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La marcha Radetzky III-VII

Libro que estamos comentando: 
La marcha Radetzky

Hola a todas y todos, continuamos con la lectura de La marcha Radetzky y, como es habitual, vamos cogiendo algo más de ritmo ya en esta segunda semana. Para estos días os propongo leer los capítulos III al VII, es decir, poco más de 100 páginas en mi edición.
Pero dejémonos de cháchara y metámonos en harina.
 
ESTA SEMANA: III-VII
De pronto, en ese engranaje donde las vidas parecen transcurrir desapasionadamente, se cuela la muerte.  Y nos muestra la ausencia, el hueco. La tristeza. Y esto nos posibilita dar un giro al marco desde el que estábamos leyendo: no son personajes desapasionados viviendo en la rutina, son personajes tratando de vivir a pesar de lo absurda que puede resultar la vida, de lo dolorosa que es.
No sólo nos encontramos con situaciones que desmadejan a los personajes y rompen los diques de contención que hasta ahora imposibilitaban al lector a llegar más allá de las formas, también nos cruzamos con algunos personajes insólitos en ese mundo de perfectos equilibrios. Es el caso del profesor Moser que nos dibuja (nunca mejor dicho) las grietas e imperfecciones del sistema. 
Aunque uno de los momentos más brutales está en el capítulo IV, cuando Carl Joseph va a visitar al viudo (no voy diciendo nombres para no destripar la trama). Qué situación. Y qué momento final con la entrega del pequeño paquete. Es, simplemente, magistral. 
Estos personajes viven arrollados por la soledad y abrumados por conceptos como el deber y el honor. Van pasando las páginas y esta sensación me resulta cada vez más evidente: ¿no os pasa a vosotras, a vosotros, igual? Por eso la aparición de un inesperado amigo (como fue Moser con su padre) parece un oasis en el desierto de los días. Hablo del doctor Demant que en estas páginas ocupará un lugar relevante en escena. Dos hombres solos que acaban haciéndose amigos a pesar de las dificultades y los problemas, a pesar de la tremenda situación en la que se ven envueltos. Una amistad que quizás no nos regala momentos felices, pero que sí nos muestra a dos amigos remando a la contra. 
El personaje de Demant y su situación (laboral, familiar) ocupa unas cuantas páginas en estos capítulos, así que podremos conocerlo con algo más de detalle y enredarnos en su vida. Aunque quizás es gracias al doctor Max Demant que podemos escuchar al joven Trotta decir algo que atraviesa, de alguna manera, todas estas páginas: "¡Yo no quiero que mueras! ¡Y tampoco quiero morir yo! ¡Y mi vida es igual de absurda!" (p. 144) mientras llora.
Por otro lado la galería de personajes no deja de ser fascinante, como muestra fijaos en Onufrij, el cámara del barón Trotta, o en el coronel Kovacs (y su pasión por el dominó), o el goloso capitán Taittinger...
En fin, que va una lectura enganchosa para estos días.
 
Os leo en los comentarios.
Pasad una buena semana, 
Pep Bruno