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Capítulo III. Las grandes damas del Continente Negro.

Continuamos nuestro viaje de descubrimiento de grandes mujeres (algunas de ellas, tocadas por un halo extra de locura genialidad e ingenuidad…) que se sintieron cautivadas por África en el siglo XIX: Alexine Tinne, Florence Baker y Mary Kingsley.
Quiero reseñar, aunque sea brevemente, las dos mujeres que Morató destaca en el prólogo: el modo en que Anna Maria Falconbridge dio un giro a su vida con el viaje, el posterior fallecimiento de su esposo, una nueva (y rápida) boda, testigo de excepción de la fundación de Freetown y escritora de un libro (Dos viajes a Sierra Leona). ¡¡Y en el siglo XVIII!!
Morató equilibra la balanza y nos muestra otro tipo de viajera, la excéntrica de métodos poco convencionales, estrafalarios (por no tildarlos de mamarrachadas, perdonadme), pero que funcionaron: May French Sheldon, la norteamericana escritora de artículos y relatos viajeros sobre  sus aventuras patrocinadas por el infame rey belga Leopoldo II. Una escritora de panfletos publicitarios en los que negaba el genocidio. El ying y el yang.
 
Sin duda, creo que se me ha abierto el apetito lector y cinéfilo sobre el rey Leopoldo y las infamias que se hicieron en el Congo bajo su reinado. El libro de Adam Hochschild que cita la autora es unánimemente alabado. Parece que habrá película, dirigida por Ben Affleck, pero ya para 2023.
Alexine Tinne. La “Reina del Nilo Blanco” (1835-1869). He de reconocer que la lectura del viaje de esta dama riquísima (acompañada de su madre y de su tía, de innumerables animales, porteadores, baúles, sirvientes, etc., etc.,), me provocó irritación. Me pareció que las Tinne eran mujres caprichosas y volubles, que no sabían a lo que se enfrentaban y que se lanzaron a una aventura peligrosa sin ponderar que las conduciría a la muerte. No eran conscientes de ello. Y que sus insensatos viajes en busca de las fuentes del Nilo blanco serían, también, la muerte de las personas que las acompañaron.
Fueron engañadas, dilapidaron fortunas empeñadas en conseguirlo (Alexine, su madre solo quería complacerla, creo), y tuvieron un final horripilante. Pero también es cierto que estas debilidades e ingenuidades provocadas por una vida de lujos y riquezas aisladas de la realidad, eran compartidas por muchos otros viajeros de la época. Claro que eran hombres y, quizás, se les perdonaba o justificaba por esa condición. (Es increíble la cantidad de cosas y cachivaches que llevaban, claro que era práctica común entre los exploradores que podían permitírselo. Pero es que es … poned vosotros los adjetivos).
¿Cómo os habéis sentido al leer sus tropiezos, sus sueños casi infantiles? Me llamó mucho la atención la historia de amor de su tía en la corte rusa (y su renuncia dictada por su  inquebrantable moral victoriana), y también, he de reconocer, el arrepentimiento de Alexine y su negativa a volver a vivir en Europa. Sus últimos años se me antojan una especie de purga de la pérdida de sus queridas madre y tía.
Desde luego, una vida de leyenda no exenta de descubrimientos de valor científico, en este caso, botánico.
Florence Baker. Una heroína de novela 81841-1916). Si la vida de Mary Slessor parecía una película de aventuras, la vida de Florence parece una novela en la que cabe de todo un poco: aventuras, viajes, amor, aceptación, entrega, sacrificio, familia, oscuros orígenes…
Ya el arranque de la historia nos deja prendidos a ella: el descubrimiento, en un doble fondo de un cajón donde se guardaban juguetes, de una serie de cartas y un diario envueltos cuidadosamente en una tela de algodón africana.
Por un lado, tenemos la historia de amor entre Samuel y Florence, y por otro, sus viajes juntos, casi hasta el fallecimiento de Samuel, sin embargo a África Central, Florence se negó a regresar tras el segundo viaje. Hay que recordar el estado comatoso en el que cayó, estuvo a punto de morir. Ella y su esposo enfermaron gravemente muchas veces.
De nuevo, la búsqueda de las fuentes del Nilo y el segundo viaje, como mercenario europeo para Egipto… (Con el debido viaje al Canal de Suez, esta vez, sin Florence, porque no se lo permitieron).
Me pregunto cuándo comenzó a amar Florence a Samuel, ese hombre en la cuarentena que la compró en un mercado de esclavos. Lo que sí es cierto es que su vida cambió para siempre y para mejor, disfrutó de comodidades y lujos (en los periodos en los que su marido no la llevaba a través de los manglares y las selvas más infectas de mosquitos y moscas. Odio los insectos y las moscas, y eso que ellos me quieren muchísimo), del calor de una familia,  y se reconoció  su valía. Su propio esposo, la define como una heroína en su aclamado libro, nunca le negó el mérito debido (otra cosa fue la sociedad de su tiempo: el desplante de la reina Victoria, por ejemplo). A mí me asombra su serenidad, su aparente imperturbabilidad ante las dificultades, y el modo en que se mantenía ocupada. Los dos cazaban indiscriminadamente, es tremendo leerlo en nuestros días, ¿verdad?
Me pregunto, también, qué hubiera escrito la joven Florence sobre su primer viaje a África, cuando aún era la amante que Samuel. “Todo se lo debo a Sam”, solía decir a sus amistades...
Os dejo este artículo sobre Las fuentes del Nilo: otro mito que muere.
Mary Kingsley. La indómita victoriana (1862-1900). Creo que esta intrépida viajera despierta en nosotros interés y simpatía, ya desde el capítulo I, cuando conoció a Mary Slessor y se hicieron grandes amigas.
Tengo en mi diario de viajes anotado esto: “Un negro no es un blanco subdesarrollado de la misma manera que un conejo no es una liebre sin desarrollar.” Un peculiar estilo de explicar las cosas a los supremacistas blancos del siglo XIX. Yo creo que no se les podía decir mejor.
Sin duda, esta mujer que había sido la enfermera, sirvienta y ama de llaves, se liberó cuando perdió a su familia. Triste, sí, pero real. Su padre, al que ella adoraba y con el que colaboró en su libro, no la tenía en cuenta más allá de su condición femenina de la época: era la encargada de cuidar de todos. Era, como se dice en el libro, una mujer invisible. Pero eso lo cuenta muy bien la propia Mary: “Siempre he vivido a través de la vida de otras personas.”
Sin dinero para financiarse sus exploraciones, y alejada por firme convicción de los métodos de los misioneros, Mary Kingsley se dedicó al comercio con los nativos. Fue así, con inteligencia y dedicación como consiguió lo que anhelaba. Para ella África fue una revelación. Imagino que fue sinónimo de libertad.
Comprometida, fijaos cómo tras explorar el estuario del río Congo (sin escribir nada, como había prometido) se sospecha que pasó información al periodista Edmund D. Morel para su campaña de información en contra del monarca belga infame. ¡Bien por Mary!
Científica, curiosa, con gran sentido del humor, escritora (sus libros debían ser oro puro), valiente (qué me decís de las anécdotas con los fang, a los que admiraba con precaución, eso sí…)  con grandes valores, pensamiento propio y original, renunció a tanto… también al amor. Es muy tierno cuando escribe, “Nunca he tenido mi propia vida, siempre he hecho las tareas que nadie quería hacer y he tenido que vivir las alegrías, las penas y las preocupaciones de otras personas. Jamás se me ha ocurrido que yo tenga derecho a sentarme junto al fuego y compartir mi vida con alguien.”
Fueron pocos los años que vivió plenamente, por desgracia murió de una manera muy dolorosa en su compromiso por cuidar a  los demás.
Aunque Morató nos cuenta con detalle toda su vida, he encontrado este documental, que creo que es muy interesante. Pertenece a una serie de seis documentales, titulado Mujeres viajeras, en la 2 de RTVE. Os lo recomiendo, porque he detectado un sentimiento de simpatía hacia ella en nuestro club, sentimiento que comparto. (En el documental, interviene la historiadora, viajera y amiga de Cristina Morató, Pilar Tejera).
(Disculpad la entrada, tan larga). Vuestro turno. Salud y largo viaje, lectores.