Desde el capítulo 17, al final.
Queridas viajeras, queridos viajeros… llegamos al final de nuestra lectura de noviembre, el delicioso libro de Gerald Durrell, Mi familia y otros animales. Comentamos desde el principio que esta obra pertenece a la Trilogía de Corfú, que se completa con Bichos y demás parientes y El jardín de los dioses. Cuando queráis volver a la belleza, la ternura y la sonrisa… no lo dudéis, seguid con ellos.
Los dos últimos capítulos que comentamos esta semana, más el tercero, breve, que es el regreso temporal de la familia a Inglaterra, es un resumen maravilloso y deslumbrante de las aventuras que vivieron en la isla.
En Los campos de ajedrez acompañamos a Gerry y a sus perros en sus jornadas de exploración alimentándose de uvas, higos, berberechos… frutos del mar, del campo, a veces, silvestres, otras, cultivados. A estas alturas ya casi no nos llama la atención que el niño se encuentre con un preso de permiso, y que el preso haya cometido un asesinato, haya matado a su mujer. La naturalidad con la que Gerry lo cuenta es pasmosa. Está más impresionado con la captura de las culebras de agua, el acecho a la tortuga gigantesca y, sobre todo, el regalo de Kosti, el gavión Alecko.
El gavión es un animal fantástico, una suerte de gaviota enorme, con carácter y voluntad de defenderse. Y, al llegar a casa, las conversaciones con sus hermanos y con su madre… Larry, exagerado como suele, Margo, ingenua y curiosa y su madre tierna, comprensiva y pensando que todo saldrá bien. ¿Por qué no iba a ser así?
En el capítulo 18, Un buen número de animales, la fiesta y los preparativos previos les ocupan a la familia durante largos días. Como siempre, Gerry tiene cómplices leales y amigos generosos como lo es Spiro, que le consigue peces rojos para Old Plop, a la que ha conseguido capturar… La fiesta dura todo el día y en ella se suceden un sinfín de percances, la mayoría relacionados con los animales. Las Gurracas estropean la mesa, el gavión ataca a los invitados debajo de la mesa, las culebras (a las que Gerry intenta salvar de una insolación) asustan a Leslie… Y una jauría de perros cerca a Dodo, la perrita de Louisa, porque está en celo… Y ese, digamos, acercamiento es uno de los hitos de la fiesta. El acercamiento y los remedios utilizados para lograr que los perros dejen de pelearse entre sí (los de casa no están de acuerdo con que un montón de cánidos callejeros seduzcan a Dodo)… Pero, como todas las fiestas de los Durrell, todo acaba más o menos bien, ahítos de buena comida, fragancias tentadoras y conversaciones interesantes y divertidas.
Porque… solamente la anécdota del cuerpo de bomberos, con su coche reluciente y enorme que no cabe por las calles del pueblo, o la alarma de incendios que colocan junto al cuartel… Solo esa anécdota es descacharrante. Y hay más, por supuesto. La tía de los Durrell, que casi muere por un ataque de abejas y, posteriormente, casi muere achicharrada por librarse de un enjambre de abejas, por ejemplo.
El regreso de la familia a Inglaterra es solo temporal. Los Durrell acuden para planear la educación de Gerry (a él, esto, no le hace ninguna gracia), y se llevan el equipaje y buena parte de los animales… ¡no me extraña que el revisor del tren crea que se trata de un circo ambulante! La estampa de los tres amigos, Teodoro, Spiro y Kralefsky, despidiéndolos en el puerto es entrañable. Cada uno, desde su personalidad, todos con emoción y sentimiento. Y los Durrell… tristísimos. Pero volverán. En total, pasarán cinco años en Corfú, un tiempo que ellos siempre consideraron de lo mejor de sus vidas.
Un resumen perfecto estos tres capítulos: naturaleza, animales, exploración, paisajes, fiesta, amigos, conversación, comida en abundancia, belleza… Ay, yo he de confesaros, viajeras, viajeros, que me iría con gusto a pasar una temporadita allí, en una de las villas de los Durrell. Asistir a una de sus fiestas, convivir con esa rara y fantástica familia.
Salud y largo viaje, lectoras, lectores.