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La Regenta: XXV, XXVI y XXVII

Libro que estamos comentando: 
La Regenta

Aquí llegan las notas para la lectura de estos días. Estamos acabando ya, hoy van tres capítulos y la próxima semana los tres últimos. Como leo en los comentarios que estáis cada vez más enganchados y con ganas de seguir leyendo (cuando termináis las páginas recomendadas) voy a intentar poner la próxima entrada, como muy tarde, el próximo lunes, así podéis leer sin conteneros y hasta la última página si no podéis aguantar las ganas de saber qué pasa.
Vayamos al lío.
 
Capítulo XXV
En estos capítulos vamos a encontrar a personajes que empiezan a entender qué está ocurriendo, qué es lo que está pasando exactamente y en qué lugar están ellos dentro de la trama de esta historia. De hecho en este capítulo Ana Ozores de pronto comprende, con caridad meridiana, que "¡Aquel señor canónigo [el Magistral] estaba enamorado de ella! Sí, enamorado como un hombre, no con el amor místico, ideal, seráfico que ella se había figurado. Tenía celos, moría de celos... El Magistral no era el hermano mayor del alma, era un hombre que debajo de la sotana ocultaba pasiones, amor, celos ira... ¡La amaba un canónigo!"" (p. II, 454) Y esto, como os podéis imaginar, es un absoluto cataclismo, porque "el Magistral y la fe iban demasiado unidos en su espíritu para que el desengaño no lastimara las creencias." (p. II, 457).
Ana ya sabía que Álvaro Mesía la andaba buscando. Ahora sabía que Fermín De Pas también. Lo que no sé si tiene claro Ana es la diferencia en cuanto a los sentimientos de ambos, si es que la hay, o más bien, la diferencia en cuanto a las intenciones de ambos: ¿ambos la aman?, ¿o se trata de puro deseo que, una vez satisfecho, se olvida?, ¿o sólo la buscan para convertirla en su trofeo?... Mirad lo que piensa Ana: "¡Pero los dos la amaban!. La tristeza de Ana encontraba en este pensamiento un consuelo dulce si no intenso." (p. II, 458)
¿Qué pensáis vosotros? Yo no quiero desvelar más para que os lancéis al capítulo y disfrutéis de este nuevo desequilibrio en la trama. (Por cierto, hay un pasaje en el que ambos hombres se cruzan en un paseo, ay, qué momento.)
 
Capítulo XXVI
Otro personaje que de pronto comprende que ha sido utilizado (y que eso ha tenido un elevado coste para un amigo suyo) es Pompeyo Guimarán. Entonces decide hacer una cosa, uy, decide hacer algo inesperado para restituir el honor de aquel a quien había ayudado a hundir. Es un capítulo muy interesante, de verdad, y no quiero desvelaros nada porque todo se precipita. Pero espero saber vuestra opinión sobre lo que hace Pompeyo y sobre todo lo que sucede. Fijaos en Vetusta y sus habitantes como otro enorme personaje, como una masa de gusanos (llega a decir Pompeyo, creo, oh, es brutal) que se agolpan ante la podredumbre. Fijaos como lo único que parece importar es el prestigio, es la consecuencia de un acto (como pasó con Santos Barinaga, lo que importa es el ruido y la posibilidad de culpar de su muerte al Magistral, no que el pobre ha muerto de pura hambre).
Por otro lado llega un nuevo golpe de suerte para el Magistral, ese arrebato místico de la Regenta que va a desembocar en una procesión obscena. Y él, incapaz (o sin ganas) de impedirlo, deja que Ana actúe con ese impulso. Pero es demasiado. Demasiado. Fermín De Pas pagará las consecuencias, porque la propia Ana es consciente de que eso que está haciendo no está bien. Y de nuevo Vetusta como un gran personaje, el espectador del teatro de las apariencias y las conspiraciones.
En verdad este capítulo es inolvidable por estos dos hechos que yo no quiero desvelar más pero que, estoy seguro, nos van a dar para comentar mucho.
 
Capítulo XXVII
He aquí las consecuencias. Ahora entendemos que lo de Ana Ozores fue demasiado hasta para la propia Regenta. Y Ana ha de sanar. Y parece que Benítez (el médico joven, el que estudia y sabe) ha dado con la clave: retiro, naturaleza, alejarse de Vetusta. Vemos unos pasajes deliciosos donde la naturaleza, la vida sencilla, sana al cuerpo, y éste, sana al alma. Fijaos: es el cuerpo el que está necesitado (el puro deseo se le agolpa entre las piernas a esta mujer que tiene un marido indolente y casto como una estatua de yeso) y el alma no ha podido sanarlo (ni la mística ni la literatura), pero sí resulta sanadora esa vida en contacto con la naturaleza (materia somos) que algo arregla al cuerpo y que sirve también para ajustar algo el alma. 
Este retiro en el Vivero con su marido le facilita ordenar los hechos, tomar distancia, entender muchas cosas, por ejemplo: "ahora veía ella claro; por lo menos no veía tan turbio como antes. Ella había sido tal vez un instrumento en manos de su "hermano mayor"" (p. II, 524); pero también este retiro le estaba entreteniendo (pero cuánto se ha aburrido esta mujer a lo largo de esta novela), le estaba dando otras opciones, otra vida. Por que al fin y al cabo "vivir es esto: gozar del placer dulce de vegetar al sol." (p. II, 532).
Fijaos, una vez más, en la importancia de la meteorología en todos los momentos clave de la novela: nublados, lluvia fría e inconsolable, tormenta apasionada, sol y días brillantes... todo es un conjunto que ayuda a reforzar los sentimientos de los personajes y las situaciones que viven.
Ah, y no os preocupéis, que este momento de calma y paz entre los Quintanar no va a durar mucho. Llega la tropa (Mesía, Marqueses, etc., y también Fermín De Pas) a pasar unos días con ellos y parece que va a haber un desenlace muy pronto.
Por cierto, ¿qué pasó con Petra y el Magistral en la cabaña del leñador?
Os espero en los comentarios. Que estos capítulos nos van a dar para mucho.
Feliz semana de lectura
 
Saludos
Pep Bruno