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Libro que estamos comentando: 
Cantos de sirena

Queridas viajeras, queridos viajeros, esta semana comentamos los siguientes cinco capítulos de Cantos de sirena, de Charmian Clift.

De estos capítulos, tengo dos que me gustan especialmente. El primero es el décimo, que se me antoja una suerte de cuento de retahíla. La madre busca a su niñita, la pequeña Shane, todo está dispuesto para la comida del mediodía bajo el mapa de Grecia azul y amarillo pegado a la pared con trocitos de esparadrapo, la mesa libre de estorbos para hacer sitio a los platos, los alimentos (dulce melón frío, tomates jugosos, pan moreno con semillas de sésamo, queso aromatizado con hierbas, miel oscura y fina…) pero la niña, no está. Algo que parece que sucede a menudo. Se inicia, entonces, la aventura. La búsqueda. Charmian recorre casi toda la isla y, así, en ese viaje en el que no falta un poco de angustia, vamos descubriendo algunas costumbres de los isleños. Su amabilidad, su hospitalidad, el amor hacia los niños (del que ya nos habían dado antes prueba), algunos usos extraños y duros para ojos foráneos y la seguridad de que siempre habrá alguien en Kálimnos que cuide de Shane. Aunque sea la propia isla.

De la cocina de Sevasti, al caique de Dimitri amarrado en el taller de reparaciones, a la playa de guijarros grises para ayudar a theía Calíope a bañar a su oveja, luego, al matadero, con Mike Melekeios y unas cabras, situación de la que sale llorando, rumbo a la casa de Mike el americano. Fotini, su mujer, la ha acogido, le ha dado pan con aceite y unos higos, y luego, Maria la ha llevado a ver el bebé recién nacido de Xandipe, a medio camino de epano (allá arriba)… es en la comitiva de un funeral donde Charmian encuentra a Shane, la pequeña figura, que está muy concentrada en seguirla, la pequeña figura, con el sucio vestidito de flores, de pelo rubio que le cae en lacios y sudorosos mechones sobre los hombros desnudos y rebozados de sal, con lágrimas y mugre y el salitre formando una costra en sus mejillas, los labios apretados en una línea firme y decidida, solo levemente emborronada por granos de azúcar adheridos al aceite que la mancha.

Va con una Gorgona (ya hemos comentado cómo a las mujeres las llaman Gorgonas…) muy vieja, pero sumamente dinámica, y Shane va protestando, porque (se infiere) la mujer quiere darle de comer y ella… ¡ya ha comido! Higos, tomates, pan con aceite y azúcar, dos caramelos…

La vida, la muerte, la sencillez, el alimento, la vida asilvestrada en la que se aprende del mundo… ¿Os imagináis a la pequeña Shane en Londres? (Fotografía en un parque de Londres, poco antes de viajar a Kálimnos)

Mi segundo capítulo favorito de estos cinco es el 14, cuando descubrimos las artimañas de Manolis, cómo ha estado rapiñando comida en casa de Charmian y en casa de sus sobrinos, cómo se inventó que no tenía dinero, que el sastre no le pagaba, que su familia en Cos estaba pasando privaciones, y hambre. Y, cómo George y Charmian comienzan una ofensiva/defensiva, no dándole de comer… intentando así que regrese a Cos. Y, parecen lograrlo. Sí. Se han librado del viejo y de sus artimañas, de sus embustes. Se va, en el mismo caique en el que llegaron a Kálimnos la familia, pero al irse, Charmian y George se entristecen. A fin de cuentas, Manolis era parte de su rutina allí, alguien molesto, pero cotidiano, reconocible. Cuando se va, le dan dinero, regalos para su familia y, también, sus sobrinos. Pero, no. Manolis no tarda en regresar. Al leerlo, no puedes evitar sonreír.

Hay una cuestión y es la privacidad versus la existencia comunitaria. George y Charmian necesitan algo de soledad, pero no es posible en la isla. Ni siquiera pueden salir a dar un paseo los dos solos. Hordas de vecinos, niños y grandes, los persiguen. Les tratan como si fuesen niños, pillastres que no deben salir solos.

“la privacidad es el estado más difícil de conseguir en Grecia, quizá porque los griegos parecen inherentemente incapaces de comprender su necesidad. Aquí, donde las familias de diez o quince miembros viven en una sola habitación y duermen en la misma cama, la está acostumbrada, desde que viene al mundo, a la existencia comunitaria. Existe un equilibrio complejo y delicado en las relaciones personales entre familias y vecinos, a quienes su mismísima pobreza obliga a vivir en tanta proximidad que las acciones de cualquiera, y casi todos sus pensamientos, están expuestos a la inspección del resto”.

Esto me ha recordado a la situación de España en la posguerra, cuando las familias obreras  compartían casa y la cocina se compartía con otras familias, eran viviendas “con derecho a cocina”. La vida se hacía en la calle, los niños eran cuidados por todos los vecinos, y todo se ventilaba a la vista de todo el mundo. Había tanta promiscuidad, tantas personas viviendo casi hacinadas (las familias tan numerosas) que la privacidad era un lujo reservado a la gente de posibles.

Por otro lado, y perdonadme si me repito, la prosa de Charmian, su sensibilidad y su atención a los detalles, hace que “veamos” la rara y excepcional hermosura de la isla y sus gentes y el devenir de su historia.

“A veces no existe una línea de demarcación entre casa y cielo, y las paredes se elevan para volverse pura atmósfera, o el cielo desciende directamente hasta tus pies, donde se vuelve sólido, con dos ventanas de color rosa y una maceta de claveles rojos pintadas en él. Las mujeres de negro parecen signos de exclamación contra el azul, y cada movimiento suyo resulta enfático, intuitivamente correcto, algo completo y bello. Cualquier retazo de color es como un canto: el jersey rojo de un niño, un gato naranja, una bandeja de dulces de venenosos tonos púrpura, una flor caída en unos escalones torcidos”.

Para finalizar este comentario inicial, ya sabemos que han terminado la novela que estaban escribiendo en Kálimnos y están expectantes, porque la han enviado y… quién sabe lo que les deparará el futuro. Si será esto una despedida…

Algunos enlaces:

¿Tenéis algún capítulo o fragmento, de estos cinco, preferido? ¿Algún detalle que os haya llamado la atención? ¿Alguna cita?

¿Nos leemos?