La belleza de las ruinas
Hola, viajeras, viajeros. ¿Cómo estáis? ¿Qué tal van vuestros vagabundeos por el norte de Grecia?
He de confesaros algo: estoy cautivada por la manera de narrar de María Belmonte y por cómo, para contar sus viajes a Macedonia, su “deseo del Norte”, nos va relatando mil y una historias, anécdotas, recuerdos, encuentros y sensaciones. Es un texto que enriquece el deseo, no solo del norte y de la recreación del antiguo esplendor macedonio, sino el deseo de leer, escuchar, contemplar… y cartografiar nuestra geografía íntima.
En esta segunda parte de la obra de María Belmonte, hallamos una profunda y sentida reflexión (casi una verdadera loa) a las ruinas y a su contemplación. Más emocionante que ver los edificios, escuchar hablar a las gentes, el trajín de unos y de otros, aspirar el aroma de las viandas al cocinarse… casi más, es evocarlo, es intentar aprehender algo indefinible que ya no está, pero que intuimos que estuvo y que, en cierta manera, aún está, en el núcleo de las ciudades, de las cosas.
“Los seres humanos han sido desde siempre receptivos a la poesía que emana de las ruinas”; “La contemplación de ruinas—a la que he sido aficionada desde que tengo memoria— procura un intenso placer que va dando paso a una profunda melancolía, suscitada por la conciencia del inexorable paso del tiempo y la naturaleza efímera de todo cuanto existe, incluidos nosotros mismos”.
“No podía contemplar cómo era Pela hace dos mil cuatrocientos años, pero su belleza truncada se manifestaba como si fuera los fragmentos de un antiguo poema gestado con el lento ritmo de los siglos”.
Sitio arqueológico y museo de Pela
En las Tumbas macedónicas de Lefkadia, Belmonte nos transporta a la contemplación de esas maravillas… Quiero resaltar lo que resalta la autora, Eva, la guía que la acompaña y que realiza ese “truco de magia” es una gran guía, alguien que pone corazón y vocación en su trabajo. ¿Cuántas veces hemos seguido a guías que narran una y mil veces lo mismo, en un tono monocorde, sin ninguna pasión? Ser guía no debe de ser fácil. Pienso que has de estar tan maravillada como las personas que acaban de descubrir ese tesoro que guarda tu llave.
En varios momentos, casi constantemente, Belmonte se queda absorta en el paisaje. Así le ocurre en el Ninfeo de Mieza, en el que paseando, llega a un pequeño mirador de madera con un gran roble desde el que contempla un remanso de aguas cristalinas lleno de plantas acuáticas: “Todo rezumaba verdor y humedad. Todo a mi alrededor me hablaba del principio húmedo de la vida. Me alegré de estar sola. En aquel lugar no había nada que decir. Cualquier sonido que no fuera el canto de los mirlos o el fluir de las aguas habría alterado ese misterio que, según Emily Dickinson, es un elemento integrante de cada partícula del mundo”.
Aristóteles enseñó a Alejandro Magno en el Ninfeo de Mieza o, al menos, eso se dice. En cualquier caso, esa fue la principal motivación de Belmonte para ir, adora al filósofo. Y allí, observada por un guarda atónito y simpático, visualiza dos veces, dos, el documental de Pedro Olalla sobre el Ninfeo de Mieza. No he encontrado ni siquiera el tráiler, pero os enlazo su conferencia titulada ¿Por qué Grecia?
Aquí, en el Ninfeo, María Belmonte vive instantes únicos, pero vuelve… y ya nada es como fue: “El paisaje se revelaba ahora cansado, agostado, pisoteado y profanado. Por todas partes se percibía la huella dejada por un ejército de visitantes descuidados”. El turismo salvaje no es respetuoso con los lugares, ni con su espíritu, me temo.
En Estagira nos descubre la autora a otros autores (lo viene haciendo desde el inicio del libro), Lawrence de Arabia, Susan Sontang… pero quizás el que más me ha calado (las citas son muy hermosas) es Lawrence Durrell. Tal vez porque estoy viendo ahora la serie Los Durrell que debo de ser la única persona en casi todo el mundo que no la había visto ¡! Os dejo este artículo sobre Lawrence Durrell y su obra de viajes La Odisea de las islas griegas.
Es muy hermoso todo lo que cuenta Belmonte en torno al paisaje y a la luz de Grecia: “El paisaje de Grecia suele revelarse a los viajeros de manera inesperada. (…) Mi propio encuentro con el corazón del paisaje griego se remonta a un viaje ya lejano, cuando era estudiante (…)mi contemplación dio paso a una sensación indescriptible, como si me hubiera introducido en otro orden de experiencia en el que la vida cobraba, de repente, mayor intensidad y armonía; una sensación que perdura en mi recuerdo y que luego identifiqué con mi primer encuentro con el poderoso genius loci de Grecia”.
En Estagira “había poesía en aquellas ruinas labradas por más de dos milenios de lluvia, viento y sal”.
En el apartado que la autora dedica a Díon, conocemos a la escritora y viajera Rose Macaulay (1881- 1958) y a su libro Pleasure ruins, en el que dedica un vapuleo a los arquéologos por despojar las ruinas de su fuerza poética y por “sacrificar la belleza al conocimiento”. Sin embargo, Belmonte (pienso) los admira. Pese a las tropelías cometidas en pasados siglos, hoy en día los arquéologos son científicos que nos aproximan las maravillas y el conocimiento antiguos. Una genial y hermosa manera de saber. Quién pudiera pasar algún tiempo excavando y cribando tierra.
Por cierto, ¿vosotros también sentís esa atracción por los pueblos abandonados? ¿Alguna vez quisisteis ser arquéologos?
En Díon María Belmonte cae en la cuenta de que ha comenzado a coleccionar “bancos” (por su emplazamiento); ahora se sienta en uno frente a un lago, en el sitio arqueológico (en Estagira también halló un banco muy especial). En ese banco frente al lago, es muy consciente de toda la vida animal y vegetal que la rodea, de los millones de insectos, larvas, etc., que fueron precursores de la humanidad, de nuestra humanidad. “Cuando traspasé el umbral que me devolvía al mundo exterior, supe que Díon formaría parte para siempre de mi geografía íntima”.
¿Vosotros también coleccionáis bancos o sitios especiales desde los que mirar?
En la visita a Vergina hay dos momentos que yo llamaría brillantes: la contemplación de ciertas joyas de marfil y oro que se conservan en el túmulo de Filipo II, y la reflexión sobre la cantidad de caracoles que debían matarse para conseguir teñir de púrpura un paño mortuorio o las condiciones terroríficas de trabajo en las minas de oro de la Antigüedad. Belmonte escribe: “Lo bello y lo siniestro siempre se revelan íntimamente ligados”. El segundo momento es casi al final del camino, y me parece tan revelador por cuanto es el espíritu de este club, heredado del poema de Cavafis: “era un crocus otoñal: una flor del azafrán realmente bella, pequeña y perfecta brillando a la luz de la tarde, única y solitaria. Me detuve a contemplarla. Me agaché y me senté a su lado dejando que el tiempo transcurriera lentamente en su compañía”.
A lo largo de esta segunda parte, la escritora nos descubre a muchísimos autores, filósofos e historiadores; también vuelve a traer a Aristóteles, a Alejandro Magno, a Filipo y a otros personajes históricos y legendarios (como los hermanos que fundaron el reino de Macedonia). Los trae y los sitúa en los lugares que los visita, haciéndolos y haciéndonos partícipes de su geografía íntima. ¿Cuál o cuáles os han interesado?
Dejo de escribir, quisiera leeros. Es vuestro turno. Salud y largo viaje, lectores.
(Fotografía del Ninfeo de Mieza tomada de aquí).