4ª parte. El pueblo inundado.
Libro que estamos comentando:
Imán
De haberlo sabido habría incluido la lectura del capítulo 12 en la parte anterior, la que relata secuencialmente los acontecimientos ocurridos desde la caída de R. hasta la llegada de Viance a las puertas de una Melilla, inquieta y atemorizada por las noticias que llegan del desastre ocurrido en campo abierto. El siguiente capítulo, el 13, ya dará un salto en el tiempo y nos hará encontrarnos un año después con el sargento narrador protagonista y con un Viance que ha sido castigado por un enfrentamiento con un oficial, a punto de iniciar la contraofensiva que intentará recuperan lo perdido durante el verano de 1921 y acabará con la derrota de los rifeños de Abd el-Krim.
El capítulo 12 es la consecuencia de la defensa milagrosa que realizan un grupo de guardias civiles, militares y personal civil de una antigua fábrica de harinas casi destruida a los que se une Viance. Convierten el edificio en un fortín ante el acoso de una tropa rebelde, la Harka, que ya se siente vencedora de la presencia española que ha oprimido al pueblo rifeño durante los últimos años.
Todos saben que, si no llegan los improbables refuerzos desde Melilla, la falta de agua, de municiones y la utilización por los rebeldes de artillería capturada a los españoles les hará rendirse y exponer su vida a la voluntad de los asaltantes, que ya han demostrado su violencia y la sed de venganza ante los vencidos. Los escasos prisioneros tienen que pasar por el filtro que les otorgará la posibilidad de sobrevivir si tienen las fuerzas suficientes como para trabajar en el desmantelamiento de la vía férrea que comunicaba Melilla con el resto de las plazas españolas cercanas y que fue construida para transportar los minerales hasta los puertos de la plaza.
La resistencia y el instinto de supervivencia de Viance es, una vez más, proverbial. Desde el primer instante, su principal pensamiento es planear la fuga e iniciar su huida hasta Melilla.
A la caída de la tarde y con la ayuda de la oscuridad, intentará escaparse de la vigilancia de los guardianes. En su huida se encuentra con otro soldado prisionero con el que establecerá una conversación esclarecedora. El compañero le dice: "Allá, señala Melilla, paso hambre, frío, aguanto palos, no tengo un céntimo y estoy como en una cárcel. ¿Todo pa qué? Pa que ocurra lo que acabamos de ver. La única herida que llevo me la ha hecho un oficial, y yo veo que entre los moros se ayudan y que no hay tanta estrella y tanta casta. Todos son hombres y yo otro hombre más." Una consideración hacia los moros parecida a la que le manifestó el viejo español, que llevaba viviendo entre ellos más de treinta años, que se combina con una crítica a la desafección que el soldado español tenía hacia sus mandos, de los que no podía esperar muchas veces más que palos y un maltrato despótico. La consideración igualitaria de la sociedad rifeña conecta con las ideas anarquistas que, por los años de la publicación de Imán, 1930, profesaba Ramón J. Sender.
La palabras del soldado parecen proféticas. Viance llega a Melilla, pero a nadie parece importarle. Todos ignoran su heridas. Nadie es consciente de sus sufrimientos para alcanzar la seguridad de la ciudad desde que salió de R. Hasta él mismo, agotado y acostumbrado a las penalidades, se asombra del desapego de sus compañeros militares, de la fría atención de la monja del hospital y de los personajes de la sociedad civil que, en ese momento, están más preocupados por la algarabía de las tropas de refuerzo recién llegadas a la ciudad que de atender al soldado herido. La deshumanización del ejército llega al punto de hacerle volver al frente con tres heridas todavía en el cuerpo.
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Campaña del Rif, del 17 del VII al 9 del VII de 1921.
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Con el capítulo 13 se cierra el círculo y se vuelve a los acontecimientos narrados en los capítulos 1 al 4. El sargento y Viance se reencuentran de nuevo en la ofensiva de las tropas españolas para recuperar el terreno perdido un año antes. Esta vez tendrán el auxilio de los aviones, los gases tóxicos, los tanques (recordad que en los primeros párrafos de la novela se hacía referencia a "cuatro carros de asalto entran a media tarde en el campamento") y unos medios materiales que van a suponer en poco tiempo la derrota de las tropas rifeñas, no sin que muestren la resistencia feroz que se relata en el capítulo 14.
El capítulo 15 y el 16 son los del licenciamiento de Viance, después de sus cinco años de servicio en África, incluidos los recargos por arrestos. El Viance que intenta volver a su pueblo ya no es mismo que salió, como ya se ha contado a lo largo de la novela; lo único que se lleva es un botón metálico, una patética condecoración sin valor alguno que se cose con un trapo verde al costado de su guerrera y que le es arrebatada entre carcajadas por unos jóvenes y unas bailarinas que se mofan, como si fuese un personaje de otra época, de la imagen desvalida del soldado licenciado. Ni en Melilla reconocieron su odisea ni en la península recibe el homenaje que se merece, como si él y sus compañeros hubiesen dejado su sangre por nada. Recuerdo en este momento su diálogo en sueños con Dios. Al menos este le ofrecía el reconocimiento en la posteridad que un país obsequia a sus héroes.
Aunque sabe que en su pueblo ya no le queda nada, salvo las tumbas de sus antepasados. Cuando se baja del tren, "el campo, el paisaje, no son lo que se figuraba en Marruecos. No hay tanta diferencia entre aquel campo y este." Se le derrumba la imagen mitificada que se había ido formando de su pueblo. Busca el retorno a Urbiés, un nombre imaginario que se encuentra sumergido bajo las aguas de lo que va a ser un pantano. "Han expropiado el pueblo para hacerlo desaparecer en uno de los embalses del plan de riegos (del alto Aragón)." Viance acaba, desubicado y confundido, compartiendo el vino con los obreros que participan en las obras que están cambiando la fisonomía del lugar y expulsando a los habitantes de los pueblos afectados hacia destinos lejanos.