4ª parte. Hasta el final.
Libro que estamos comentando:
La señora March
¿Quién, en su sano juicio, mantiene en su casa relaciones sexuales con su amante, mientras su mujer está en la consulta del dentista? Pues eso se le ocurrió a George, y así pasa lo que pasa, que le pilla su mujer y no tiene más remedio que reconocer que, aunque había pensado confesarlo muchas veces, había preferido seguir ocultándolo para no provocar un escándalo.
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Al menos esa explicación parece dar sentido a muchas interrogantes de la novela, aunque la autora, y aquí adopto yo también el papel de creador de finales posibles, podría haber cerrado el círculo de la vileza de George haciendo que la amante fuera la dueña de la pitillera (eso de llevar a la amante a la fiesta de homenaje, es de personas despreciables y George puede ser tonto, pero parece todo un caballero cuando toma de la mano a su mujer para clamar sus crisis nerviosas).
Le sale muy caro a George su torpeza, porque parece que no había calculado el deterioro mental de su mujer ni había sabido prever la rabia que la señora había ido acumulando contra él.
Esta última parte de la novela está marcada por el viaje de la señora March a Gentry en busca de pruebas que sirvan para incriminar a su marido en el la muerte de Sylvia Gibbler. Se vuelve decidida, deja su personalidad titubeante y desconfiada y se lanza a la aventura de conocer de primera mano las opiniones de las personas que conocieron a Sylvia en su pueblecito natal. Durante unos días oculta el viaje a su familia y llega a hablar con la abuela de Sylvia, con su mejor amiga e, incluso, con su novio. Sin embargo, salvo pequeños indicios que la autora desperdiga entre visita y entrevista (una dedicatoria en un libro), no halla esa pista que demuestre la culpabilidad de George. La rotunda afirmación de Amy de que Sylvia, a pesar de que estaba obsesionada con George y era una admiradora de sus novelas, nunca había conocido al escritor, no resquebraja la confianza de la señora March, que decide volver a casa para vigilar estrechamente los pasos que George da en la ciudad de Nueva York.
Su obsesión acelera ese viaje al fondo de la locura de una mente enferma. Alguna de vosotras ha visto en el ambiente familiar de su infancia y en las experiencias traumáticas de su juventud la causa de este desequilibrio. Sin duda que lo que se cuenta de esos años, el maltrato a su criada Alma, las mentiras con las que construía su imagen personal o la vivencia en su viaje a Cádiz, forjaron su personalidad, tan controvertida y tan desagradable. La última novela de su marido y el personaje de Johanna es lo que hace estallar la frágil estabilidad en la que estaba instalada.
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La sacerdotisa y el diablo del tarot Rider-Waite.
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La estructura de la novela, con capítulos cortos que están generalmente dedicados a un acontecimiento en la vida de la señora March, facilita la comprensión de la degradación de su entendimiento. Un capítulo lo dedica a la visita a una vidente que le ofrece frases ambiguas que pueden servir para cualquier situación: "Sus sospechas, sus intuiciones, eran correctas". "Usted no quiere confiarles su alma a otros porque está avergonzada, y su alma se ha deformado en su interior". "Necesita protegerse, separarse de lo que le está haciendo daño". No son esas las respuestas que la señora March quiere oír.
Otro capítulo añade detalles a la extraña relación con su hijo. Vemos en ella lo mismo que le sucedió con su madre, la señora Kirby. Reproduce con su hijo la falta de atención y de cariño familiar que ella sufrió en su infancia. Es el rechazo, casi físico, hacia Jonathan lo que va a desencadenar la tragedia del final de la novela. Lo envía a pasar el fin de semana con su abuela paterna, por lo que la soledad de su casa (Martha, la asistenta, se acaba de despedir en esos momentos) lo convierte en el escenario adecuado para que confluyan todos los malos augurios de los que la vidente le había advertido.
Solo hizo falta la combinación de la medicación que le suministraron en la clínica dental con la visión deformada de la escena que se encontró a volver a casa para que su mente estallara y quisiera tomarse la revancha de todo lo que, creía ella, su marido la había humillado.