y 4 A CADA CUAL SU CIELO
y 4 A CADA CUAL SU CIELO
Buen lunes, ATRAPAVERSOS:
Comenzamos nuestra última semana del Club, que como sabéis se detiene en agosto y septiembre, y en el que retomaremos nuevas lecturas a partir de octubre.
Espero que os esté resultando interesante la lectura de este mes. Para esta semana tenemos previsto leer desde el poema “Recuerdo nuestros balones perdidos” de la página 81 hasta el final.
La semana pasada os comentaba que el autor dedica en este libro unos cuantos poemas al tema familiar. Sobre este asunto vamos a encontrar de nuevo poemas esta semana: la relación con su hermano, que era el mayor, en “Cansados de mi padre y su amigo” (p.82); también el poema siguiente, “Pasó una sola noche con nosotros” (p.84), habla de la negativa de su madre a quedarse con una perrita, un episodio del que el yo poético todavía se lamenta, sin lágrimas, que parece la pena más triste. Y por último el poema “En mi casa de encontradas pasiones” (p.86) en el que acertamos a comprender al fin el contexto de un hogar duro, en el que parece que en el pasado el poeta procuraba ser el pacificador, y que ya en el presente, encuentra sus esfuerzos un tanto vanos a la vista de lo que ha deparado el destino. Muy interesante reflexión.
Por último, en otro orden de cosas, me parece muy tierno el poema “Mientras me hablas” de la página 94, en el que una sopa enfriándose viene a ser el colmo de la desolación, algo que intenta evitar el poeta. Mejor que no se nos enfríe la sopa, dice, pues de lo contrario añadiremos más tristeza a la tristeza de todo aquello que nos preocupa. De modo que, pase lo que pase, hagamos caso al poeta:
Coge tu cuchara y come,
no agregues más tristeza a todo con otra sopa fría.
Puestos a comer la sopa que nos guste -o en lo que viene a ser lo mismo: disfrutar el momento, carpe diem- para esta despedida de temporada, y pensando en todas aquellas personas que tengáis la suerte de estar junto al mar este verano (y también para las que no), os traigo unas palabras de nuestro autor que vienen muy a propósito.
Se encuentran en su libro El idioma materno, en uno de sus capítulos titulado El mar en todas partes. Morábito comienza contando su idea infantil del mar: “creía firmemente que el mar dejaba de producir olas al terminarse las vacaciones (…) tan pronto como el último veraneante le daba la espalda”. Mas luego, con el paso de la inocencia fue cuando se percató de que el mar seguía latiendo olas aun cuando no las mirase nadie, lo cual le produjo su primer pensamiento (“pasmo”) metafísico: comprendió que nuestra vida era como la del mar, “sin testigos y abandonada a su suerte”.
Pero no se quedó en ese lamento el autor, tal y como estamos observando en el espíritu de A cada cual su cielo en el que casi siempre gana lo animoso, y puestos a que el mar no parara de lanzar sus olas, quiso el poeta “buscar el mar en todas partes, presente en cada cosa y objeto”.
Y lo encontró. Hasta tal punto se impregnó de mar su vida, que lo llevó a pensar que su creencia infantil no era tan equivocada pues “El mar no está abandonado a su suerte porque cuando le damos la espalda lo llevamos con nosotros y las olas, que de niños creíamos mudas durante casi todo el año, no dejan de trabajarnos en secreto hasta nuestro próximo encuentro con él, y al verlas romper de nuevo en la orilla entendemos atónitos, maravillados, que ninguna rompió durante nuestra ausencia sin que lo supiéramos y que el mar nunca está solo con su alma”.
(Una observación estilística: ¿Os habéis dado cuenta de que este último párrafo, si el autor lo hubiera puesto en una disposición de versos, habría pasado por ser un poema? ¡Qué fronteras tan ambiguas se marcan a veces entre la prosa y el verso, como es el caso de nuestro autor!).
Tras este comentario, quisiera que de nuevo quedasen flotando las olas inocentes de las que nos habla Fabio Morábito desplegadas sobre un mar eterno, no importa si presente o ausente (en Guadalajara, como es mi caso, siempre anhelado), sobre el cual deseo que discurran los días de vuestro verano.
¡Salud y Poesía!
Estrella Ortiz