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3ª parte. Hasta el capítulo 20 de la segunda parte.

Libro que estamos comentando: 
Un asunto demasiado familiar
Esta entrada se ha retrasado unos días hasta que hemos tenido la confirmación de lo que llevábamos unas semanas preparando: la posibilidad de hacer a Rosa Ribas las preguntas que nos haya suscitado la lectura de Un asunto demasiado familiar.
Hasta el martes 23, incluído, podéis añadir vuestros comentarios o preguntas aquí mismo. Se las haremos llegar a la autora para que nos las conteste antes de final de mes. ¡Animaos a participar!
 
Se resuelve finalmente el caso de la desaparición de Jonathan, lo poco que queda por aclarar, después de que su amigo Pep Soler intente cobrar el dinero de un falso secuestro y que les informe de que Jonathan se fue voluntariamente de su casa. ¡Pobre chico! Le esperan unos buenos capones o que lo manden a un colegio interno. Los padres acosan a preguntas al hijo recuperado, pero no parecen saber toda la verdad de lo sucedido, y creo que Mateo tampoco les va a contar todo lo que sabe, porque el chico podría ser víctima de la ira de su padre si este supiera que, de noche a la mañana, ha descubierto su homosexualidad, ha dejado a su novia y se ha enamorado de Claudiu, un compañero rumano de la obra en la que trabajaba.
 
"Me marché de casa porque no soporto más a mi padre, con sus negocios sucios, inhumanos, es un explotador". Es normal que Lola apenas pueda contener la risa. Les da pena, porque, como dice Lola: "Podría haberle pasado cualquier cosa. Solo, en un edificio abandonado donde lo encontraron". Todo tiene menos épica de lo que parecía, cuando entraron en escena los dos esbirros búlgaros que intentaron asaltar a Mateo y Ayala. Jonathan es un joven idealista, seguramente mimado por su madre y humillado por su padre, al que el mayor gesto de rebeldía que se le ha ocurrido es marcharse de casa y refugiarse en una obra que construye su padre.
 
Los Hernández brindan con cava por la resolución (y el buen dinero que van a recibir) del caso. Este va a ser uno de los pocos momentos de alegría de la novela,  cuando todos se sienten satisfechos y más unidos que nunca.
 
En esta parte asistimos a varios ejemplos, en épocas distintas, de la relación entre padres e hijos. La de Carlos Guzmán con Jonathan, aunque basada en el sentimiento de autoridad represiva y brutal, seguramente heredados de lo que Carlos heredó del suyo,  tiene matices distintos a  la que Mateo recuerda con su padre, Conrado. Mateo, recién sumergido en una adolescencia rebelde y peligrosa, tuvo que recibir varias lecciones que sirvieron para ponerlo en su sitio y enderezar su destino, que parecía lo bastante torcido como para flirtear con el delito y la cárcel.  Los padres antes no se andaban con chiquitas. Les había costado muchos esfuerzos hacerse un hueco en la gran ciudad como para que sus hijos no lo  aprovechasen, o dilapidasen, las oportunidades que los nuevos y más prósperos tiempos les ofrecían.
 
Por eso parece enternecedor el trato y la delicadeza con la que Mateo trata a Conrado, aquejado, en apariencia, de algún tipo de demencia. Nada que ver con la rabia acumulada por Carlos hacia el suyo, al que aseguró un plato de comida diaria, pero poco más.
 
Los pequeños éxitos de la agencia Hernández no pueden ocultar su principal y más importante fracaso: no tienen ninguna noticia de Nora, a la que parece que se la ha tragado la tierra. “Nora se había marchado y no habría paz hasta que supieran por qué”. Amalia inicia una investigación sobre los últimos casos que pasaron por las manos de su hermana y descubre pequeños detalles que, a ella que cree conocer muy bien a su hermana, no se le escapan. Nora dedicó sus últimos momentos en la agencia a indagar sobre la muerte de un médico, viejo amigo de la familia, el doctor Vinyals. El doctor dejó un insólito reguero de comportamientos que permanecían ocultos: participaba en timbas secretas con personajes peligrosos y sin escrúpulos, y su muerte no había reducido el odio que su viuda le profesaba. Pero ¿tenía algo que ver su muerte con la desaparición de Nora?
 
Marc inicia una degradación constante en su vida. Es infeliz. Es el que aparentemente tiene menos razones para quejarse, pero su demonio interior le hace autodestruirse. Está casado, pero en su matrimonio planea también un sentimiento de insatisfacción.
 
En la agencia es el hermano menos brillante, pero también el que conoce mejor cual es su lugar y sus capacidades. Era consciente de la predilección de su padre por Nora y de que a ella le hubiera transferido más tareas de responsabilidad de las que a él ofrece. La vuelta de Amalia a la agencia incita a que aumenten los resquemores entre hermanos. Es incapaz de ocultar su descontento. Alentado por su tío Basilio, pide a su padre que lo haga socio después de tantos años de estar a su sombra. Pero Mateo quiere seguir manteniendo la propiedad absoluta en su empresa. ¿Desde cuando una empresa o una familia son entidades democráticas?, se pregunta Mateo, y así se lo hace saber , para su disgusto , a Marc.
 
Marc tampoco inspira demasiada confianza a su padre. Este sabe que últimamente ha puesto demasiadas escusas para no cumplir con sus obligaciones. Sin embargo también en este caso aplica la máxima de no hacer demasiadas averiguaciones. Si confirma que Marc lo engaña, ¿después qué va a hacer?
 
El momento de calma que se respira en la casa mantiene a todos en alerta. Saben que la quietud y el sosiego solo puede ser el anticipo de la tormenta. No sabemos el motivo por el que Lola le pide a su hija que averigüe quién es la amante de Quimet Gasull. No sabemos si es simple curiosidad o que Lola, siempre imprevisible, está dando muestras de empezar una nueva crisis.
 
El pasado vuelve y también los fantasmas antiguos vuelven a la vida de Mateo Hernández. Hemos conocido algunos detalles de su juventud turbulenta, cuando coqueteaba con la delincuencia y con el lumpen de su barrio. Los 80 en Sant Andreu debieron ser igual de oscuros y peligrosos como lo habían sido en El Prat, el pueblo de Rosa Ribas. La autora reconoce que tiene poco de idílico la idealización de esos años de tanta droga y delincuencia en el cinturón industrial de Barcelona.
La plaza de Orfila con la parroquia de Sant Andreu de Palomar al fondo
A Mateo su padre le exigió esfuerzo y responsabilidad ante la deriva peligrosa que estaba adoptando su vida. No sabía, sin embargo, que poco antes había estado a punto de que la policía le relacionase con un fustrado atraco a un comercio en el que el dueño acabó con graves lesiones. Todos los miembros de la pandilla de atracadores acabaron muertos o en la cárcel menos Mateo. Con esa vieja historia lo chantajeó Carlos Guzmán, al principio de la novela, para obligarle a que se hiciera cargo de la investigación del sucuestro de su hijo Jonathan. Ahora vuelve a aparecer ese fantasma del pasado que Mateo quería tener olvidado en lo más porfundo de sus recuerdos. "No todos los recuerdos son valiosos tesoros que hay que preservar".
 
En un paso subterraneo de Bellvitge se encuentra por casualidad con Julio César, alias El Emperador, uno de los que pagó con la carcel por el atraco fallido de su juventud. Después de tantos años, y con una larga experiencia en la cércel y en la delincuencia, le exige una cantidad importante de dinero a Mateo. Este sabe que, si cede, el chantaje nunca va a acabar, por lo que decide que tiene que deshacerse de El Emperador sin que nadie de su familia sea consciente del peligro al que iban a estar expuestos. El desenlace de este enfrentamiento ocurrirá en la última parte de la novela, aunque va a afectar significativamente, desde esos momentos, a la vida de la familia.
 
El otro vértice del actual triángulo en el que se ha convertido la agencia Hernández, Amalia, no está pasado tampoco sus mejores momentos. De vuelta a la casa familiar, sin dinero, sin trabajo y sin marido, es consciente de su decisión la ha tomado por necesidad. Su prima Silvia se lo explica: "Deberías marcharte, Amalia. Ese ambiente no te conviene. A tus padres los quiero mucho, pero no podría vivir bajo el mismo techo". La casa tiene algo de casa encantada, con muchos fantasmas de los que se han muerto o desaparecido flotando en el ambiente. Y la tía Claudia, siempre presente, permanece como un testigo mudo de todas las desgracias familiares.
GETAFE NEGRO XII - UN ASUNTO DEMASIADO FAMILIAR