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LA VOZ A TI DEBIDA, 2

Libro que estamos comentando: 
La voz a ti debida

LA VOZ A TI DEBIDA, 2
 
 
Buen día, poetas Atrapaversos:
Esta segunda semana de lectura que vamos a iniciar abarca desde el poema ¡Qué día sin pecado! (p. 56) hasta Lo que eres (p. 78).
 
Pedro Salinas escribió nueve libros de poemas que se agrupan de tres en tres y que los estudiosos los ven repartidos a propósito de sus tres momentos vitales: la primera época incluye Presagios, Seguro Azar y Fábula y Signo; la segunda, considerada “ciclo verdadero” con La voz a ti debida, Razón de Amor y Largo Lamento; y la tercera y última: El Contemplado, Todo más claro y Confianza (editado póstumamente).
 
La lectura que nos ocupa es la parte central de su obra a nivel vital y artístico. La voz a ti debida es la primera entrega de la trilogía amorosa, y con la que se marcó un antes y un después en su madurez temática y estilística como poeta.
Espero que a estas alturas ya estéis inmersos-as en el mundo amoroso de Salinas. En cierto modo clásico, pues el poeta, de amplia formación universitaria, bebe de toda la tradición lírica anterior. Por tanto, como apunté la semana pasada, no es casual la elección del título La voz a ti debida  —parafraseado de la Égloga II de Garcilaso, poeta del amor renacentista y de las corrientes nuevas que llegaban de la Italia de Petrarca— ni tampoco la cita que lo abre, precisamente de Shelley, gran poeta romántico.
Así como el segundo título de la trilogía Razón de Amor también tiene clara influencia clásica, medieval en este caso, pues en ese contexto “razón” viene a decir “historia” de un amor; y el tercer título de la trilogía, Largo Lamento, procede de la Rima XV ( “largo lamento / del ronco viento”) de Gustavo Adolfo Bécquer.
El poeta va muy bien acompañado en este momento central de su obra: el renacentista Garcilaso, Cancionero medieval y el romántico Bécquer.
 
El sentido unitario del poemario lo marca de manera explícita el propio autor quien, en la edición primera, al título le añade el subtítulo de “Poema”. Es decir, estamos ante un único poema de 70 secuencias o momentos que avanzan y completan la evocación de una plenitud amorosa. En estos poemas-secuencias, nos vamos a encontrar con algunos de ellos que narran, que cuentan el sentimiento con ciertos detalles estilizados pero extraídos de lo concreto, de la realidad, y con otros que lo analizan.
Ahí os dejo este apunte como sugerencia de lectura.
 
El tono general del poemario es de júbilo apenas empañado por las dudas o los temores. Hay vacilaciones, sí, algún elemento sombrío, pero gana la intensidad del amor. Un amor por cierto de carne y hueso, amor humano que le sirve al autor como trampolín para proyectarse en su existencia hasta casi el infinito. Esta es la belleza de su obra: el hallazgo de trascendencia a través de la emoción puramente humana “a ti, a ti, memoria / de un ayer que fue carne”.
Además, su tono poético presenta lo absoluto de su entrega sin mirada cínica o distante que relativice lo que está viviendo: va de cabeza, o mejor dicho, de corazón, al centro mismo de lo que está sintiendo. Este es por tanto su atractivo: la expresión del amor como explosión vital que rompe la marcha del mundo y de la vida anterior y que se detiene (sin tiempo) en un presente que recrea la historia desde una perspectiva en la que solo existen los pronombres (tú y yo).
 
Si bien el poemario es coherente en cuanto al tema y podríamos decir que describe fases, momentos e incluso progresos argumentales según avanza, ahora quiero insistir en el hecho de que leáis cada poema como una unidad independiente. Esto nos va a llevar a saborearlos cada uno en especial, pues de lo contrario, al coincidir en el tema, podemos caer en una lectura superficial o mecánica. Y eso no lo merece ninguno de ellos.
 
Elijo el poema que inicia la lectura de esta semana ¡Qué día sin pecado! (p. 56) para realizar una lectura atenta, tal como os decía más arriba. Para empezar, tomemos la palabra pecado en su acepción más amplia, referido a sin mancha, anterior a la caída bíblica, un día primordial. Es decir, el yo poético habla de un día puro, sin pasado, limpio. Y fijaos todas las características con las que describe ese día: la espuma fue blanca, blanca, blanca (cuánto énfasis hay en esa blancura repetida tres veces —recurso retórico conocido como Tricolon—), la materia fue inocente; los cuerpos vivían de, por y en la luz. Y no es que no existieran, pero todavía no se conocían la conciencia y la sombra. La sombra, como imagen de contraposición a la luz. En ese día se podía coger un ala, un vuelo. “El tiempo no tenía / sospechas de ser él. / Venía a nuestro lado, sometido y elástico.” Aquel día los amantes mandaban sobre él; y se entiende que en el tiempo de estar juntos dirían “Para” y en el de la espera de volver a verse “Echa a correr”; y en el de la vivencia extática: “Vete”.
Oh, y entonces eran ingrávidos, flotantes, detenidos, salvados de las circunstancias de todo. Estaba para ellos tan en presente ese día sin pasado, que solo había que renovar los besos para continuar en él. Un día en el que lo mejor de haber sido “sin pecado” es que no hubo que “pedir / perdón a nadie, a nada.”
Y creo que detrás de esta frase final del poema, aunque sea de una forma velada, el “sin pecado” inicial ha ido a parar al sentimiento de no sentirse culpable por la felicidad extática vivida.
 
Una vez abierto el camino, aquí os dejo, espero que enamorándoos del amor y fijándoos en sus matices, que tan bellamente describe Salinas.
 
Saludos en poesía,
 
Estrella Ortiz