Nuestros Clubes de Lectura

Literatura de viajes

Club de lectura de poesía.

Literatura juvenil

Clásicos universales

Novelas de género (novela negra, ciencia ficción, etc.)

Los diarios del opio, hasta el capítulo 2, incluido

Libro que estamos comentando: 
Los diarios del opio

Queridas viajeras, queridos viajeros:

Comenzamos a viajar tras los las huellas de grandes escritores que encontraron la perdición en Oriente. En Los diarios del opio, David Jiménez mezcla el reporterismo con el libro de viajes recreando las experiencias de un abanico de autores cuya fascinación por el Este comparte. Como nos revela al final del  primer capítulo:

Quizá si seguía las huellas de todos ellos, viviendo los lugares y revisitando las gentes que aparecen en sus libros, daría con algo que se me pasó por alto y que, con la ayuda de su mirada, se presentaría ante mí con la obviedad de las cosas que siempre han estado delante de nuestras narices, sin que las veamos. Tal vez entonces, al regresar a casa, me sentaría en el sofá y podría dar mi viaje por finalizado. Y decir: Lo encontré.

El secreto oculto de Oriente.

Como sabéis, para esta primera semana de viaje leemos y comentamos los dos primeros capítulos

Capítulo 1 William Somerset Maugham en Indochina

A William Somerset Maugham lo define David Jiménez como el escritor de viajes honesto. Podría presentarnos a grandes personajes orientales, aún sin entenderlos, pero está más cómodo diseccionando a expatriados que han caído por aquel mundo a menudo sin saber cómo ni por qué.

En 1923, con 49 años, este escritor "hijo del Imperio", autor de muchísimo  éxito, emprende el viaje con una nutrida partida de cocineros, sirvientes y porteadores. Viaja como solían hacerlo los viajeros victorianos, llevando a cuestas todas las comodidades posibles, si bien estas no le salvan de la malaria y otros padecimientos que entorpecen y dilatan su itinerario. El viaje por esas tierras era peligroso, fueras quien fueras, tuvieras fortuna o no. Toda estas aventuras recorriendo Birmania, Siam e Indochina, las narra en su obra El caballero del salón que, por las referencias que he encontrado en la red, parece ser un texto ágil, perspicaz y lleno de humor e ironía.

En este primer capítulo, en el que Jiménez narra algunas de las peripecias vividas por Somerset Maugham entrelazándolas con algunas experiencias propias, podemos fijarnos en un variado abanico de asuntos.

Uno de ellos es un tema al que se aborda en casi toda la literatura de viajes: ¿por qué viajamos? ¿Qué es viajar? ¿Qué es ser viajero y qué es ser turista? Parece que David Jiménez también viaja por la misma razón que Maughan: para escapar del aburrimiento de ser nosotros mismos. ¿Para vivir otras vidas? ¿Para inventarnos otros yo? ¿Para buscar algo, un sentido, un misterio, una esencia?

Maugham creía que el viaje era una búsqueda sobre cuyo éxito resultaba difícil ser optimista.

Otro tema importante es la atracción de los hombres occidentales por Oriente: sexo, promesas de libertinaje y, curiosamente, amor. Da mucho qué pensar el papel de la mujer en Tailandia, ofrecida al occidental como un recurso turístico más y cómo estos hombres vivían (e, incluso, viven) esta situación como algo extraordinario, acostumbrándose a que la mujer juegue el rol de sirvienta, de esclava sexual, un poco al estilo de las geishas (salvando las distancias). Enfrente, claro, está la pobreza de la población autóctona y la salida de ella que supone para las familias el que sus hijas se relacionen e, incluso, lleguen al matrimonio con hombres “farang”. Quizás el tema con mayúsculas es el de la prostitución propiciada y reglamentada por el gobierno, con la complicidad de los extranjeros que se benefician de esa desprotección (proxenetismo, en definitiva).

Jiménez detalla el encuentro de Maugham con Grosely, el aduanero portuario que trabajó duramente durante dos décadas para volver a su tierra natal como un triunfador, y regresó, porque allí era un infeliz. Cuando el escritor se encuentra con él, en Vietnam, en una casa-burdel, está con una mujer con la que ha tenido un hijo y su suegra le prepara las pipas de opio, manteniéndolo en una felicidad bovina e ignorante. Este encuentro lo vincula Jiménez con ese amigo que era un verdadero playboy en Oriente y que, al volver a Madrid, se convirtió en un hombre normal y corriente que, ¡atención!, se asombraba de que para ligar hubiese que hablar.

De los lugares que recorre Maugham y los que, por supuesto, conoce muy bien el autor de Los diarios del opio, no podemos dejar de referirnos a los templos de Angkor, (curioso que ya se quejara aquel de las muchedumbres), y de Malraux, que parece que se llevó unos cuantos fragmentos de frisos. El expolio del patrimonio cultural, la poca o nula atención a lo antiguo del asiático, también es otro tema importante. Si no se detienen en el pasado porque no tienen tiempo y lo que les ocupa es el futuro… ¿no será porque bastante tienen con sobrevivir cada día?

Por cierto, la bahía de Halong en Vietnam, me parece alucinante… ¿Algún afortunado que la haya visitado?

Algunos enlaces:

Capítulo 2. Joseph Conrad en Borneo.

Como escribe David Jiménez, si Maugham

viajaba por placer, en lo que fueron los orígenes del turismo tal y como lo conocemos hoy, a Conrad le duelen las desigualdades de un mundo donde los fuertes utilizan su riqueza para oprimir y saquear a los pueblos más débiles. Los expatriados que aparecen en sus obras forman parte de la estirpe de aventureros motivados por la conquista, el descubrimiento, la búsqueda de la fortuna y, por supuesto, la codicia.

Conrad se aloja en el Oriental en 1888, el hotel en el que, años después recalaría un febril Maugham... Los autores no pueden ser más distintos.

esgrana Jiménez algunos de los temas de la primera novela de Conrad, La locura de Almayer, ambientada en el siglo XIX en Borneo: un escenario alejado de la civilización pero no de las intrigas y miserias humanas.

Y es que Conrad las había experimentado muy intensamente y desde muy joven. Parece que la disciplina del mar, embarcado durante dos años en una travesía durísima, le salvó de una vida sin objetivos y le otorgó la disciplina y la fuerza necesarias para convertirse en el magnífico escritor que fue. Sobre todo le dio persistencia, tenacidad. (Además del ultimátum de su tío, claro está. O haces algo con tu vida, o cierro el grifo).

El escritor Jack London encarna el arquetipo del escritor aventurero, arrojado y valiente, conocedor (por haberlo vivido en primera fila) de la negritud que puede instalarse en el corazón de los hombres. Las selvas impenetrables, las promesas de tesoros escondidos, el conocimiento de las personas y tribus… todo ello alimenta las novelas de London (al igual que le ocurría, con sus propias aventuras, a Somerset Maugham).

De este capítulo, además de los dayaks (y el desarraigo, a todos los niveles, a la que se ven sometidos), me ha llamado mucho la atención Brunei y su forma de gobierno, que se revela como altamente inestable, ineficiente e insostenible. Que la monarquía provea a todo su pueblo de casa, comida y ocupación (sin objetivo alguno) con la contraprestación de saquear a manos llenas las riquezas del país, hacer y deshacer, gastar y dilapidar, sin que nadie les pida cuentas, ya se ve que no es la mejor solución para generar riqueza y estabilidad en un país. Por contraposición, la humanidad buena de la primatológa Karmele Llano. 

En este capítulo, al igual que le sucede con Grosely y Maugham, Jiménez reflexiona sobre los Almayer que ha conocido a lo largo de su vida:

“hombres y mujeres que partieron en busca de la promesa de Oriente sin encontrarla. ¿Quién era yo para creerme diferente?”

Algunos enlaces:

Y, una última pregunta: ¿habéis leído algo de Somerset Maugham? ¿Y de Jack London? Contadme, contadnos. 

¿Nos leemos?

Fotos: