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Fortunata y Jacinta, primera parte: VI, VII y VIII

Libro que estamos comentando: 
Fortunata y Jacinta

Hola a todas y todos. Normalmente las entradas de cada semana suelo publicarlas lunes y martes, aunque puede ser que algún día lleguen en miércoles (como hoy). Lo de esta semana tiene algo de justificación: con las medidas que se han tomado por el coronavirus tengo mucho trabajo cambiando agenda, contestando llamadas y emails; espero que no me lo tengáis en cuenta. Pero vayamos ya al lío.
 
Capítulo VI
En estos capítulos se intensifica en Jacinta el deseo de tener hijos, es algo que aparece recurrentemente y que se refleja de muchas maneras en la prosa de Galdós. Por ejemplo, en este capítulo hay unos pasajes como bosque tupido de ramas familiares en los que hay hijos, tíos, primos, sobrinos por tadas partes, y eso contrasta con el sentimiento de Jacinta que tiene dos habitaciones (vacías) en casa: "dos grandes piezas que Jacinta destinaba a los niños" (p. 355): de algarabía de tíos y primos y hermanos a silencio de habitaciones vacías.
Y por si no es suficiente el narrador nos muestra a Jacinta de esta guisa: "Se distraía cuidando y mimando a los niños de sus hermanas, a los cuales quería entrañablemente; pero siempre había entre ella y sus sobrinitos una distancia que no podía llenar. No eran suyos, no los había tenido ella, no se los sentía unidos a sí por un hilo misterioso." (p. 360) O aquí: "Aquella noche, al retirarse, sentía la Delfina ganas de llorar. Nunca se había mostrado en su alma de un modo tan imperioso el deseo de tener hijos." (p. 361)
Debe ser fundamental que entendamos este deseo maternal para el engranaje de la trama, ¿no os parece?
Por cierto, una curiosidad: en el epígrafe V de este capítulo sabemos del vicio de las compras de Barbarita y de su acompañante en estas cuestiones, el querido Estupiñá. Estupiñá madruga mucho (se levanta a las 5) para ir a misa y, mirad este breve pasaje: "Después, bien embozado en la pañosa, se iba a San Ginés, a donde llegaba algunas veces antes de que el sacristán abriera la puerta. Echaba un párrafo con las beatas que le habían cogido la delantera, alguna de las cuales llevaba su chocolatera y cocinilla, y hacía su desayuno en el mismo pórtico de la iglesia" (p. 365) Desde el S. XVIII (creo recordar) el chocolate era muy popular en España (como muestra este párrafo), pero ¿no os sorprende que vaya a desayunar esta mujer antes de ir a misa, en la misma puerta de la iglesia? Recordad que al menos una o dos horas antes había que ayunar. Aquí hay un pequeño misterio cuya respuesta sé y os animo a indagar. La próxima semana os doy la solución (si no habéis dado con ella en los comentarios a este post, que seguro que sí, menudos sois).
 
Capítulo VII
Otra figura relevante se nos presenta en este capítulo, Guillermina (inspirada en una mujer real, Ernestina M.  de Villena, que fundó un Asilo de Huérfanos), que es importante como veremos en la trama de la novela.  También aparecen las Micaelas, inspiradas en los colegios de Adoratrices (que en Guadalajara tienen un enorme colegio y un Panteón notable, por si os apetece echar un vistazo. Ya me permitís que barra algo para casa).
La figura de Guillermina nos pone en frente a la beneficencia, que no habiendo nada, era mucho, pero que tiene también su doblez: esos donantes que se sienten bien y buenos por un lado mientras por el otro no dejan de pensar y hacer cosas que consolidan esa estructura de pobreza y desigualdad (ay, ahora me sale mi vena de trabajador social). Es un tema bien interesante para el debate que no hace falta abrir, pero que sí es bueno pensar y tener en cuenta (opino).
Este capítulo tiene también algunos pasajes de contexto histórico (la muerte de Prim, la llegada y marcha de Amadeo de Saboya, el advenimiento de la I República...). Ya sabéis que a Galdós todo esto le interesaba mucho.
 
Capítulo VIII
Nos metemos en harina en la trama con este capítulo bien potente en el que Jacinta empieza a sospechar de Juanito: "no cabía duda: su marido se la estaba pegando." (p. 393) Y mientras vemos estas dudas de Jacinta y las señales que le hacen saltar las alarmas, también nos encontramos con un Juanito atrapado en casa por un simple constipado: y se nos confirma que es un niño mimado, un consentido, un tarambana y un necio. Y es que "su padre había trabajado toda la vida como un negro para asegurar la holgazanería dichosa del príncipe de la casa..." (p. 394). Porque "el Delfín era un hombre enteramente desocupado" (p. 396) y, además, muy pagado de sí mismo "qué guapo soy (...) tengo la gran figura, visto bien y en modales y en trato me parece... que somos algo." (p. 399).
Y mientras, Jacinta, sumando indicios que consolidan su sospecha. Y, al mismo tiempo, con su obsesión por los hijos (el sueño en la ópera es fascinante, ¿no os lo parece?). Eso sí, como veréis el propio narrador nos confirma esa infidelidad unos párrafos más adelante, aunque eso sí, quería mucho a su esposa: " Ni aun en los días en que más viva estaba la marea de la infidelidad, dejó de haber para Jacinta un hueco de preferencia." (p. 395).
Pero para darle más calda a la lumbre aparece un personaje que va a provocar que este frágil equilibrio se desestabilice (este bien vivir de Juanito, este sumar sospechas de Jacinta): don José Ido del Sagrario. Sí, está algo ido, como su propio nombre indica, pero es capaz de soportar las burlas (siendo bien consciente de ello, supongo) a cambio de algo para comer. Aunque si la burla duele, quizás él quiera devolver el golpe... Y no os cuento más, espero a que lleguéis a estas páginas y las comentéis: ¿qué pensáis de Juan de Santa Cruz?, ¿y de José Ido?, ¿y de Guillermina?... ¿Y de Jacinta? Ay, se queda todo en un punto bien interesante. Pronto, más.
 
Feliz semana de lectura
Pep Bruno