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3ª parte. Hasta FIN DE LA CONVERSACIÓN

Libro que estamos comentando: 
Los Caín
En lo que llevamos leído de la historia que ocurre en Somino habíamos echado en falta la presencia de alguna autoridad para que los hechos (la muerte de los ciervos, las de los gallos y las gallinas, las pintadas, las ruedas de tractor pinchadas, las pedradas, las hostilidad hacia los guardias civiles ... ) fuesen algo creibles. En un pueblo castellano de mediados de los 70, por muy mágico que fuese, ya sabemos que había un médico, un cura, un veterinario, pero faltaba la presencia de un alcalde.
 
Don Anselmo, el alcalde, al que únicamente vamos a conocer en este capítulo, lleva más de treinta años en el puesto y no parece excesivamente procupado por la tensión que se está generando en su pueblo. Después de la muerte de Antonia Lobo, acude su padre, el Cejas, a hablar con don Anselmo y se produce una conversación kafkiana: el Cejas le insta a que se preocupe por la continua presencia de los "Verdes" y el alcalde se sorprende de que todavía no le hayan devuelto el cadaver de su hija y, consecuentemente, no la hayan podido enterrar.
 Buchina en una tierra de cultivo en Morales del Vino (Zamora)
 
Algo raro han debido encontrar la policía y los forenses para no devolver a su familia el cadáver después de una semana. La novela, sorpresivamente, adquiere unos tintes negros, los producidos por una muerte poco clara.
 
El relato va alternando, a veces de forma lineal, a veces de forma desordenada, el punto de vista narrativo. El autor consigue con ello ir creando una estructura narrativa bastante original. Al principio utiliza más a una tercera persona como narrador omnisciente y después lo va combiando con la primera persona de su amigo Javier, que parece que está narrando, diez años después, lo que le ha ido contando Héctor de su estancia en Somino.
 
Sin embargo hay hechos que se escapan de lo que Héctor hubiese podido saber sobre lo que ocurrió durante el curso que pasó en el pueblo. No hubiese podido saber con tanto detalle que después de las muertes de los ciervos empezase un período en el que a los de Somino les diese por romper las lápidas y los abalorios del cementerio, unos hechos sobre los que don Miguel, el nuevo cura, investigó sin mucho éxito. Al fin y al cabo el cementerio era su territorio y, aunque la falta de feligreses en la comarca no le permitía atender en exclusiva a Somino, la importancia y el respeto que daban los vecinos a sus muertos sobrepasaba con mucho la que profesaban a los vivos.
 
Como casi siempre en el mundo rural, la relevancia con la que se convive con los muertos, con las tumbas y con los cementerios es superior a la que ocurre en las ciudades. En Somino el recuerdo y la tumba de la niña Esther está presente en toda la narración y todavía no sabemos la causa de esa veneración, que lleva a todos los vecinos a poner flores en su tumba o a santiguarse cuando se pasa por delante.
 
La relación entre la muerte hace unos años de Esther y la "buchina" (buscad en el diccionario) es evidente, pero no sabemos todavía la relación completa de los hechos. Tal vez sea ese uno de los misterios que guardan con tanto celo los vecinos de Somino. ¿La niña se ahogó o la ahogaron? Por ahora los Verdes, Verde y Verdín, como los apoda Enrique Llamas, se dedican a investigar por todo el pueblo la presencia de una buchina que ya no existe. Y sus preguntas causan pánico entre los vecinos. Hay un evidente pacto de silencio.
 
También sorprende un comportamiento ancestral y primitivo que afecta a los vecinos, algunos como víctimas, otros como ejecutores. Es el repentino acoso a pedradas que se generaliza en algunas calles del pueblo. Fachadas y personas sufren el impacto indiscriminado de piedras lanzadas bajo la cobertura de una espesa niebla que oculta a los culpables. Las dreas, los combates a pedradas, siempre han sido una costumbre o comportamiento habitual, sobre todo entre los muchachos, en los pueblos (sobre todo cuando había piedras por la calles), pero en Somino no respetan a niños o a mayores y parece que tienen como objetivo amedrentar o castigar a alguien, aunque desconozcamos los motivos. Héctor y las ventanas de la casa en la que vive es uno de los objetivos principales. El odio que le profesan, recordemos que lo creen responsable de hacer las llamadas a la Guardia Civil, va aumentando día a día.
En su casa se siente continuamente vigilado y en el colegio los chicos se muestran feroces con él: le han puesto el apodo de El Bombilla. Ya sabe que "todas la peleas infantiles eran una sombra más o menos nítida del mundo de los adultos". Solo encontrará alivio en el pequeño espacio de la sala de profesores. Allí entabla frecuentes conversaciones con sus compañeros Sagrario y Federico, que le intentan explicar la peculiar idiosincrasia de los habitantes de Somino. La actitud se puede resumir en la frase que Argimiro, el director, le dice a Sagrario: "no te metas en problemas hasta que los problemas no se metan en tu casa".
 
La imagen que aparece en esta entrada corresponde a una buchina en una tierra de cultivo en Morales del Vino (Zamora).