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El corazón helado, VIII

Libro que estamos comentando: 
El corazón helado

Hola a todas y todos, llegamos al final de este viaje quedan todos los huecos completados y ya podemos tomar algo de distancia para ver el mosaico completo, un largo, enorme mosaico que abarca tres generaciones y casi 100 años de historias, de historia. Esta semana comenzamos la lectura en la página 829 (“Yo tenía once años, y mis padres un chalé en el pueblo de Navacerrada.”) y terminamos en el punto final del libro.
Antes de dar paso a las notas de lectura os recuerdo que en unos días comenzaremos con el libro Matar a un ruiseñor de Harper Lee, ojalá os animéis a leerlo con nosotros y nosotras.
Vamos al lío.
 
 
ESTA SEMANA
 
Terminamos la lectura de este apasionante libro con sus 920 páginas, sus personajes (todos ellos relevantes), sus historias que se trenzan para articular una única historia que nos abarca y nos incluye. Terminamos este emocionante y poderoso paseo que nos ha hecho disfrutar de muchos y muy buenos momentos, y también de algunas amarguras y sinsabores.
En estas últimas páginas queda a un lado Raquel, no está (en los diálogos, en la acción) pero está presente en todo momento, porque está en Álvaro: ambas historias (¿ambas Españas?) trenzadas en un personaje que recorre una casa, una familia, a la que ahora ve de otra manera. ¿Qué hacer, cómo actuar, qué pensar… una vez se sabe lo que no se sabía?
Es maravilloso cómo lo va contando Almudena Grandes, cómo utiliza esas estructuras reiterativas que hacen que párrafos sucesivos comiencen con una misma frase y desplieguen una idea, y un nuevo párrafo como una capa más que ahonda sobre esa misma idea u otra ligada. Esto ya lo hemos visto en otras ocasiones a lo largo del libro, aporta una fuerza y un lirismo a la trama que resultan, en verdad, deslumbrantes.
Saber no implica renegar, no implica odiar, no implica romper, porque “Yo no me merecía un padre así, pero nunca iba a tener otro. Él no se merecía el amor de un hijo como yo, pero yo nunca podría dejar de quererle. Era mi padre, y eso lo explicaba todo, lo estropeaba todo, era mucho más que una frase, tres palabras. Era mi padre.” (p. 838), pero sí implicaba tener presente algo, decir algo: “Quería contar en voz alta lo que nunca había contado nadie y quería escuchar en voz alta las palabras que nunca había escuchado. (…) Parecía muy poco pero era mucho, porque había pasado el tiempo, y el silencio pactado para encubrir la verdad había terminado por suplantarla. Ahora la verdad era aquel silencio sólido, duro, imperturbable, la verdadera inexistencia de datos, de palabras, de recuerdos, y los labios cerrados, y las conciencias mudas” (p. 839).
Y ante este turbión de palabras que fluye del corazón y la boca de Álvaro nos encontramos con sus hermanos, y con los distintos papeles que asumen estos, fijaos cómo actúa Julio, qué hace Rafa, qué dice Angélica, desde qué lugar habla Clara. Todos ellos son arquetipos, maneras de hacer ante el pasado. A todos ellos los conocemos, o conocemos a gente que actúa de alguna de estas maneras cuando se hablan de hechos similares a los contados en el libro (o tal vez en otras situaciones de la vida). Me parece fascinante cómo va desgranando aquí Almudena Grandes todo este asunto, cómo nos pone un espejo en el que mirarnos: ¿cuál de los cinco hermanos somos?
Y si esto no fuera suficiente nos encontramos con una escena última absolutamente fascinante, la conversación entre Álvaro y su madre es, sencillamente, un shock o, si lo preferís, un choque (en su sinónimo en español), un choque en el que, más allá de la conversación, hay que atender a las formas, los silencios, las miradas… porque son tan elocuentes, nos dicen tanto, nos están contando tanto. Qué maravilla. Qué final.
 
Y con esto terminamos. Espero que hayáis disfrutado con este libro maravilloso al menos tanto como he disfrutado yo. 
Ojalá nos encontremos en nuevas lecturas.
Saludos cordiales, 
Pep Bruno