Desde el capítulo 11 al capítulo 16, incluido.
Queridas viajeras, queridos viajeros… continuamos conviviendo con la familia Durrell al completo (y otros animales) en la maravillosa Corfú. En la isla donde todo puede suceder.
En estos cinco capítulos que esta semana leemos y comentamos, la familia pasa de vivir en la villa color narciso, una casa grande, destartalada y magnifica, a la villa color blanco, una casa más modesta en medio de un jardincito… Cada uno de los capítulos compone, por sí mismo una gran aventura y un relato lleno de humor y ternura.
El capítulo 11, sin duda, es el de la celebración del cumpleaños de Gerry y de su astuto plan para conseguir un bote propio y, así, poder explorar el archipiélago encantado y recolectar fauna marina. Pero, la fiesta… ah, la fiesta. Toda esa gente excéntrica entrando y saliendo, bailando, rodeados de perros, con un montón de comida, un mayordomo viejo que sirvió a la realeza, un Spiro bebido y obsequioso, un doctor padre de seis hijos y deseando traer más sal mundo (¡es asquerosos!, dice el griego Spiro, antes de lanzarse a bailar con él…), Lugaretzia, doliente y enseñando las heridas de la batalla en el dentista. Simplemente, fabuloso.
En “El invierno de las chochas”, el autor relata otros dos episodios divertidísimos: el del amor truncado entre Margot y Peter donde unos y otros parecen interpretar un papel “la familia se lanzó a la farsa con entusiasmo”. La madre y los hermanos de Margo, contrarios al romance pues toda la familia se oponía a que Peter ingresase en su seno; y Spiro, llora con Margo mientras aposta a hombres armados para impedir que Peter vuelva (¡insensato!) a reclamar el amor de la joven Durrell. Todo ello es excelente. La soledad que, en su papel de doncella doliente, la joven heroína busca con insistencia la lleva a embarcarse (sin permiso) en el bote de Gerry y regodearse en su aflicción en un islote cercano… Lástima que el siroco, precedido de unas graves quemaduras que casi la dejan ciega, complicasen su vuelta a casa… Pero eso la curó de sus paseos lastimeros.
El segundo suceso es el incendio de la viga maestra… y es que, ¿no os parece francamente divertido el modo en el que Gerry retrata a Larry? Irritable, fatuo, displicente… él todo lo hace bien. Y los logros de los demás son chiripa. Cuando, finalmente, Leslie le reta a que cace unas chochas y demuestre que es muy fácil cazar a dos pájaros simultáneamente, la familia se lanza (de nuevo, con entusiasmo) a la cacería, de buena mañana. Todo acaba como es de esperar, resbalón en la ciénaga, barro, agua, resfriado, botellas de alcohol y un fuego en la habitación… ¿qué podría salir mal?
De nuevo, la familia se muda; esta vez, a una casa más pequeña. ¿La razón? Impedir que una familiar inglesa vaya a visitarles. Las conversaciones que cierran cada una de las partes del libro son oro puro. Los Durrell, sentados en la terraza, comentando la correspondencia, las revistas, los sucesos… unidos por un objetivo común, en este caso, evitar a los parientes chinchosos y depresivos (por cierto, menuda panda de excéntricos los familiares ingleses. A su lado, los Durrell son de lo más anodino).
En la tercera parte, ya instalados en la villa de color blanco, vuelven las historias de los animales de Gerry (en realidad, nunca se agotan, y Roger tiene a dos perritos más de compañeros…), pero es que las historias de las salamanquesas y las mantis son… me quedo sin adjetivos. El duelo entre Gerónimo, la aguerrida y solitaria salamanquesa y Cicely, la gigantesca mantis, es tan cruel y tan de verdad como solo puede serlo la naturaleza.
¿Y los orondos (y repugnantes, soy de la opinión de Spiro) sapos? Pero… ¿Y las urracas? O ¿como diría Spiro, las Gurracas? Protagonistas de dos contratiempos enojosos y divertídisimos: el destrozo del cuarto de Larry (se emplean a conciencia), y su consecuencia, la construcción de una jaula con su nuevo preceptor, el señor Kralefsky, la lucha libre entre preceptor y discípulo, y la lesión… Pero el señor Kralefsky merece un poquito más de atención.
Este buen hombre, coleccionista entusiasta de pájaros, vive con su madre, una mujer envuelta en una larga cabellera y empequeñecida por la vejez quien, a su vez, vive entre flores que hablan… Todo ello roza el realismo mágico. La señora, envuelta en su larga melena, la cantidad inusitada de flores, el desván, inundado de luz, repleto de jaulas con aves… y la fantasía exuberante (como el número de pájaros y de flores) de este hombre que inventa e inventa aventuras en las que siempre hay una dama en apuros (por un perro, por un espía, por un malvado maltratador)… Aventuras en las que él se reserva el papel de relumbrón: él es el héroe, el salvador, el que es capaz de estrangular, pelear, acuchillar.
Y luego (y siempre) está la madre, Luisa Durrell, que incorpora otro animal a familia, la perrita , fea y extraña, Dodo. Y su cría… Imaginar a la hija de la criada con el cojín, llevando al perrito, tras Dodo y Luisa, es, simplemente, una delicia más de este libro. Como lo son las presencias constantes de Spiro y Teodoro, los amigos leales de los Durrell… el último capítulo es de una belleza absoluta. ¿Quién no querría ir a ese lago, pasar el día sesteando, contemplar la belleza de los lirios, comer, tomar el té, conversar y solazarse?
Como ya hemos comentado, el texto es una sucesión de descripciones vívidas, metáforas y comparaciones en las que el reino animal y los paisajes, así como el mar, el cielo, la propia isla, son recurrentes y hermosas.
Personalmente, me gusta que esta familia se mude tanto… pero lamento perder a Lugaretzia, me parece un personaje fascinante. A estas alturas, creo que todos tenemos un personaje favorito. ¿Cuál es el vuestro? ¿La madre, comprensiva, despistada, amorosa? Tal vez, ¿Leslie? ¿O será Larry, el irritable y presuntuoso escritor? ¿O Margo, la jovencita excéntrica? ¿O es nuestro Gerry? O Spiro, o Teodoro, o los preceptores… Contadme.
Si tuviese que resaltar una palabra sería entusiasmo. La familia Durrell se lanza a todo (conversar, discutir, quererse, solazarse, mudarse, llorar, reír, vivir) con verdadero entusiasmo. Y este libro, a mí, me provoca entusiasmo también. Dan ganas de mudarse a Corfú, aunque uno sea plenamente consciente de estar leyendo una idealización. Pero qué idealización tan encantadora.
¿Qué opináis, lectoras, lectores? Vuestro turno.