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3ª parte . Impasse

Libro que estamos comentando: 
El último barco
Como las espirales que aparecen en los dibujos de Camilo Cruz, Leo Caldas retoma, repasa y retuerce una y otra vez todos los datos que se van conociendo progresivamente sobre la investigación de la desaparición de Mónica Andrade. Todavía, y ya llevamos más de la mitad del libro, no se sabe si es una desaparición voluntaria, un secuestro o una ausencia obligada con un final que se imagina trágico.
 
En estas primeras dudas prevalece el papel de un personaje que se hace francamente desagradable desde el principio, el padre de Mónica, Víctor Andrade. Ya sabemos que es un reconocido cirujano vigués, pero su antipatía surge porque impone a la trama dos factores muy disturbadores para los intereses policiales y para los lectores, que queremos conocer con fruición la verdad de lo sucedido. 
 
Por una parte, utiliza su influencia ante las fuerzas vivas de la sociedad para que la desaparición de su hija, sea tratado con la presteza y la diligencia que él reclama, y utiliza sus influencias para ejercer presión sobre las actividades de la policía. Ya sabemos que la personalidad de Leo Caldas es especialmente sensible con las emociones de los familiares de las posibles víctimas, por eso las ansias de justicia del padre chocan con los métodos y la forma de trabajar de Caldas y su equipo.
 
Por otro lado, supongo que todos sentimos que es comprensible que, como padre, Víctor Andrade exija, porque puede por su influencia familiar y profesional, que se tengan en cuenta ciertos aspectos que la mente fría y científica de Caldas no considera relevante. Me refiero a la figura del joven vestido de naranja Camilo Cruz.
 
En todo el centro de la novela planea la figura de Camilo, el joven con una discapacidad que, desde mi desconocimiento al que seguro que vosotros podéis aportar más datos, podría calificarse como autismo o de una enfermedad que le dificulta la relación con cualquier otra persona. Su cercanía con Mónica alienta desde el principio las sospechas del padre y de la amiga del alma de Mónica, Eva Búa, que esa cercanía (eran además vecinos) no pòdia ser sana y que los problemas mentales de Camilo le situaban como el principal sospechoso, o al menos el candidato en centrar las investigaciones policiales en este joven que muestra un carácter huidizo, arisco y poco comunicatiavo.
 
Desde el principio Leo Caldas considera que la extraordinaria capacidad del joven para reflejar en sus dibujos de forma casi fotográfica las escenas en las que aparecía la desaparecida trabajando en su casa y su taller, eran más resultado de una cercanía y familiaridad entre ambos que una obsesión que condicionase a Camilo a actuar de forma agresiva hacia Mónica.
 
Sin embargo esta especie de investigación circular o espiral, como comentaba al principio, incluía desde el principio a personas muy vinculadas con Camilo Cruz. Su madre, por ejemplo, certifica desde el principio que la mañana del viernes de madrugada se cruzó con Mónica, que circulaba veloz con su bicicleta y con una mochila en la espalda hacia el embarcadero de Moaña para, supuestamente, tomar el transbordador que la llevase hasta Vigo, donde estaba su trabajo, aunque en este caso fuera a unas horas más tempranas de lo habitual. La presencia de la bicicleta de la joven, atada en el aparcabicis del emparcadero, hacían suponer que Mónica desaparecíó en Vigo y ya no volvió esa noche a su casa. Pero un hecho como este, que se supone cierto porque está avalado por la declaración de los testigos, cuesta que encaje con muchos otros para que la policía pueda asegurar con certeza los últimos movimientos de Mónica Andrade.
 
Entre visitas a la Escuela de Artes y Oficios, las playas y las zona de Tirán y la comisaría de policía, Leo Caldas cumple incaansable con su trabajo que lo absorbe la mayoría de su tiempo y de sus pensamientos, pero no olvida sus compromisos familiares. En una escapada Estévez le acompaña a visitar a su padre, un personaje muy importante, porque, aunque generalmente no interfiere demasiado en la trama de sus novelas, aporta humanidad al personaje del policía, le dota de pasado y, según declaraciones del autor, él también porviene de una familia que cultivaba viñedos y para él las estaciones estaban marcadadas por las tareas que se hacían en las viñas.
 
Leo Caldas, al parecer hijo único, visita a su padre no solo para cumplir con su deber filial de cuidar y de estar atento de la salud de su progenitor, también lo hace para recuperar sus raices perdidas y, cómo no, para llevarse unas cuantas botellas de buen albariño.
 
El proceso de investigación de la policia en este caso se centra en conocer los últimos pasos o los últimos momentos conocidos de la vida de Mónica Andrade, qué hizo, dónde estuvo, quiénes fueron las últimas personas que la vieron .... Las pistas coinciden inevitablemente en la escuela y en las personas con las que allí se pudo encontrar, commpañeros, alumnos, personal de servicio .... Entonces se inicia un arduo proceso que nos muestra la rutinaria labor habitual del trabajo de la policía: entrevistas con los y las que conocen a Mónica y el visionado de los vídeos de las cámaras callejeras que han podido grabar los movimientos de la joven desde el puerto de llegada del trasbordador hasta el edificio de la Escuela. Y esto no es lo más divertido de la novela.
La novela da un giro importante cuando Caldas reflexiona sobre el hecho tan extraño de que un horno del taller de cerámica se halla mantenido caliente durante todo el fin de semana. 
 
Yo no dejo de imaginarme el ceño fruncido de Leo Caldas cuando se imagina que ese horno, capaz de contener sobradamente un cuerpo humano, pueda haber sido el destino final del cuerpo de Mónica. Pero, para que sus sospechas se cumplan, tienen que confluir conceptos tan importantes como el autor, el móvil, la ocasión, el cadaver .... en fin, las pruebas que faltan.