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Hasta "Las manzanas doradas", incluido.

Libro que estamos comentando: 
El país donde florece el limonero

Queridas viajeras, queridos viajeros:

Iniciamos viaje y estancia en El país donde florece el limonero, de Helene  Attlee, con la traducción de María Belmonte, traductora y escritora de literatura de viajes de la que ya hemos leído dos títulos en Ítaca, este club.

Esta semana leemos y conversamos en torno a los primeros cuatro capítulos (hasta Las manzanas doradas, incluido).

Helene Attlee es una reconocida experta en jardines y escritora que cayó cautivada bajo el influjo de los cítricos... en este libro nos llevará de viaje por toda Italia a través de la historia de estos frutos (quiénes lo cultivan, quiénes lo coleccionan, quiénes le tributan una fiel admiración...), la gastronomía basada en ellos y cómo se integran en los paisajes: campos de cultivo, jardines, etc. A lo largo de los capítulos nos cuenta multitud de curiosidades y anécdotas en su casi obsesiva y apasionada búsqueda de naranjas, cintras, mandarinas, pomelos... y limones.

los viajeros del norte de Europa siempre se han emocionado ante la visión de los cítricos italianos, de modo que mi reacción era completamente previsible.

En esta búsqueda del tesoro de los cítricos en la que acompañamos a Attlee, navegamos entre la poesía, los aromas, los sabores y los colores que desprenden su prosa. Es casi inevitable sentir ese regusto ácido o dulcísimo según la escritora desgrana las propiedades y características de las mandarinas, las naranjas, los pomelos, los limones, las cidras, las toronjas... Reconozco que no sabía absolutamente nada acerca de los cítricos, y que me ha sorprendido mucho saber la cantidad de cruces, injertos y polinizaciones que dan lugar a sus casi infinitas variedades. Leyéndola, uno cae en la cuenta de que el tema es inabarcable, inconmensurable como una quimera, una de esas rarezas cítricas que los aristócratas italianos de los siglos XVII y XVIII coleccionaban en sus gabinetes de curiosidades:

Durante el siglo XVIII los huertos de villas y palacios que albergaban las colecciones de cítricos en Italia pasaron a formar parte de un paisaje intelectual más amplio. Eran la prolongación en el exterior de las colecciones de curiosidades, o museos privados, compuestos de objetos de lugares y tiempos lejanos reunidos por caballeros cultos, ricos o aristocráticos de toda Europa. La enorme variedad de frutas y curiosas mutaciones de los cítricos era un elemento importante en muchas de estas colecciones.

(Estoy segura de que ya lo conocéis, pero si no es así, os recomiendo escuchar el pódcast Gabinete de curiosidades, de Nuria Pérez).

También se hace evidente, y la propia autora así lo hace patente en  el texto, la importancia económica, artística, etc., que los cítricos han tenido a lo largo de la historia en Italia. Attlee nos traslada a Florencia en la época de los Médici, nos descubre al cocinero del Papa VI, amén de un buen número de recetas de cocina (seguiremos leyendo sobre ellas a lo largo del libro), algunas más fáciles de recrear que otras (estas últimas las podemos encuadrar en el arte de la fascinación y demostración de poder a través de los fogones; en este 2024 nos resultan hasta desagradables, como las ubres de vaca o el pastel de tortuga...).

Intercalándose en la historia, Attlee nos regala momentos de su propio relato, de su propio vagar por los campos, jardines y museos italianos, momentos que se agradecen pues, en mi opinión, hace que el libro nos resulte más cercano. Como cuando se entera de que han aparecido algunos moldes de cítricos en el jardín de Bóboli, o va a hablar con la investigadora del Museo de Historia Natural sobre ellos, o, esa imagen que nos regala en torno a una naranja y una navaja (y es la primera vez que leo sobre ello, no tengo idea de si en nuestro país también se hace algo parecido). Me refiero a ese instante en el que se corta la naranja del árbol (siempre con navaja), se parte a la mitad...

Primero sujeta el fruto en la palma de la mano, con el tallo hacia arriba. Luego hace un corte horizontal para dividirlo exactamente por la mitad. El jugo de una naranja recién cogida es abundante, incontenible y su aroma estalla en el aire. Arroja la mitad superior al suelo sobre la crecida hierba, porque, en la naranja, el zumo y la dulzura se concentran en la parte inferior, lo más lejos posible del tallo. Luego corta una rodaja y, pinchándola con la hoja de la navaja, la ofrece por la parte sin filo.

En  el pequeño cuartito que es mi despacho me llega un indefinible aroma a dulce, piel, sol, azahar...

¿Qué os está pareciendo este viaje? ¿Algo que os llame la atención, que os guste especialmente (qué sé yo, ¿el jardín de la Villa Castello, tal vez?

Os dejo algunos enlaces:

 

Vuestro turno.

(Las fotos son del Jardín de Villa Castello, Florencia, y están tomadas de aquí: Villa di Castello: terracota y cítricos en un jardín italiano)