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Los recuerdos del porvenir, II

Libro que estamos comentando: 
Los recuerdos del porvenir

Hola a todas y todos, continuamos deambulando por Ixtepec, avanzando según el mapa de sus historias y los personajes que las urden y habitan. Esta semana os propongo leer desde el capítulo VIII hasta el XIV, ambos incluidos, es decir, unas 75 páginas (en mi edición: pp. 82 a 156). La lectura ya es muy enganchosa en estas páginas y con gusto habría seguido leyendo, pero es que es en este punto donde termina la primera parte del libro y eso le da una cierta unidad al tramo de esta semana. También esto facilita coger el ritmo a quienes se han enganchado a última hora al club para leer este título. 
Dicho esto, vamos al lío.
 
ESTA SEMANA
La historia esta semana sigue girando alrededor de Julia, la querida del general Rosas. No despistéis la mirada sobre las protagonistas del libro. La autora dice mucho aun cuando calla.
Esta semana, desde las primeras páginas, se ahonda en un problema que ya hemos entrevisto antes: tener una querida no significa tener su amor. Rosas parece chocar una y otra vez contra ese muro inquebrantable que es Julia: "Su frente era un mundo altísimo que la separaba de él. Detrás está engañándome, se dijo, y la vio galopando en paisajes desconocidos, bailando en oscuros salones de pueblo, entrando en camas enormes, acompañada de hombres sin cara." (p. 87), es como si ella viviera en otro sitio, muy lejos de él y de sus abrazos y su deseo, muy lejos de su jaula de oro (el Hotel Jardín), muy lejos de Ixtepec. Aunque tal vez no haya sido Rosas quien obligó a Julia a iniciar ese exilio del mundo: "La codicia en los ojos de los demás había abierto ese foso entre ella y el mundo. Poco a poco, obligada por la avidez que despertaba y que la hacía sufrir, se retiró de sus amistades y se entregó a una vida solitaria y ordenada." (p. 90). Qué situación tremenda, ¿no os parece? Rosas ha servido a la autora para personificar el problema, pero el problema no es de un hombre, es de una comunidad, de una sociedad. ¿Qué opináis sobre esto?
Existe también un contraste entre las queridas que viven en el Hotel Jardín y las "cuscas" que viven en el prostíbulo; igual que existe un notable contraste entre quienes visitan a unas y quienes visitan a las otras (nada más y nada menos que Juan Cariño en este caso, que vive, de hecho, allí con ellas). Un contraste, sí, pero también un reflejo de algo que está ocurriendo en muy distintos planos de la sociedad, ¿no os parece?
Y en medio de ese tremolar está Julia, de quien dice Luchi (una de las cuscas): "Tal vez [tenemos envidia de Julia] porque a ninguna de nosotras nos quieren como a ella." (p. 134), mientras, unas líneas después vemos a Julia recibiendo el auxilio y las cataplasmas de Gregoria, quien "curó la piel ensangrentada de la más querida de Ixtepec." (p. 135). Qué paradoja. La más querida, la tan maltratada. Qué será eso a lo que están llamando querer.
Por otro lado hay otro colectivo que pasa como de puntillas por la novela, pero que no deja de tener una abrumadora presencia: los indios. Un colectivo que vive en un Ixtepec muy distinto al de los protagonistas. Esta referencia continua (que parece gritar aunque se haga en voz baja) nos impide mirar hacia otro lado. Es brutal.
Hay un momento maravilloso en estas páginas en el que los tres hermanos Moncada se plantean poner en pie una obra de teatro. Tal vez esta sea una manera de reivindicar el arte para respirar: "Era muy dulce saber que podíamos ser algo más que espectadores de la vida violenta de los militares, y casi sin darnos cuenta nos alejamos de los balcones del Hotel Jardín" (p. 131).
Ya vamos a ir terminando, pero antes dejo aquí una cita que merodea alrededor del querido Juan Cariño: "Tal vez los actos quedan escritos en el aire y ahí los leemos con unos ojos que no conocemos." (p. 95)
 
Pasad unos buenos días de lectura.
Os leo en los comentarios.
Saludos cordiales, 
Pep Bruno