incandescente que atravesara la bahía"
Qué hermosura.
¿Qué parte, protagonizada por humanos, es vuestra preferida? ¿Qué parte, protagonizada por animales, es vuestra preferida?
Vuestro turno. ¿Nos leemos?
(Todas las fotos son de la familia Durrell, excepto la casa y Lugaretzia, que son de la serie Los Durrell).