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La Regenta: XXVIII, XXIX y XXX

Libro que estamos comentando: 
La Regenta

Hola a todos y todas, aquí llegan las últimas notas de lectura para este libro fabuloso que nos ha tenido bien entretenidos a lo largo de doce semanas. Espero que la lectura os haya gustado y que la experiencia del club virtual haya sido positiva. Antes de comentar los tres últimos capítulos me gustaría pediros que incluyáis alguna reflexión sobre cómo ha sido leer aquí este libro y también algún título clásico (que no hayamos leído ya) que os gustaría para próximas lecturas.
Y dicho todo esto, vayamos al lío.
 
Capítulo XXVIII
Quiero comenzar las notas a este capítulo hablando, de nuevo, del clima en la trama de la novela, cómo acompaña, apuntala y refuerza las emociones, cómo genera una atmósfera para que las acciones determinantes multipliquen su efecto. Pensemos en el Magistral y en Víctor Quintanar buscando a la Regenta en un día soleado o bajo un leve aguacero. Pero no: el cielo se ha roto, llueve a mares, jarrea, diluvia... y la sotana del cura (que en los primeros capítulos era un elemento de prestigio, símbolo de su poder y su estatus) se embarra, se rompe, se empapa y entorpece su avance (metafórica y realmente). Mientras, atónito, don Víctor sigue a Fermín sin comprender (este hombre no comprende nada. Nada. Y cuando comprenda va a ser terrible).
Luego aparece esa liga en la cabaña del leñador. Ay, liga que liga a Víctor con Petra (en su bisoñez e ignorancia) y que desvela lo que exactamente pasó un rato antes con Fermín y la misma Petra. 
De cualquier manera lo importante de este pasaje son las consecuencias que tiene: "Sí --pensaba Ana--, tiene razón don Álvaro, ese hombre ... tiene celos, celos de amante... y lo que ha hecho hoy ha sido una imprudencia... Debo huir de él, tiene razón Álvaro" (p. II, 567) "¿Cómo?, ¿Su mismo confesor la comprometía? Si Víctor fuera otro, ¿no podía haber sospechado o de don Álvaro o del canónigo mismo?" (p. II, 568) Obviamente todo esto inclina la balanza y precipita la acción: "La Regenta (...) oía por primera vez en su vida una declaración de amor apasionada" (p. II, 572) y avanzaba en un terreno que le permitía "comparar las delicias que estaba gozando con las que había encontrado en la meditación religiosa" (p. II, 572). En fin, parece que la trama toma un derrotero claro.
Y claro, algo cambia en Ana, que siente que "debía de haber derecho a gozar" (p. II, 574) y, desde entonces "Toda la vida era diversión, excursiones, comidas alegres, teatros, paseos" (p. II, 586). Y el capítulo va avanzando y vamos sabiendo que el camino está despejado (hay complicidades por todas partes e ignorancia supina de Víctor Quintanar). 
El final del capítulo es magnífico (una vez más) con esa exclamación para espantar al demonio. Y ya no cuento más.
 
Capítulo XXIX
Tengo que desvelar alguna cosa (que no será sorpresiva tal como van las señales), por si queréis detener aquí la lectura de las notas. Si no te importa, adelante.
Ya son hechos consumados: "Ana, ya vencida (...) [siente que] Con amorse podía vivir donde quiera, como quiera, sin pensar más que en el amor mismo...; pero sin él... volverían los fantasmas negros que ella a veces sentía rebullir allá en el fondo de su cabeza" (pp. II, 598-9). Pero al mismo tiempo siente que está gozando "de esa felicidad que tantos años de martirio le había costado." (p. II, 598). Da gusto ver a la Regenta ahora, en verdad más tranquila (qué importante sentirse amado, deseado), pero también da pavor ver qué ignorante es y qué lejos de entender qué está pasando y qué peligros le acechan. Por cierto, también nos encontramos con un Mesía que "nunca había sido tan feliz" (p. II, 599), pero que a pesar de tanta felicidad estaba intranquilo, ojo, no por las posibles consecuencias de lo que estaba ocurriendo, sino porque se encontraba mayor para estos trotes y no se sentía capaz de dar tanto como se le exigía (¡físicamente!), sí: "Morir, bueno; pero decaer en presencia de Ana era horroroso, era ridículo y era infame; sí, él faltaba a su juramento envejeciendo, perdiendo fuerzas" (p. II, 600). Más adelante entenderemos mejor por qué este cansancio físico.
En este y en el próximo capítulo dos personajes secundarios pasan a ocupar un papel principal en la trama, es el momento de los grandes secundarios. En este capítulo Petra, la criada, está en el punto donde todo confluye y acaba siendo la pieza clave para que la historia tome el camino que toma. Observad cómo resulta todo verosímil, cómo ella es honesta con sus intereses y cómo actúa en consecuencia, no hay nada forzado en este personaje que conocemos hace unos cuantos cientos de páginas y que estaba ahí esperando su oportunidad. Y esta ha llegado. Y las consecuencias de sus actos no parecían importarle: "romper aquel hilo que ella teníaen la mano y del que estaban colgadas la honra, la tranquilidad, tal vez la vida de varias personas. Al pensar esto Petra se encogió de hombros." (p. II, 609).
No voy a contaros cómo se desarrolla esta parte de la trama, ved cómo se desequilibra todo al tomar una decisión Petra y cómo actúan todos los personajes. Especialmente atentos a Fermín De Pas, que aunque no está directamente en primer plano sabemos que anda detrás de algunas de las cosas que ocurren. Fijaos también en qué astuta es Petra y cómo hace que todo salte por los aires. 
En este momento, y muy a su pesar, a Víctor Quintanar la trama le empuja a primer plano de la acción. Don Víctor, este entrañable pazguato al que hemos visto disfrutar de los dramas y las comedias, del teatro y la ópera, del arte en el que encontraba tanto consuelo y aprendizaje... y que de pronto se encuentra cara a cara con su propio drama: "Aquel era su drama de capa y espada. Los había en el mundo también. ¡Pero qué feos eran, qué horrorosos! ¿Cómo podía ser que tanto deleitasen aquellas traiciones, aquellas muertes, aquellos recores en verso y en el teatro? ¡Qué malo era el hombre! ¿Por qué recrearse en aquellas tristezas cuando eran ajenas, si tanto dolían cuando eran propias?" (p. II, 625) Pero fijaos en todas las reflexiones que hace en estos momentos aciagos, en esa madrugada "cenicienta; nubes y más nubes plimzas salían como de un telar y (...) llenaban el espacio de una tristeza gris, muda y sorda." (p. II, 628), sí, fijaos en Víctor Quintanar triste, no por los celos, que no siente, sino por el engaño, el engaño de Ana (su esposa a la que siente como una hija) y del falso amigo. Pero ved también cómo es consciente de que hay parte de culpa de todo lo ocurrido que es atribuible a él: "Anita me engaña, es una infame, sí... pero ¿y yo? ¿No la engaño yo a ella? ¿Con qué derecho uní mi frialdad de viejo distraído y soso a los ardores y los sueños de su juventud romántica y extremosa? ¿Y por qué alegué derechos de mi edad para no servir como soldado del matrimonio y pretendí después batirme como contrabandista del adulterio?" (pp. II, 637-8). Y, en suma, "el mundo no era como ellas [las comedias de capa y espada] decían" (p. II 639), y por tanto ¿el arte no llega a ser reflejo real de la vida?
¿Qué pensáis de estas reflexiones de Víctor Quintanar?, ¿y de su presencia, atónito, en esa cacería absurda?, ¿y del papel de Petra y el Magistral? Todo se precipita.
 
Capítulo XXX
Último capítulo del libro y, tal como os anticipé, comienza con otro secundario dando un paso al frente. Se trata de Frígilis, Tomás Crespo, quien trata de salvar la situación de la mejor manera posible. Ojo a todo lo que hace, cómo sabe la mejor manera para tratar de salir de esa situación, cómo conoce a Mesía y lo que le pide. Todo podría haber salido bastante mejor que como va a salir porque Frígilis no tiene en cuenta una variable: Fermín De Pas. Este cura enloquecido de celos, al que "aquella sotana le quemaba el cuerpo" (p. II, 656) y que es descrito entrando en la casa de los Ozores de esta guisa: "[don Víctor] vio que entraba en su casa un fantasma negro, largo; que paso a paso, por el portal adelante, se acercaba a él" (p. II, 647), don Fermín utiliza su arma, la lengua, para que el desenlace sea muy otro al esperado (y no voy a decir más).
Sólo señalar la última escena del libro. Observad a ese guiñapo de telas negras en el suelo, a oscuras, en la catedral de Vetusta, y a ese secundón, Celedonio, que se acerca y... Brutal. Bru-tal.
 
Os leo en los comentarios. Vamos a dejar en abierto todo para los asistentes al club hasta final de año (ya no comenzamos nueva lectura hasta después de las vacaciones navideñas).
Os ruego que dejéis algún comentario sobre qué tal ha sido la experiencia de la lectura en el club virtual y también, si queréis, alguna lectura clásica que os apetecería hacer en este club.
Por mi parte deciros que ha sido un completo placer leer este libro con vosotras y vosotros. Muchas gracias.
Saludos cordiales
 
Pep Bruno