Capítulos 9 y 10. Fin.
Queridas viajeras, queridos viajeros. ¿Cómo estáis? ¿Cómo habéis vivido / leído este viaje lector a Venecia?
Imagino que con inquietud, algo de horror, bastante extrañeza… Y no es para menos. McEwan nos ofrece un viaje al lugar romántico y dulzón por excelencia (bello, increíble…) y nos enfrenta con la crueldad, con la perversidad de dos seres enfermos pero que no nos causan ninguna empatía, pues ellos son conscientes de su perversión, la disfrutan, la alimentan. Saben lo que está bien y lo que está mal, tienen deseos aberrantes y luchan por satisfacerlos. Tanto ella como él.
La infancia de él, ese padre, esa familia… nos dan pistas sobre cómo evoluciona su psique, pero creo que había de base algo de maldad. Estoy especulando y disculpadme por ello, no tengo conocimientos de psiquiatría ni de psicología, pero es lo que me transmite… Ella, que dice haber tenido una infancia feliz, pues, no lo sé. Tal vez demasiado mimada y demasiado protegida, pero, de nuevo, me parece que había crueldad en su ser, desde el inicio. Los dos, la pareja, forman una alianza del mal. (Sin palabras para definir la relación insana que existe entre ellos, esa forma de gozar del dolor infligido).
Lo que más me asombra es el comportamiento de Colin y Mary: ¿por qué regresan? ¿Por qué mecanismos de la fascinación, vuelven a la casa de Caroline y Robert? ¿Se aburren tanto que necesitan emociones fuertes?
Cuando ya se ha cometido el crimen y Mary está preparando su equipaje para irse, va a la morgue del hospital, se despide de Robert, acude a la policía y los agentes charlan con ella y le dicen que es un procedimiento que se repite… Que lo que quieren es que los atrapen, que eso es lo que buscan. Pero, bueno, ¿a cuántos turistas, a cuántos viajeros, han asesinado estos dos? Y, ¿cómo es posible que la policía lo cuente así, de una forma tan ligera, casi frívola?
Mientras releía el final de El placer del viajero, me recorrió un escalofrío cuando Colin y Robert vuelven a la casa, después del bar, a reencontrarse con sus parejas. Y…
Colin se volvió en redondo para mirar del otro lado. Una estrecha calle comercial, apenas un pasadizo, interrumpía la fila de casas deterioradas. Culebreaba bajo los toldos de las tiendas y de la ropa tendida como colgaduras en pequeños balcones de hierro formado, y desaparecía tentadoramente entre las sombras. Pedía que la exploraran, pero en solitario, sin hacer comentarios ni tener obligaciones con un compañero. Qué fácil sería adentrarse en ella completamente libre, redimido de las complejas asechanzas del juego psicológico, con serenidad para abrirse a la percepción consciente, al mundo, cuya pasmosa e incesante cascada de sensaciones solía ignorarse con tanta facilidad, desatendiéndola en beneficio de absurdos ideales de responsabilidad personal, eficacia, ciudadanía…, qué fácil sería perderse en ella ahora mismo, no había más que echar a andar y fundirse entre las sombras. Robert carraspeó con suavidad. Estaba a dos pasos de la izquierda de Colin, que se volvió para mirar al mar y, en tono afable y jovial, dijo.
—Lo mejor de unas buenas vacaciones es que hacen que uno desee volver a casa.
Vuestro turno, lectoras, lectores. Volvamos a casa, respiremos, valoremos… y preparémonos para nuestro próximo viaje... que no será a Venecia, sino a Grecia, pero pienso, sé, que tendremos que volver a la ciudad de la laguna. De ahí que os enlace el vídeo final de este artículo...