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2ª parte. Hasta el capítulo 10.

Libro que estamos comentando: 
L de ley (o fuera de ella)
El embuste que Johnny Lee había creado acerca de su participación en la Unidad de Voluntarios de Claire Chennault, los Tigres Voladores, dura hasta que Kinsey Millhone presiona a Ray Rawson y le hace confesar lo que ella suponía, que Johnny permaneció en prisión durante los primeros años de la II Guerra Mundial y que allí fue donde se conocieron. 
 
Todo eso se lo cuenta Ray, del que no se puede descartar que utiliza su confesión en su propio interés, puesto que, desde el principio, Kinsey piensa que cuenta medias verdades, cuando no descaradas mentiras.
 
La verdadera identidad de Johnny, le llave que escondía en su caja fuerte, los asaltantes que entran en su casa a buscar de no se sabe qué son enigmas que a la investigadora le gustaría resolver, no solo para complacer a su amigo Henry, sino por satisfacer su propia curiosidad. "Cuando un ruido me preocupa, tengo que deshacerlo". O mejor, sirva esta frase para conocer las intenciones de Kinsey: "La verdad es que no me pagaban por hacer nada. ¿Por qué entonces no me olvidaba del asunto? Porque es contrario a mi naturaleza ... cuando se trata de averiguar la verdad, soy como en lebrel". Esta es la personalidad de Kinsey Millhone, capaz de dilapidar su tiempo y su propio dinero por una mera intuición.
 
Sin embargo, esa es su gran virtud para beneficio de los lectores, que es capaz de aportar vitalidad y entusiasmo a un caso que hace agua por todos los lados.
 
¿Dónde queda el interés de Bucky por recuperar los gastos del entierro de su abuelo o las fantasías de Chester sobre el papel de espía doble de su padre. A Chester ni siquiera le interesa pagar los gastos que tiene que afrontar Kinsey en el seguimiento de un petate misterioso que la lleva desde California a Dallas (Texas).
 
El petate, que es el objeto que un desconocido asaltante sacó de la casa de Bucky durante el último robo a la vivienda, es el elemento sobre el que gira la acción en esta parte de la novela. Kinsey quiere saber qué contiene, suponiendo que el contenido ha sido robado de la casa de Johnny y que puede desentrañar el misterio de Johnny Lee.
 
Kinsey se lanza en persecución del petate que transportan dos personajes, de los que poco más tarde conoceremos sus nombres: Gilbert Hays y Laura Hulckaby, desde California hasta el hotel El Castillo Vacío, en Dallas (Texas). Las escenas en las que la investigadora sigue a estos dos personajes hasta el hotel donde se reúnen ambos, después hasta el aeropuerto, más tarde siguiendo a Laura en solitario en el avión y finalmente durante su llegada al hotel son tediosas y casi irrelevantes. Muchas páginas para describir trámites que no aportan nada al misterio que les ha llevado hasta allí.
 
Tampoco las escenas del hotel son más entretenidas. En seguida, Kinsey manifiesta que su intención es hacerse con el petate o, al menos, conocer su contenido. Para conseguirlo se describen la idas y venidas  de la investigadora desde la habitación en la que se aloja hasta la de Laura, las tretas para hacerse pasar por empleada del hotel (lo mejor de estos capítulos), el robo de la llave de la habitación de la perseguida, la persecución que sufre por parte de los empleados del hotel y, finalmente, el robo del petate. 
 

La inesperada llegada de Ray al hotel, todavía no sabemos definitivamente si como aliado o enemigo, servirá para conocer algunos entresijos del conflicto que enfrentan a los implicados en esta historia, que podíamos resumir en un robo hace cuarenta años, un botín que no se repartió y unos personajes que tienen mucho que reprocharse y que ahora se reencuentran. Al final, el meollo del argumento es una cantidad que a Kensey no le parece tan llamativa, ocho mil dólares.
 
Todo está contado con un ritmo vivo y veloz, que sirve para enriquecer las virtudes de Kinsey como investigadora, aunque rozan lo inverosímil por la libertad con la que se mueve nuestra protagonista por el hotel.
 
La capacidad de la autora para aportar viveza a una acción que, por otro lado, no parece muy interesante, lo consigue con la utilización de un lenguaje directo, escaso en florituras, aunque también es ingenioso, abundante en diálogos afilados y observaciones cínicas.
 
En esta novela todavía no sabemos el nivel de violencia que se puede producir o las formas en las que se puede violentar la ley. Ya sabemos de un par de asaltos a la casa de Bucky y de una paliza a Ray Rawson, pero intuimos que pueden ocurrir delitos de mayor envergadura. La muerte de Johnny hace cuatro meses parece que ha movido un avispero que no sabemos cómo puede acabar.
 
En la novela negra el héroe cede el paso al antihéroe, sin embargo, Kinsey no parece que vaya a cometer acciones poco edificantes, salvo robar a los que cree unos ladrones. Ella se mueve siempre dentro de los límites legales y no quiere perder su licencia.
 
Me gusta la capacidad de Sue Grafton para narrar de forma fluida y convincente las escenas de acción y de utilizar los diálogos de forma muy inteligente y dinámica. Es fácil imaginar que estas novelas podrían llevadas al cine o a una serie de televisión con éxito notable. Sin embargo, la voluntad de la autora antes de morir dejó claro a sus herederos que esta posibilidad no se podía llevar a cabo.