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Capítulos 9 y 10 de "Los diarios del opio"

Libro que estamos comentando: 
Los diarios del opio

Queridas viajeras, queridos viajeros:

¿Cómo estáis? Encaramos la última etapa de nuestro viaje lector. Esta semana conversamos en torno a los dos últimos capítulos de Los diarios del opio: Nicolás Bouvier, Japón y Tiziano Terzani, Tailandia.

El misterio de Oriente, desentrañar la fascinación de todos los autores que se dejaron atrapar por ese “halo de misterio” (incluido David Jiménez) atraviesa todos y cada uno de los capítulos de este libro, todas y cada una de las vivencias propias y ajenas que Jiménez va recopilando, como un entomólogo. Al final, el autor de Los caminos del opio no está seguro de haberlo encontrado, ni de querer hacerlo:

“Tenía la sensación extraña de estar cerca y, a la vez, no querer descubrirlo nunca: el misterio que me hace volver una y otra vez. Si diera con él, ¿acaso no me estaría robando a mí mismo el deseo de continuar el viaje?”

No sé si conocíais a Nicolás Bouvier, escritor, fotógrafo, viajero pausado:

“Encuentra el placer de viajar, descubriéndose a sí mismo como un viajero pausado. Quiere vivir cada lugar: olerlo, saborearlo, empaparse de su cultura y entenderlo.”

De este capítulo, el noveno, me ha gustado no sólo conocer su figura, sino también ese viaje que realiza con su amigo el pintor Thierry Vernet, y, sobre todo, esa fascinación, esa atracción por Japón. Atracción por el país nipón que ha llegado hasta nuestros días. ¿Será porque Japón es un país armonioso, que busca la belleza en la simplicidad, la limpieza, el orden? ¿Será por el carácter de sus habitantes, que intentan molestar lo menos posible al otro, y no quejarse porque quizás el otro ha sufrido más que uno mismo? ¿Será por ese orgullo y esa dignidad defendida con rigor medieval? Y, sin embargo, en este país tan civilizado, tan estético, tan considerado y amable, el número de suicidios es elevadísimo, existen la corrupción y la peligrosa mafia Yakuza, hay miles de jóvenes que optan por no salir a la calle y pasarse su vida encerrados en sus habitaciones, frente a una pantalla. O la intolerancia con el extranjero,  buscando mantener la pureza de su espíritu. ¿Cómo puede ser un país tan avanzado (económicamente, tecnológicamente...) y tan poco evolucionado en sus creencias, en sus tradiciones?

Otro hecho muy curioso que narra David Jiménez es el alivio que sintió la población de Kioto durante la pandemia, con las calles vacías, libres de turismo. Por fin la ciudad recuperó la belleza. Es paradójico que un pueblo de samuráis, de conquistadores, esté siendo conquistado por hordas de turistas. (Muy gráfico eso de que el samurái no se ha extinguido, ha cambiado la espada por el maletín).

Dice Jiménez que Bouvier cuenta Japón sin juzgarlo, y que tal vez deberíamos aceptar que Occidente jamás entenderá a Oriente. Y viceversa.

En estas páginas, el escritor no sólo nos presenta a Bouvier y  a las personas que lo rodean, sino que nos habla del profesor Kung, una persona singular con el que comienza una relación estrecha de amistad. Me he quedado con ganas de un libro que cuente su historia con detalle (pese a todo lo que nos cuenta sobre él en este capítulo).

Algunos enlaces:

En el último capítulo, el de Tiziano Terzani y Tailandia, me ha recordado a la célebre canción de Joaquín Sabina, Peces de ciudad: “al lugar en que has sido feliz no debieras tratar de volver” ¿Qué pensáis vosotros de ello? ¿Hay que regresar, pese al cambio inevitable del lugar y de nosotros?

Me ha resultado muy interesante la anécdota por la cual Terzani deja de viajar en avión durante todo un año, que es el germen de su libro Un adivino me dijo. También sorprendente que sus jefes de Dier Spiegel aceptasen. 

“El avión, con todo su pragmatismo, fiabilidad y rapidez, es el antiviaje: una manera de trasladarse de un lugar a otro sin conocer nada de lo que hay entre medias. Te obliga a pasar por alto gentes, ciudades, aldeas y experiencias. Desde las nubes contemplas el mundo sin olerlo, oírlo o tocarlo, mientras te sirven un pollo plastificado y vino tóxico.”

Dice Tiziano Terzani en Un adivino me dijo:

“La verdad es que, con cincuenta y cinco años, uno siente el gran deseo de añadir una pizca de poesía a su propia vida. Mirar al mundo con nuevos ojos, releer a los clásicos, descubrir de nuevo la salida del sol, descubrir de nuevo que hay una luna en el cielo y que el tiempo que marcan los relojes no es el único que existe. Aquella era mi ocasión, y no podía dejarla escapar.”

Terzani que medita, consulta a adivinos, y trata por todos los medios de acercarse a Oriente, maldice la aproximación de éste al materialismo capitalista de Occidente, que levanta edificios de hormigón y cristal, centros comerciales donde todo se vende y se compra... En sus últimos años su aspecto es casi el de un chamán.

Hay un cierto paralelismo entre el amigo de David Jiménez, Xavi Comas y su isla paraíso, con el profesor Kung y su aldea balinesa paraíso... ¿la isla se degradará, pese a todas las precauciones y normas, como ocurrió con la aldea? ¿Existen, aún, los paraísos?

Algunos enlaces:

¿Nos leemos?