2ª parte. Hasta el viaje en metro de Carvalho a San Magín
Llamar 'novela negra' a LOS MARES DEL SUR es limitar sus posibilidades de difusión, adjudicándole una etiqueta que, es cierto, le puede acercar a un público fiel que lee novelas de este género. Sin embargo, esta calificación reduce los valores de una obra que, partiendo de los estereotipos de la narración policial (detective, crimen, investigación y desenlace) añade otros aspectos capaces de satisfacer las expectativas de cualquier tipo de lector, ya sea especializado, intelectual o lector popular.
Al fin y al cabo lo que encontramos en LOS MARES DEL SUR es una novela que contiene un esquema clásico, reproducido muchas veces (un detective que tiene que averiguar las causas y el causante de un asesinato) al que el autor trufa con otros materiales poco habituales: gastronomía, lenguaje popular, sexo, libros expurgados y quemados, política o crítica literaria.
De esta forma se produce un efecto, seguro que buscado por Vázquez Montalban, que tenía una cultura y un bagaje de lecturas inacabable (se había pasado tres años en la cárcel, durante la dictadura, por pertenecer al organigrama del PSUC), por el que esta novela ofrece distintos niveles de lectura según sea la implicación o el nivel cultural del lector. Un lector compulsivo y poco exigente de novela policíaca puede disfrutar con una trama que sigue los canones establecidos en el género por los maestros americanos de la Edad de Oro de la Novela Policíaca, por otra parte, si se produce la complicidad con el lector, este podrá, o no, decodificar todo todos los elementos que Vázquez Montalbán ha introducido en la novela, no solo elementos culturales, si no también sociales o generacionales. Por ejemplo, los poemas que se encuentran en el bolsillo de Stuart Pedrell, gracias a los conocimientos enciclopédicos del amigo Beser, "Piu nessuno mi porterà nel sud", 'Ya nadie me llevará al sur', sabemos son versos del premio Nobel Salvatore Quasimodo, que, a la vez, entroncan con textos de Cesare Pavese, T.S.Eliot e, incluso, Lorca: 'Aunque sepa los caminos, nunca llegaré a Córdoba".
El lector avezado puede seguir con detenimiento las disertaciones etílicas, pero lúcidas, del amigo de Fuster tras la pantagruélica comida con paella que se relata en esta parte. Si no, podrá obviar los detalles y disfrutar con las escenas, bastante cómicas, de esta comida, centradas en las discusiones de los dos compañeros de Carvalho, valencianos de Morella, por establecer cuáles son los ingredientes correctos de la paella que se elabora en el Maestrazgo.
En cualquier caso, a Carvalho se le advierte que la huida de Stuart Pedrell a los mares del Sur puede ser tanto real como figurada y que el añorado Sur puede estar en cualquier sitio donde el deseo de alejarse de su vida monótona y sin alicientes lleve a la persona que busca nuevas ilusiones.
De estas referencias culinarias los expertos en Carvalho afirman que su objetivo es ralentizar la acción y no convertir la investigación en un frenético deambular por Barcelona, como les ocurre a otros detectives. Además, lo que se come en esta novela dice mucho de los personajes. Biscuter prepara unas patatas a la riojana que hacen perder el sentido al detective, él mismo se afana por reproducir las berenjenas con bechamel de gambas y jamón, que probó el el murciano Rincón de Pepe hace unos años, mientras la ninfa Jésica duerme en su cama, y mi escena preferida, cuando el marqués de Munt invita a Carvalho a merendar Chablis con morteruelo.
Nada puede ser más elitista y, a la vez, más popular que mezclar estos dos productos tan dispares. Solo lo puede hacer un personaje con tanta libertad, tantas experiencias y tan desinhibido como el marqués. Carvalho y las mujeres es otra categoría a tener en cuenta.
Con Jésica, la hija de Stuart Pedrell, se comporta como si fuese un imitador de Humphrey Bogart, quitándosela de enmedio con disciplencia, mientras que le tira los tejos a una lesbiana después de la conferencia sobre novela negra. Todo le puede pasar en su vida, y de todo aprende, pero intenta siempre mantener su integridad, aunque muestra muchos resabios del tópico y típico detective de las películas clásicas del género, personalizados en la figura de Bogart.
De la investigación va obteniendo pocas pistas y escasos detalles de la personalidad del difunto. Conversa con sus socios, con su familia y con sus mujeres, y de todos solo consigue una imagen distorsionada y nada definida de un personaje como Stuart Pedrell.