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2ª parte. Hasta la muerte de Manuela Pérez Valdecillas. Capítulo 15

Libro que estamos comentando: 
La presidenta
Esta segunda parte se inicia con la desaparición fulgurante de Manuela Pérez Valdecillas y se cierra con su muerte, sucedida en extrañas circunstancias en el parque de Cabecera de Valencia.
 
No es un parque demasiado céntrico, pero sí es bastante concurrido. En cualquier caso, no parece que fuese el lugar ideal para suicidarse pegándose un tiro en el pecho, además hacerlo con una pistola nueva, adquirida seguramente en el mercado negro, no era la forma ni más fácil ni más barata de las posibles formas de suicidarse.
 
Manuela era uno de los pocos hilos de los que tirar que tenían las hermanas Miralles para conseguir más pistas sobre la muerte de Vita Castellá.
 
Vista la poca colaboración que podían conseguir de sus compañeros y de la tardanza en recibir los informes del laboratorio y de la autopsia, las conexiones entre Manuela y la muerte de la política valenciana eran algo más que casuales. Manuela era la camarera que subió a la habitación de Vita el café que contenía el veneno con el que la Presidenta murió. Como la versión oficial fue de muerte natural, nadie investigó el papel que pudo haber tenido Manuela en el asesinato.
 
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Fuente de los Somormujos del Carmen. Plaza Vicente Iborra del barrio del Carmen, Valencia
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Son las pesquisas de Berta y Marta Miralles las que establecen la posible conexión con las tierras levantinas, donde la camarera vivió y trabajó en un hotel de Altea antes de trasladarse a Madrid. Su insistencia y su deseo de atar los cabos sueltos descubren extrañas incoherencias en los datos que Manuela había ido dando sobre su vida privada en los establecimientos en los que trabajó. Cuando las Miralles acuden a comprobar las incongruencias que sus antiguas compañeras y sus jefes les han contado, Manuela ha desaparecido, se ha evaporado del trabajo del hotel de Madrid y del piso que tenía alquilado.
 
Todo es muy extraño para ser una simple camarera involucrada en la muerte de una política famosa. Su muerte confirma que algo o alguien de mucha influencia y poder está detrás de ese turbio caso.
 
Berta y Marta Miralles, tan particularmente inocentes e inexpertas, no se resignan a jugar un papel secundario e instrumental en la muerte de Vita Castellá. Aquí está uno de los atractivos de la novela. Son policías muy diferentes a Petra Delicado, el gran personaje de las novelas de Alicia Giménez Bartlett, por lo que cuesta acostumbrarse a sus personajes, pero, poco a poco, el lector va entrando en ese juego provocado por las personalidades tan diferentes de las dos hermanas. 
 
Como es habitual, Alicia Giménez Bartlett desarrolla con maestría los ambientes y los personajes de La Presidenta. De Valencia descubrimos la luminosidad de sus plazas, las terrazas y las zonas de tapeo, el aroma del arrós al forn y la amabilidad de sus gentes. Los personajes secundarios, sin embargo, parecen excesivamente blandos (posiblemente esto cambie según el o los asesinos se hagan más visibles). Los policías son gruñones y paternalistas. Por último, Salvador Badía ha pasado de ser el perrito faldero de la Presidenta a compartir desengaños amorosos con Berta Miralles; a los jefes de presa de los presidentes de una comunidad se les supone mayor sagacidad y un colmillo más retorcido.