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La Regenta: XVIII y XIX

Libro que estamos comentando: 
La Regenta

Hola a todas y todos, aquí llegan las recomendaciones de esta semana. He decidido poner menos páginas de lectura (dos capítulos que no son muy largos) por dos razones: por un lado veo algo menos de participación y no me gustaría que os quedarais rezagados, rezagadas; por otro lado creo que en estos dos capítulos ocurre (vemos, se evidencia) un cambio que puede ser bien interesante. Y no se trata tanto en un cambio de los personajes, sino más bien de la mirada con respecto a los personajes. Me explico en seguida.
 
Capítulo XVIII
Es este capítulo casi como una recapitulación de en qué punto se encuentran las cosas, concretamente paradas, desde las últimas novedades. O al menos eso parece, porque en el siguiente capítulo el narrador vuelve sobre sus pasos para que sepamos cómo han vivido esos días los personajes y qué progresos (o no) han hecho.
Y mientras tanto, vemos a Fermín de Pas de los nervios, besugueando (no me he podido resistir, disculpad), con su catalejo desde lo alto de la torre, muerto de celos (¿o de qué si no?), pensando que tal vez en algún momento su querida hija Ana Ozores había incluso tenido sueños lascivos con su persona (ay: "El Magistral recordó la dulcísima hipótesis que había acariciado algún día..." p. II, 190).
 
Capítulo XIX
Y entonces llegamos a este capítulo y "vemos" qué ha sucedido en algunos de los días "no vistos" en el anterior, y ambos capítulos encajan y se complementan y adquieren todo su significado.
Además del asunto de la enfermedad de Ana Ozores (del que hablaremos más ahora) hay otros guiños que van apareciendo a lo largo del libro, como esa comparación entre el médico lerdo y el médico joven y estudioso, en los que no me voy a detener, pero no dejéis de fijaros (qué afilado es Clarín).  
En cuanto a la enfermedad de Ana, en una de las notas al pie en mi edición habla de un tema que sugerí semanas atrás, os copio aquí un fragmento: "Los síntomas de la enfermedad de Ana son característicos de la histeria, cuyas manifestaciones se producen en ella precisamente cuando intenta desvincularse de sus necesidades erótico-amorosas y decantarse por el ascetismo." (p. II, 210) 
Recuperamos de esta manera la idea de ese triángulo: en el centro, Ana Ozores; a su derecha el ángel, lo espiritual (personificado en Fermín de Pas); y a su izquierda el demonio y sus promesas de placer, lo carnal (personificado en Mesía). Pero con una imposibilidad de resolución clara: ni el representante de lo espiritual es tan espiritual (como vamos sabiendo), ni el representante de lo carnal es tan carnal (¿o sí lo es y estoy yo equivocándome?). Visto de este modo no parecería adecuado pensar en la Regenta como un trofeo (tal cual algunos ya sugeríais en los comentarios de la pasada semana); y sí, Ana se nos presenta como la completa protagonista del libro (sospecho que a su pesar) y, a su alrededor, está la comparsa de personajes más o menos importantes. (A esto me refería en la introducción a estas notas.)
Tenemos otros pasajes maravillosos en este capítulo. No os perdáis la audaz acción de Álvaro Mesía, logrando que Víctor Quintanar encontrara "cierta satisfacción maligna en la infidelidad incipiente" de él mismo con Frígilis (qué juego de espejos, jajajaja). Sí, Álvaro consigue entrar en la casa de los regentes, eso sí, a costa de toneladas de paciencia, perseverancia y disimulo (Víctor Quintanar es un tremendo aburridor, a ver si va a ser él el motivo de la enfermedad de Ana. Se me ocurre un modo expeditivo para librar a Ana de sus males y abrir puertas y ventanas en su casa, su vida, su alma. Pero claro, nos quedamos sin novela). El momento en el que Álvaro "levantaba el puño cerrado sobre la cabeza del insoportable amigo..." (p. II, 231) es demasiado, qué risa, por favor.
Aun así, y a pesar de los avances de uno y de otro, "ni De Pas ni Mesía estaban satisfechos. Los dos esperaban vencer, pero a ninguno se le acercaba la hora del triunfo." (p. II, 234), vamos que termina el capítulo con las espadas en alto, como don Quijote y el vizcaíno, o al menos eso parece si no andamos atentos a las últimas líneas del capítulo, pues hay un momento en el que la Regenta dice: "¡Salvarme o perderme!, pero no aliquilarme en esta vida de idiota", es decir, que algo va a hacer para cambiar, para que cambie ella y que cambie todo. 
Qué emoción.
 
A ver qué os sugieren estos dos capítulos. Os leo en los comentarios.
Feliz semana de lectura.
Pep Bruno