Fortunata y Jacinta, primera parte: IX
Hola a todas y todos, debido a las medidas excepcionales de estos días ante la pandemia de coronavirus, se ha reabierto la opción de apuntarse a este club de lectura (a pesar de que llevamos casi 250 páginas -en mi edición- ya leídas), es por eso que esta semana voy a incluir sólo un capítulo (que, por otro lado, es larguito) para dar algo de aire por si hay alguien de nuevas o todavía rezagado. El domingo intentaré tener los dos siguientes capítulos para terminar con la primera parte del libro. La media de páginas está siendo de unas 70-80 por semana, si os parece bien puedo seguir a este ritmo, pues cada vez soy más consciente de que en muchos casos estar en cuarentena no significa tener mucho más tiempo libre. Pero si queréis que aumente el número de páginas por semana, os invito a que en esta y en la siguiente entrada lo comentéis.
Dicho esto, y antes de hablar del capítulo de hoy, voy con la respuesta a la pregunta que os hice del chocolate. Espero que os guste.
Cuando el chocolate llegó de América se popularizó mucho en España (y un par de siglos después, en Europa). Ojo, hablo del chocolate bebido, el chocolate sólido, en tableta, es casi una moda del S.XX pues, si no estoy equivocado, hasta prácticamente fianles del XIX lo habitual era beber el chocolate. Continúo. Con la llegada del chocolate hubo una discusión teológica que duró muchos años y es que resultaba de gran importancia saber si este producto era o no alimento, porque si era alimento rompía el ayuno, pero si no lo era, no lo rompía. Como os digo la discusión duró muchos años y se resolvió de la siguiente manera: como el agua no era considerado alimento, si el chocolate se hacía con agua, no era considerado alimento, y por lo tanto no rompía el ayuno. Por eso en España lo habitual era hacer el chocolate con agua, y cuando había días de ayuno, la gente se tomaba un par (o más) de tazas de chocolate, que reconfortaba y ayudaba a pasar el ayuno con mucha energía (ya te digo). Eso explica por qué hay costumbre de buen chocolate en lugares donde hay (o había) mucho cura. Y también eso explica que en muchos lugares de Europa el chocolate a la española es el que se hace con agua, distinto al chocolate a la francesa que es el que se hace con leche y el chocolate a la suiza que es el que se hace con nata.
Por eso estas mujeres que han madrugado y esperan a la puerta de la iglesia llevan su chocolatera para hacerse un chocolate calentito, que espanta el fresco de la mañana, que reconforta y que no rompe el ayuno de antes de misa.
Capítulo IX. Una visita al Cuarto Estado
El Cuarto Estado del título del capítulo hace referencia a algo que hoy más bien conocemos como el Cuarto Mundo, espacios de pobreza, marginalidad, desamparo... que están en los países del Primer Mundo. De todas maneras seguramente en vuestras ediciones habrá alguna nota explicativa al respecto.
Tal como avisa en el título este capítulo transcurre en escenarios de pobreza y miseria. Jacinta se empeña en conocer al "Pituso", cuyo nombre es también Juan, y que es el hijo que su marido ha tenido con Fortunata (de quien, por cierto, todavía no sabemos nada). Para el desarrollo de este largo capítulo fijaos en el papel que juegan los personajes: José Ido hace saltar la liebre en las últimas páginas del capítulo anterior; Guillermina (a quien hemos visto en acción hace un par de capítulos) se nos presenta ahora como la cicerone necesaria para que alguien como Jacinta se mueva por ese territorio de los márgenes (si no, quizás, esto no habría resultado verosímil); pero José Ido también juega un papel fundamental para traer de nuevo a escena (ya lo habíamos visto antes de pasada) a José Izquierdo, tío de Fortunata y, en la actualidad, el adulto que se está haciendo cargo del niño (o al menos eso parece).
Jacinta hace tres viajes al corral en el que viven Ido e Izquierdo (entre otros ilustres), impacta la descripción del lugar la primera vez que va y causa impresión. Me intriga el asunto del betún y si tiene una cierta carga metafórica (el niño como una mancha, como una deshonra, como una falta), en ese caso lo vería algo forzado, aunque me inclino a pensar más en otra opción: todos estos niños como diablos (cosa que repite el narrador varias veces) pues para Jacinta esto podría ser casi como un motivo clásico: el viaje al infierno. Dicho esto me parece brutal el lugar, el desamparo,la situación en la que tanta gente malvive (sobrevive apenas) en el Madrid de finales del XIX, y cómo contrasta esto con la vida que, hasta ahora, habíamos visto/leído en otros pasajes de la novela. Creo que Galdós es valiente por mostrar esta situación de injusticia con toda su crudeza.
La segunda de las veces que va percibimos como lectores que está fuera de lugar y que no entiende ni comprende cómo afrontar el tema que le ocupa (y que no estoy desvelando conscientemente); ¡tan grande es la distancia entre estos dos mundos!
La tercera viene acompañada de Guillermina y es ahí donde somos verdaderamente conscientes de la importancia de este personaje y de lo que comentaba justo en el segundo viaje de Jacinta.
Algunos temas que podrían ser interesantes para los comentarios:el habla de los personajes (especialmente Izquierdo, por favor), la pobreza, la vida en el corral de mujeres, hombres y niños, el trato de Jacinta (ay, sí, por favor, contadme qué opináis de esto)...
Feliz semana de lectura. Os leo en los comentarios.
Y cuidaos mucho.
Pep Bruno