El corazón helado, IV
Hola a todas y todos, seguimos con esta apasionante lectura y nos metemos de lleno en dos planos de la narración bien potentes (y enganchosos). Para esta semana os propongo la lectura de unas 125 páginas: desde la 285 (capítulo que comienza "Lo primero que aprendí aquella mañana fue que María victoria Suárez Mena...) hasta la 411 (la siguiente página, la 412- da inicio a un capítulo -que no toca para esta semana- que comienza: "Cuando Ignacio Fernández Muñoz vio por primera vez a Anita Salgado Pérez...").
ESTA SEMANA
Ya estamos todos y todas completamente enredados en esta lectura, atrapados en las tripas de esta historia que avanza a saltos en diversos planos temporales, trenzando distintas voces y miradas, contando con narradores diversos, sumando fragmentos que, como pequeñas teselas, nos van permitiendo armar el mosaico de esta historia. De esta historiaza.
Me encanta cómo está organizado todo: de la mano del protagonista (Álvaro) vamos descubriendo detalles que quizás ya conocíamos pero que, desde esta nueva óptica, se llenan de sentido. Hay momentos, además, en los que un capítulo cierra en alto (dos carnets, por ejemplo) y pronto, en otro lugar del mundo, en otro momento histórico, ese elemento aparece dando coherencia a la historia que se va narrando y manteniendo tensión narrativa, es fascinante cómo estos elementos que pueden parecer inconexos son la argamasa de esta historia, son el cemento en el que se van fijando las teselas del mosaico. Es absolutamente deslumbrante.
Fijaos, por otro lado, cómo seguimos esperando que vuelva a contar Raquel: Álvaro y el narrador omnisciente se alternan en estas páginas para ir contando, pero queda rezagada esa baza que, como sospecháis, debe ser fundamental para terminar de encajar todas las piezas, para aportar la profundidad y complejidad a esta historia (que va ensanchando, igualmente, según sumamos momentos y voces). Además estos dos narradores cuentan con algún otro personaje que suma su voz y sus recuerdos; fijaos en Encarnita y en lo que cuenta y en su hermosa historia.
Son capítulos de caos también: caos en la guerra y caos en el amor (¿o era el deseo?), pero no quiero contar mucho porque no quiero destriparos algunos de los pasajes gozosos por los que vais a pasear estos días.
Por otro lado hay una pequeña chequera de piel castaña con una cerradura insolente (y frágil) que es una especie de Caja de Pandora, cuya apertura desata la tormenta y, al mismo tiempo, permite a Álvaro empezar a armar un complejo puzzle lleno de huecos y silencios. Esa carterita de piel castaña, ojo.
Resulta también muy simbólico un momento de estas páginas: el descubrimiento del segundo apellido de su abuela. Un hueco que se completa, un olvido que se restaña. O si, lo preferís, un puerto al que se llega. No es baladí este pequeño detalle: nombrar es una manera de hacer existir (de rehabilitar, de traer a la memoria), y por lo tanto nombrar a medias es una manera de no ser del todo, una historia que puede no ser cierta o estar manipulada o velada o escondida. Recuperar la figura de la abuela empieza por recuperar su nombre. Este personaje, al que ya conocíamos, gana ahora en la distancia, en el recuerdo de quien lo conoció y en la añoranza de quien acaba de descubrirlo. ¿No os parece un momento maravilloso del libro?
Hay otros hilos que quedan mostrados pero no desarrollados aún: como esa foto de Julio Carrión en Orleáns con una mujer (a quien nosotros ya conocemos); o esa historia de Mariana en la casa de Torrelodones... por poner un par de ejemplos. Pero todo irá llegando.
Y por si esto os parece poca cosa, si la trama no os tiene completamente enganchados a la historia, aderezad estas páginas con algo de pasión, locura y amor exacerbado... la cosa no puede estar más enganchosa, de verdad.
Ah, por cierto. La novela está llena de hechos y personajes reales, como el de Arucas. Terrible.
Os leo en los comentarios.
Pasad una feliz semana de lectura.
Saludos
Pep Bruno