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CÓMO GUARDAR CENIZA EN EL PECHO, y 5

Libro que estamos comentando: 
Cómo guardar ceniza en el pecho

 
CÓMO GUARDAR CENIZA EN EL PECHO, y 5
 
 
Esta semana terminamos la lectura de Miren Agur con los dos últimos apartados del libro: Esa puerta y El estigma accidental, que van desde la página 151 hasta el final.
 
Son dos apartados muy diferentes: en Esa puerta la autora vuelve sobre los rescoldos que todavía quedan del amor del que trata en apartados anteriores y que tanto cuesta olvidar; y en El estigma accidental hace reflexiones a propósito del hecho en sí del quehacer poético, lo que se conoce como “metapoesía”, la poesía que habla de sí misma, y que la autora menciona con este nombre en su poema Currículum de un poema (p. 190) en el verso final:
 
En el metapoema meto mis metas, mis temas y mis mitemas.
 
A propósito de este verso, en un aparte de comentario formal, os hago notar que en él se produce el efecto conocido como Similicadencia: una rima interna (es decir, dentro del verso y no al final), o lo que es lo mismo, una igualdad de fonemas finales de palabras próximas. Fijaos el juego sonoro de repetición de sonidos por el que se deja llevar la autora; a mi juicio un juego deliberado y cargado de bastante ironía. Este recurso, la similicadencia, de la que no os había hablado hasta ahora, lo veréis de vez en cuando en el libro (si releéis, os encontraréis con algún ejemplo más).
 
 
Quiero terminar la lectura de este mes como un juego “metapoético” también para nosotros-as: con poemas de otros autores sobre poemas de Meabe. Allá vamos.
 
En el poema Requiem (p. 159) la poeta hace mención al intenso y corto idilio que tuvieron el pintor de ascendencia judía Amadeo Modigliani (solo famoso después de muerto, por desgracia) y la poeta rusa Anna Ajmátova. Creo que enlaza con esa imposibilidad de la que habla nuestra autora Meabe de olvidar, de asumir las cenizas del amor. Este es un fragmento de Ajmátova, de su “Poema sin héroe”, escrito treinta años después de aquel encuentro amoroso:
 
En la negruzca neblina de París,
seguro que de nuevo Modigliani
furtivamente caminará tras de mí.
Él tiene el triste don de traer,
incluso en el sueño, la confusión
y de ser culpable de los desastres.
Pero, para mí —su mujer egipcia— él es
la música que toca el viejo en el organillo,
todo el rumor de París se esconde bajo esa música
es como el rumor de un mar subterráneo
que ha bebido del dolor, el mar y la vergüenza.
 
El siguiente poema viene a propósito de Margaret Atwood, escritora canadiense muy conocida por sus novelas y también poeta, y que Meabe trae a su poemario con el poema Un gin tonic en Miramar con la señora Atwood (p. 187). Fijaos en la cita poética de Atwood tan larga que encabeza el poema y con la que se manifiesta la imaginada continuación de nuestra autora cuando departe a propósito del jardín (figurado en parte, por supuesto, y que es la imagen del campo poético). Por cierto, que en este poema vamos a encontrarnos, de nuevo, un resumen de los temas del poemario. Esta vez en forma de preguntas y con un inicio anafórico (repetitivo) en todos los versos que conforman la estrofa, y que comienzan así: “¿Sobre el …?”.
Pues bien, ahora os transcribo un poema de Atwood, que me parece que viene a propósito con nuestro poemario: los restos del amor y la puntita de ironía. El poema de la autora canadiense se titula Despedida intergaláctica  y está dentro del poemario Luna nueva, editado con Icaria:
 
Ahora que la pena es más lenta, sé
que está allí, menos
como si estuviera desollada que
escaldada. Un momento largo sin respirar
y sin sentir. Luego capa tras capa desprendiéndose.
Un melocotón en agua hirviendo.
Es una imagen doméstica.
Inténtalo: una luna suave sin la piel.
Cuanto más sigo adelante, menos es
culpa de nadie, (…) y tú fuiste
luz al principio y luego oscuridad
y luego luz y luego oscuridad, yo quería que fueras
luz todo el tiempo, como en las postales
religiosas, o en el círculo ártico.
¿Es esto intolerancia? ¿Soy
inhumana? ¿Es codicia por algún
estúpido absoluto, algún cero,
que me arranque la piel
así y haga que tus palabras
no dichas ardan azules de terror? ¿Prefiero
el fuego sin aire del espacio
exterior a los hombres, incluso
los guapos? Adiós
terrícola, fuiste más perfecto
que los demás, pero no lo bastante.
 
Y para terminar este corto paseo, no me resisto a poner por aquí un “metapoema” clásico, bien antiguo, y muy famoso: en él se describe cómo se hace un soneto, haciéndolo. Es de Lope de Vega y se titula:
 
Soneto de repente
 
Un soneto me manda hacer Violante,
que en mi vida me he visto en tanto aprieto;
catorce versos dicen que es soneto,
burla burlando van los tres delante.
 
Yo pensé que no hallara consonante
y estoy a la mitad de otro cuarteto,
mas si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.
 
Por el primer terceto voy entrando,
y parece que entré con pie derecho
pues fin con este verso le voy dando.
 
Ya estoy en el segundo y aun sospecho
que voy los trece versos acabando:
contad si son catorce y está hecho.
 
 
Tras este “florilegio” poético que espero haya sido de vuestro interés, me despido hasta la próxima semana en la que iniciaremos la lectura de La voz a ti debida, de Pedro Salinas. ¡Estáis invitadas-os!
 
Abrazos en poesía,
Estrella Ortiz