3ª parte. Hasta el capítulo 23. El motorista misterioso ataca a las Miralles.
Libro que estamos comentando:
La presidenta
Pasan varios días hasta que Berta Miralles le confiesa al inspector Esteban Sales: "Nos han dado este caso porque somos novatas y piensan que no vamos a resolverlo. Tienen miedo de que se sepa la verdad sobre quién mató a Vita Castellá." Hasta ese momento las dos hermanas van dando palos de ciego , dejándose llevar por su intuición y aprendiendo a marchas forzadas el oficio de policía.
Las policías recién salidas de la Academia a las que el comisario Solsona encarga el caso de la muerte de la presidenta de la Comunidad Valenciana van adquiriendo paulatinamente su propia personalidad: Berta, más atormentada por su desengaño amoroso y su natural reflexivo y sereno; Marta, más bulliciosa y vitalista, desinhibida y capaz de mostrar lo más fuerte de su temperamento. Su evolución en la novela es uno de los aspectos más atractivos de la misma. Algunos críticos las consideran dos personajes poco serios, sin experiencia y con poca entidad para poder ser unas investigadoras creíbles, demasiado juveniles y alocadas, pero, poco a poco, fortalecen sus virtudes y forman un equipo que se complementa y saca lo mejor de ellas mismas, la perseverancia y el trabajo concienzudo.
Desde el principio, tienen la certeza de que Manuela Pérez Valdecillas, la camarera que subió el café a la habitación de Vita, está involucrada en su muerte. Es algo más que una intuición, pero no llegan a reunir la pruebas suficientes porque Manuela aparece muerta en un parque de Valencia con evidencia demasiado claras de que ha sido un suicidio. "Nosotras pensamos que quizá alguien la mató y quiso aparentar que era un suicidio."
Esa es la versión oficial que los responsables policiales están interesados en difundir con la intención de silenciar las pruebas que puedan revelar las verdaderas causas de la muerte de Vita. Hasta el momento todo son suposiciones. ¿Se podría haber enzarzado Vita en un asunto sexual? ¿O podría haber sido una venganza política, o a la ocultación de la actividad política del partido?
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El Cabanyal (Valencia)
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Pocas personas aparecen en ese puzzle que las hermanas Miralles están dispuestas a recomponer, a pesar de no contar con ningún tipo de ayuda oficial. Manuela ya está muerta; Ricardo Arnau, un antiguo protegido de Vita, estuvo implicado en casos de corrupción y Vita estaba dispuesta a declarar contra él; Salvador Badía, alias Boro, su jefe de prensa y fiel colaborador, se convierte en una gran ayuda para las Miralles para conocer detalles personales de Vita Castellá y, finalmente Mari Cruz Sanchis, una joven con la que Vita estuvo muy unida en los últimos tiempos.
Sus superiores, confiando en que su bisoñez acabe llevando el caso a un punto muerto en el que no se sacase nada en limpio, les garantizan, con tono paternalista, que tienen libertad para investigar, pero que tienen también la obligación de informar y reportar el resultado de sus investigaciones. En esas condiciones se le presenta el dilema de ocultar algunos resultados de sus investigaciones, ya que no confían demasiado en las intenciones reales de los mandos policiales.
En un momento en el que la investigación está estancada, una llamada del forense, doctor Barrachina, les ofrece de nuevo una llama de esperanza. Una joven, con el aspecto de degradación física de los drogadictos, ha llegado al Instituto Anatómico Forense para preguntar por los objetos personales de Manuela. Silvia Orozco Pascual era una antigua amiga de Manuela. Su madre vivió con la suicida hasta que se murió, y Manuela prometió ayudarla y protegerla.
De Manuela ofrece un dato interesante: era lesbiana, igual que Vita, y algunos detalles de sus últimos días. Manuela tenía dinero, últimamente, de algún trabajo que había realizado, y le había prometido ofrecérselo. ¿Quiere insinuar la autora, al igual que afirma Berta Miralles, que Manuela era una sicaria que mató a Vita Castellá por dinero?
Silvia vive en un barrio de Valencia que, hasta hace poco, era uno de los más degradados de la ciudad, el Cabanyal. Alicia Giménez Bartlett dibuja la idiosincrasia de los habitantes del barrio y la peculiar configuración de sus construcciones, casas ocupadas, personas afectadas por el consumo y el negocio de la droga, calles oscuras y poca presencia policial. Ella les da la noticia de la presencia de un hombre misterioso que visitó a Manuela y que, si es el mismo, se encontrará con Arnau con la intención de convertirse en un sicario que acabe con los que se conviertan en un obstáculo para ocultar el asesinato de Vita. El hombre misterioso, que acabará a lomos de una moto nueva de gran cilindrada, tendrá una presencia recurrente en la continuación de la novela y sus movimientos misteriosos harán chirriar una novela ya de por sí bastante inconsistente.
Por contra, el tono costumbrista de las visitas de las hermanas a su casa familiar de Calig, aunque no tenga nada que ver con la novela negra, resultan unos momentos frescos y joviales entre los palos de ciego que están dando en sus investigaciones en Valencia y Altea. Berta se enerva: "¡Esto no es investigar, Marta, a ver si te enteras! No tenemos ayuda, no podemos confiar en nadie".
Para más desgracia, Silvia aparece asesinada de un golpe en la cabeza muy cerca de su casa. En El Cabanyal nada sabe nada, nadie ha visto nada.