Nuestros Clubes de Lectura

Literatura de viajes

Club de lectura de poesía.

Literatura juvenil

Clásicos universales

Novelas de género (novela negra, ciencia ficción, etc.)

Hermanito. Miñán. Segunda parte.

Libro que estamos comentando: 
Hermanito. Miñán

“Yo no querría hablarte más de estas cosas, porque cuando hablo empiezo a ver, delante de mis ojos, todo lo que te estoy explicando. Tú ahora estás aquí, escuchando, pero yo estoy otra vez allí, dentro de mi carne, y cuando te lo cuento empiezo a vivirlo de nuevo. Por eso, no querría hablarte de estas cosas. Pero tú me has preguntado y yo te he respondido. Y cuando te lo he contado, lo he sentido todo otra vez”.

Buenas tardes, viajeras, viajeros. ¿Cómo estáis? ¿Cómo va todo?

Seguimos acompañando a Ibrahima en su viaje, en su búsqueda desesperada de su hermanito, de su miñán… ¿Qué decir de la segunda parte? El fragmento que encabeza esta entrada me pareció, especialmente, triste y conmovedor. Qué difícil para Ibrahima evocar tanto sufrimiento, tanta penalidad… para toparse, de bruces, con el muro de la realidad. Su hermanito naufragó en una zodiac en la que iban, nada más y nada menos, que 144 personas. Esas imágenes que nos asaltan, de vez en cuando, desde nuestros televisores inteligentes, pantallas planas que no aciertan a dibujar tanto dolor a todo color.

 

 

Pero antes de que su espíritu vuele, antes de querer morir en un campo de detención de Libia (“Libia es una gran cárcel, y es difícil salir de allí con vida. Libia es así, no es lugar para personas”.), Ibrahima cuenta su viaje a pie, en autobús, escondido… Según lo he ido releyendo, fui introduciendo los lugares en Google Maps. Es impresionante. Es absolutamente desolador.

 

De todas sus “aventuras” hay varios episodios espeluznantes, en los que nuestro Ibrahima (ya es nuestro, ¿no os parece?) descubre lo peor del ser humano, pero también lo mejor. Eso da lugar a un resquicio de esperanza.

En algunas ocasiones se encuentra con personas que le ayudan: Ismail, por ejemplo, que tanto le recordaba a Alhassane… este niño con el que estuvo varios meses trabajando (más que trabajo aquello era esclavitud) le dio masajes en las piernas cuando éstas se le habían inflamado de tal manera que no podía caminar, le acompañó, y me atrevo a decir que le reconfortó su compañía, su cuidado y ese recuerdo de su hermano. Cuando ambos, no tienen dinero suficiente para viajar a uno de los pueblos de Argelia, en la estación, “gente como ellos” procedentes de varios países de África, les ayudaron con dinero, con lo poco que cada uno de ellos podía darles…

Y, lo peor, sí, lo peor del ser humano, en las torturas, en la venta en el mercado de seres humanos, en el viejo que le vende al viejo loco de las gallinas (qué horror ese galimatías, en ese hangar, con esa soledad y esa tristeza, qué miedo), en el tráfico de seres humanos de los campos de detención de Libia que son cárceles (nada más y nada menos que siete en Sabratha.

Es un contraste tremendo. Y, por ejemplo, algo que llama muchísimo la atención a mis ojos europeos es el pasado maravilloso de Sabratha, el mar azul que baña las costas de Libia, el Mediterráneo, que se me antoja en las costas españolas un mar doméstico, calmo… y para los migrantes, muchas veces, es un mar de muerte.

Sabratha, el patrimonio cultural libio amenazado por los combates y los saqueos

En esta parte, cuando Ibrahima se encamina decidido hacia Libia y Sabratha, pasando por Argelia y Malí desde su Guinea Conakri, el desierto del Sáhara es casi otro personaje. En cualquier caso, un escenario seco, de pérdida, de extravío, de locura, de enfermedad.

“Vosotros aquí tenéis el mar, nosotros allá tenemos el desierto. Si tus ojos nunca lo han visto, no puedes imaginártelo. El desierto es otro mundo. Entras y piensas: “De aquí no salgo”.

“Montes de arena, valles de arena, todo era de arena. Allí tu huella desaparece al instante y nadie puede decir: “Sí, por aquí ha pasado alguien”. 

Esta parte es muy dolorosa, ¿verdad? Pero necesaria. Pese a que nos resulte penoso leerla y saber (porque lo dice Ibrahima) que para él supone revivirlo de nuevo, con todo el sufrimiento que le acarrea, es necesaria. Porque sabemos que estos seres humanos llegan a nuestras costas, pero hasta que llegan (los que no naufragan, a diferencia del miñán de Ibrahima), han vivido varias vidas.

Destacar la escritura de Amets, que creo que ha sabido transmitir la sencillez y la hondura con la que, seguro, Ibrahima le transmitió su relato.

Termina la segunda parte con un Ibrahima completamente abatido, que se siente culpable por no haber podido cuidar de su hermanito inteligente, el de los ojos grandes. Nosotros, nosotras, como lectoras y lectores, sentimos la indignación y la impotencia. Aunque, tal vez, cada uno de nosotros desde nuestras circunstancias y nuestros entornos, podamos hacer algo, aunque nos parezca poca cosa.

Vuestro turno. ¿Nos leemos?

Desierto del Sáhara