El corazón helado, V
Hola a todas y todos, seguimos la lectura maravillosa en la que andamos enredados estas semanas. Me encanta leer vuestros comentarios, veo que estáis enganchadísimos. Esta semana os doy algo más de madera para la lumbre, pero no podemos correr mucho que hay compañeros y compañeras que van a un ritmo más tranquilo.
Estos días leeremos desde la página 412 (capítulo que comienza "Cuando Ignancio Fernández Muñoz vio por primera vez a Anita...") hasta la página 567 (el siguiente capítulo, en la p. 568, comienza: "A mediados de julio empezó la cuenta atrás.", este no hay que leerlo aún). Es decir, 150 paginitas de disfrute.
ESTA SEMANA
Merece la pena comentar, aunque sea brevemente, los hechos históricos que se cuentan en estas páginas, concretamente la situación de los exiliados republicanos en Francia (brutal hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial) y la situación en la España de los vencedores (también brutal, y eso que la vemos desde la óptica de sus protagonistas). Fijaos cómo está todo contado, cómo va tejiendo la historia de las vidas a un lado y a otro de los Pirineos con detalles que en ningún momento son baladíes. En este sentido es muy relevante la figura de los personajes secundarios: todos ellos son piezas fundamentales para entender lo que pasaba (y la complejidad de lo que pasaba). A algunos ya los conocemos y es ahora cuando más evidente resulta su papel como representante de un tipo de persona habitual del momento, en ese sentido tenemos idealistas como Luis Serrano (el Pancho que se pasó a los rusos) o Eugenio Sánchez (el falangista de pura cepa) que forman parte del gran grupo de los perdedores (en distinto grado, claro, pero perdedores todos ellos), un grupo en el que también encontramos a los que perdieron la guerra y a los que tal vez la ganaron pero viven con miedo en este nuevo país que nos es descrito; y, por otro lado, tenemos a los oportunistas como Julio (al que hace rato que le vamos conociendo las intenciones) y Rogelio, que serán, en verdad, los grandes beneficiados. Se explica de maravilla en este breve fragmento: "Ya no había vencedores, sino amos. Otros habrían perdido el tiempo sacando conclusiones, pero a él no le hicieron falta para comprender que se encontraba en el paraíso de los impostores, de los usureros, de los oportunistas. Un lugar, en fin, inmejorable para prosperar." (pp. 535-536).
Pero volviendo a la historia que se nos cuenta, en estas páginas podremos seguir los avatares de un joven Ignacio y de un joven Julio, sus distintos caminos y sus distintas maneras de afrontar el futuro: uno fiel a sus ideas y luchando en todos los frentes; otro fiel a sus propios principios y con dos carnets en el bolsillo. En verdad resulta apasionante esta doble historia, este espejo en el que se reflejan dos mundos completamente distintos. Dos mundos que se tocan en un momento, en París, en un nudo que se nos avanzó hace unas cuantas páginas con una fotografía inesperada (Julio y Paloma), un nudo que es el punto alrededor del cual gira toda esta novela y que, al mismo tiempo, simboliza tantos otros nudos que aquí no se cuentan pero que siguen entorpeciendo el naturar discurrir del hilo de la vida en nuestros días. Tantos años después. Tan fuera (¿o no?) de esa novela.
Hay otro tema maravilloso en estas páginas, algo que hemos ido viendo aquí y allá ya en el libro, pero que ahora se desata: la pasión, el deseo, el amor enloquecedor que nos hace perder la cabeza. Lo vemos en el presente del libro (con Raquel y Álvaro) y lo vemos en el pasado del libro (con otros personajes que no os voy a desvelar). Y este, al igual que ocurre con los contrastes en los personajes, es un tema relevante que sirve, creo, para evidenciar otro constraste. Esta historia tiene mucho que ver con los ideales y con las ideas, con las astucias y los principios... todo es cabeza. Pero hay algo que puede romper esos diques de contención, algo que nos puede hacer perder la cabeza, sí: la pasión desatada. Es lo que le pasa a Álvaro (este hombre está perdido del todo) y es algo que pasa a otros personajes en el pasado, como a Ignacio (que de pronto, en el frente, ve las cosas de otra manera) o algún otro (que no cito, pero que casi cambia de planes por pura pasión, lo reconoceréis en cuanto lo leáis). Este amor que hace que "Entre esa mujer y yo todo era ahora, y ahora era siempre tan fácil, tan fluido y luminoso como si los dos hubiéramos nacido en el instante en que nos conocimos. Pero ella tenía un pasado y yo tenía otro." (p. 512). Sí, un presente continuo como si no existiera un pasado, como si no pensar en ello evitara cualquier tipo de traba o lastre. Pero claro, eso no podrá ser así. Creo.
En suma, una semana llena de grandes momentos que, seguro, vais a disfrutar, porque las peripecias de Ignacio y Julio son muchas, sorprendentes y emocionantes. Y el enredo de Raquel y Álvaro es también una fiesta (aunque tiene uno la sensación de que ese frágil equilibrio va a estallar en cualquier momento).
Os leo en los comentarios.
Pasad una buena semana de lectura.
Saludos cordiales,
Pep Bruno