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Capítulos XXVI al XXXI, incluido

Libro que estamos comentando: 
El mapa del tiempo

Queridas viajeras, queridos viajeros… ¿no acabaremos de leer los capítulos más románticos / sensuales / literarios / imaginativos a la par que odiosos de El mapa del tiempo? ¿Puede ser inolvidable y hermoso algo que nació del engaño más vil?

Confieso que leyendo estos capítulos he sentido rabia, humillación y dolor al pensar qué ocurrirá si Claire descubre tamaño tinglado. Y, sin embargo, he de admitir que la bella y valiente muchacha ha vivido los momentos más maravillosos e inexplicables de su vida gracias a esta engañifa. Y, después, he pensado que todos están engañados por el genio del mal que es Murray…

Y, más tarde, he calibrado que quizás, tal vez, el dolor que sintió el farsante ante las palabras hirientes de Wells le llevaron a pergeñar el engaño, a escribir en la realidad su historia, para demostrarle que es mejor escritor que él. Más imaginativo. Más resolutivo. Con más talento. Wells podría haber sido más sutil, la verdad. Él mismo dice que lo hizo como experimento. Un poco prepotente el tal Wells. Talentoso, pero prepotente. ¿Acaso no sabe que un escritor deja parte de su alma en cada historia que escribe? ¿Que, todos los escritores, hasta los más malos, los más infames en la escritura, poseen anhelos de artista? Y esos anhelos son absolutamente legítimos. Y el dolor que sienten ante el rechazo, también.

Uf, qué batiburrillo de sentimientos. Soy una romántica. 

¿Cómo estáis? ¿Qué habéis sentido vosotros?

Tenemos que volver sobre la calidad del novelista que estamos leyendo: Félix J. Palma. En estos capítulos enrevesados, Palma nos hace viajar en el tiempo de manera casi literal: no solo por el endemoniado ardid de Tom para seducir a Claire (pensando esto más detenidamente… ¿quién ha seducido a quién?) sino porque nos ha llevado al momento en el que Andrew Harrington volvía a casa del escritor aquella noche en la que fue el protagonista de otro engaño… y le vio. Y le disparó. Todo es un círculo. Todo es una serie de triquiñuelas, un juego de espejos. Retomando aunque brevemente las ardides del oficio de nuestro propio novelista Palma… qué manera de postergar el deseo del lector. El modo en el que introduce a ese personaje secundario que enciende las candelas de un pasillo desierto, y no nos cuenta nada de lo que sucede entre Tom y Claire en la habitación de la pensión, tras una puerta cerrada. Nuestra imaginación vuela hasta que leemos la correspondencia entre el capitán Shakleton y la dama del siglo XIX. Un verdadero deleite. Y cuánta elegancia.

Como os escribía al principio de esta entrada: esto es un verdadero enredo. Tom Blunt, este pelagatos del siglo XIX (así lo define Claire en el salón de té, y así se define él mismo y el propio H. G. Wells. Por cierto, qué bonita palabra, cuanta sonoridad), sigue adelante con la cita con la señorita Hagerty, una joven inteligente que, sin embargo, se deja embaucar por los viajes en el tiempo y la idea de un capitán gallardo y valiente de otro siglo que ha viajado solo para verla. He pensado en esto y, quizás, cuando deseamos con mucho ahínco emociones, una vida distinta… estemos más predispuestos a creer. A fin de cuentas, el ser humano siempre cree (creemos) que es el centro del universo… por eso, tal vez, Claire está absolutamente predispuesta a que le pase lo que le pasa, y pese a que se desmaya (¿de los nervios?, ¿de la emoción?), accede a mantener relaciones sexuales con este apuesto héroe que solo parece un pelagatos porque va de incógnito.

Las idas y venidas de los personajes son muy divertidas, especialmente cuando Tom Blunt encuentra la primera de las cuatro cartas que su enamoradísima Claire va a escribirle y dejarle junto al agujero del tiempo, porque se ha creído todo a pies juntillas y él decide pedir ayuda al novelista que inventó La máquina del tiempo. Será él, al igual que un Cyrano de Bergerac (¿sabíais que, dos siglos antes que Julio Verne, escribió un descacharrante relato sobre un viaje a la Luna?), el que conteste las misivas de la muchacha, y desde la primera carta queda obnubilado por la historia (aquí os dejo el enlace a la información de la obra de teatro escrita por el dramaturgo francés Rostand, antes os enlacé al escritor). Completamente cautivado por esa joven sin remilgos, que disfruta de su cuerpo y de su sexualidad libremente, sin cortapisas. De hecho, las cartas adquieren un componente revitalizador de su propia sexualidad, de su propio matrimonio. Y, en medio, Tom Blunt que se siente la mitad podrida de la manzana, porque las cartas que Claire contesta, no, no van dirigidas a él, sino al novelista. Y, al final, cuando introduce un narciso prensado en la última carta, la flor no es para Wells, sino para Tom… y el escritor es el que se siente la mitad podrida de la manzana.

Es una historia de la que nadie sale indemne…

  • ¿Qué sucederá con Tom Blunt? ¿Sus temores sobre los matones de Murray estarán bien fundados? ¿Correrá su vida peligro? ¿Qué sucederá con Wells? ¿Se verá las caras de nuevo con Murray? Como él mismo reconoce, el dueño de la Agencia de Viajes Temporales ha sido capaz de escribir su historia en la realidad y hacerla plausible. ¡Los londinenses se la creen, pagan por viajar, se lo recomiendan a sus amigos y familias! ¿Y Claire? ¿Descubrirá que todo fue un engaño? ¿Sería capaz una joven como ella de vivir un romance con alguien como Blunt?
  • Y, ¿Londres se enterará del alambicado engaño de Murray? Un engaño en el que han caído porque querían. Ansiaban creer…, claro, despue´s de leer la novela de Wells, ¡¡!! Esta ambivalencia entre novela y realidad me recuerda a lo que pasa siempre (o casi siempre) en los encuentros con autores. Algunos lectores están empeñados en saber qué es real y qué no. Si lo que cuenta el escritor pasó de verdad o se lo inventó. Un poco de eso puede que lo haya querido reflejar nuestro autor Félix J. Palma... 

Os dejo por aquí algunos enlaces más:

  • He intentado indagar sobre el desventurado John Peachey… y he encontrado este artículo en inglés, en el que he creído entender que el mismísimo Byron estaba muy impresionado por esa tumba… pero sigue siendo un misterio. En el texto se nos cuenta cómo Byron rechazó a su hija bastarda Allegra (fruto de sus amores con la hermanastra adolescente de Mary Shelley), ésta muere y es entonces cuando él la echa de menos… (típico) y quiere erigirle una lápida conmemorativa en el cementerio en el que está la tumba de Peachey, pero no le dejan (creo que hasta 1980 no se instala una placa en memoria de su hija). Parece ser que la tumba del desconocido Peachey está rodeada de barrotes porque en una ocasión la profanaron (he puesto la foto de la tumba encabezando esta entrada). Si averiguáis algo más sobre el lugar en el que Tom y Claire intercambian las cartas… ¡hacédnoslo saber! Es todo un misterio.

Vuestro turno. ¿Nos leemos?