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Comenzamos viaje...

Libro que estamos comentando: 
Los senderos del mar: un viaje a pie

Queridas viajeras, queridos viajeros,

Siempre es gozoso comenzar un nuevo viaje: preparar la mochila, revisar las botas, recorrer, con el dedo, la línea que marcará nuestro itinerario en un mapa. Así ocurre cuando iniciamos la lectura de una nueva obra, con el desasosiego prendido en la piel, pues… tenemos una vaga idea de adónde vamos, pero mil y una cosas pueden torcerse y nuestro viaje lector terminar de manea abrupta, antes de llegar a la meta. Sin embargo, en otras ocasiones, todo parece encajar, las cosas van como se imaginaron (e incluso mucho mejor) y el viaje lector se nos hace corto, y querríamos continuar leyendo, viajando, contemplando paisajes y mares, recorriendo acantilados y playas… No sé, llamadme romántica viajera, pero tengo la sensación de que querremos quedarnos mucho tiempo recorriendo Los senderos del mar.

Volvemos en el club a leer una obra de María Belmonte, un viaje a pie por la costa vasca. En La costa vasca, un continente por descubrir, la introducción de la obra, Belmonte escribe: “Debo decir que adoro viajar a pie”. “Ponerse una mochila a la espalda y calzarse unas botas para lanzarse al camino supone también un humilde acto de subversión, una manera de dar la espalda a una cultura que prima en exceso el beneficio inmediato, la eficiencia y la rapidez, y rehúye las supuestas incomodidades de la vida al aire libre”.

Qué gustazo pausar el ritmo frenético del vivir.

Ese olor de una calle de Biarritz que Belmonte piensa y siente, pero al que no logra poner adjetivos más allá de intenso, fresco y salobre (a mí me parece más que suficiente), se convirtió en una llamada persistente que la autora no pudo desoír… y, así, se lanza al camino, “recorrer tranquilamente a pie la costa vasca, deteniéndome donde me apetecía, he tenido encuentros inesperados, pero también he aprendido a percibir los variados tonos que puede adquirir el océano, sus estados de ánimo e incluso eso que tanto atraía al poeta Shelley, su latido”.

En el viaje, Belmonte experimentará “la alegría del viajero que Leigh Fermour localizaba en los momentos en los que, cansado, el caminante aguarda una bien merecida cerveza mientras toma las notas de la jornada al amor de un buen fuego” y, también otros momentos de felicidad que “sobrevienen durante la marcha prolongada, cuando respiración, músculos y mente se acompasan y funcionan al unísono”. Belmonte no camina sola, pues en el camino la acompañarán fantasmas y voces del pasado… entre los que se hallan escritores, filósofos, viajeros… Todas las lecturas las hallaréis referenciadas al final del libro. Y, una pregunta… ¿podemos detectar algún otro momento de felicidad en un viaje?

Un universo de roca y agua

Agua, roca, arena y ciudades como Bayona, Biarritz, Hendaya y San Juan de Luz…

 “La sensación acuática era profundamente estimulante”. “A la altura de la playa de Les Cavaliers apareció la primera figura humana en el paisaje. Un surfista con su traje de neopreno avanzaba decididamente hacia el mar, tabla en mano. En la línea del horizonte el cielo se había vuelto color tinta, mientras la enorme extensión de agua iba adquiriendo sombríos tonos verde-grisáceos y una sospechosa calma que contrastaba con la blancura de las olas rompiendo en la orilla y el color oro viejo de la arena”.

“un ser humano de espaldas se encuentra absorto en la contemplación de una naturaleza que le desborda…”

En Bayona, María Belmonte vuelve a su adolescencia, como Víctor Hugo volvió a su niñez… (qué interesante la historia de Hugo en Bayona y en Biarritz). Se trata de una ciudad mestiza, en culturas, idiomas, religiones… Una ciudad majestuosa, la catedral, los ríos Adour  y Nive, sus historias de primeros amores (la del poeta y la de la autora del libro), y deliciosa, humm, ese chocolate.

¿Os ha ocurrido eso de visitar un lugar querido y no reconocerlo, no sentir lo que esperabais?

Biarritz es ese lugar que evoca grandes fiestas, bodas, ceremonias de pompa y circunstancia, lujos, villas, palacios.

Víctor Hugo se enamoró de Biarritz para él no existía un lugar más encantador y magnífico, y tenía miedo de que se pusiera de moda. ¿Qué pensaría Hugo ahora de Biarritz? Qué tremenda disyuntiva: poner de moda un lugar significa que pierde su esencia, pero si nadie va, si no existe…

El surf, las olas viajeras (qué vértigo pensar que una ola pueda viajar hasta 5.000 metros para ir morir a nuestros pies). ¿Habéis practicado surf? ¿Os gustaría?

De Bidart a Hendaya llegando a San Juan de Luz… toda esta es una zona sumamente bella, donde el mar, la roca, la arena, y la vegetación reinan. Me encanta esta cita de Rachel Carson que cita Belmonte en el libro:

“La arena es una sustancia bella, misteriosa e infinitamente variable. Cada grano de una playa es resultado de procesos que se remontan a los brumosos comienzos de vida, o de la propia tierra”.

Y, por supuesto, la historia de Antoine Abbadie y su castillo, excéntrico y hermoso, la pradera que se extiende en torno a él y se precipita al mar…

¿Qué os ha parecido esta caminata? ¿Habéis visitado alguna de estas ciudades?

Es vuestro turno, lectoras, lectores. ¿Nos leemos?