Fortunata y Jacinta, tercera parte: V, VI y VII
Hola a todas y todos. Espero que estaréis bien de salud y de ánimo. Me está costando mucho ajustar la lectura a un número de páginas similar de una semana a otra, lo digo porque esta semana he decidido poner tres capítulos (tienen una gran unidad en cuanto a lo que sucede y además terminan con la tercera parte) que suman en mi edición unas 130 páginas. Aunque sospecho que no os va a importar porque la acción se va volviendo trepidante y las últimas páginas vuelan. Vuelan.
Vamos al lío.
Capítulo V. Otra restauración
Tal como indica el título del capítulo parece que Feijoo se va a salir con la suya. Creo que es magnífico cómo está tramado (por Feijoo) y contado (por Galdós). Hay, de hecho, un párrafo en el que Maxi y Fortunata pasan de no hablarse a contarte secretitos en un rincón del salón, un párrafo diligente en el que pasan ocho o nueve días. Comienza así: "Pero a pesar de esto, la esposa no se marchó. Al tercer día, en medio de la reserva y huraño silencio que entre ambos cónyuges reinaba, empezó Máxi a soltar una que otra palabra..." (p. II, 369).
Y en esta nueva normalidad (no he podido resistirme a utilizar este concepto tan en actual) Fortunata parece sentirse cómoda, de hecho, empieza a ver a Evaristo de otra manera: "Su gratitud y afecto hacia él eran siempre los mismos; pero no podía menos de considerar la presencia de su antiguo protector en la casa como una monstruosidad" (p. 379), pues él había sido también su amante, no lo olvidemos.
¿Os imagináis que acabara así la novela?, ¿Fortunata viviendo feliz en casa de los Rubín? Afortunadamente Galdós no tenía intención de que la cosa se quedara en este punto, y para ello vamos a contar con dos personajes que han sido importantes en distintos momentos de la novela: Mauricia y Guillermina. Pero eso va a ser en el próximo capítulo.
Capítulo VI. Naturalismo espiritual
A ver cómo os doy algunas pistas sin destriparos lo que ocurre en este capítulo.
Mauricia enferma y la tía Lupe, que quiere ganar puntos con Guillermina (por eso de que la "santa" pueda ser un pasaje para codearse con las señoritingas) decide pasar (con Fortunata) a echar una mano.
Creo que es bien interesante lo que le dice Mauricia a Fortunata (al menos en los momentos en los que está lúcida): "Arrepiéntete, chica, y no lo dejes para luego. Vete arrepintiendo de todo, menos de querer a quien te sale de entre ti, que esto no es, como quien dice, pecado. No robar, no ajumarse, no decir mentiras; pero en el querer, ¡aire, aire!, y caiga el que caiga." (p. II, 389).
Aunque lo más interesante, sin duda, es lo que va a ocurrir en esa casa donde está Mauricia: acompañando a Guillermina viene Jacinta, y por fin vamos a ver a Fortunata y a Jacinta juntas, e incluso conversando. Pero esta coincidencia, como os podéis imaginar, desata pulsiones, sensaciones, emociones... que Fortunata tenía bien anudadas (bueno, más o menos bien anudadas) en su alma. Y, sobre todo, ese "algo antiguo y profundo, sedimentado en su alma, su tradicional desgracia, el despecho combinado con un vago deseo de ser buena sin poderlo conseguir..." (p. II, 404).
Hay una idea que, en mi opinión (a ver que os parece también a vosotras y vosotros), está merodeando toda la novela: como si toda esta trama, toda esta historia, también está empeñada en reflejar, en evidenciar la desigualdad social que existía, la desventaja evidente de unas clases con respecto a otras. En este capítulo (y en los de antes y los de después) hay varios momentos en los que esta idea asoma con mucha fuerza, por ejemplo en una ocasión Mauricia dice: "La pobre siempre debajo, y las ricas pateándole la cara." (p. II, 409).
Y por otro lado hay otra idea (que creo que hemos comentado también ya antes) que es la de personaje trágico: Fortunata parece una protagonista de una tragedia clásica, parece que haga lo que haga se va a equivocar: si toma una decisión, mal; si toma otra, mal; si la contraria, también mal. Haga lo que haga parece abocada a un destino fatal. Esto, en mi opinión, aporta fuerza al personaje y a la historia. De hecho en un momento parece casi que la única opción es morirse (Mauricia se lo sugiere en varias ocasiones...).
Y mientras estamos con estas elucubraciones Fortunata y Jacinta están sentadas juntas en un sofá, solas, y se monta el carnaval. Y, como os he dicho, no quiero destripar lo que ocurre, pero, uy, es tremendo (y va a traer cola).
Por cierto, volviendo a casa de los Rubín, hay una secuencia fascinante, cuando Fortunata coge en brazos a su marido y lo lleva hasta la cama. Unas líneas más adelante escuchamos a Maxi: "El mundo no vale nada sino por el amor. Es lo único efectivo y real; lo demás es figurado." (p. II 434). Qué interesante esta frase en boca de Maxi, qué distinta sonaría (o más bien qué diferente sentido adquiriría) si la leyéramos en boca de Fortunata, ¿verdad? Un mismo argumento para refordar dos ideas tan distintas.
Hay más momentos enganchosos en este capítulo. Por ejemplo la conversación entre Guillermina y Fortunata es, uy, bien interesante. Pero es que uno se queda patidifuso cuando ve que no hay responsabilidad por ninguna parte para el pobre Juanito Santa Cruz. No vais a dejar de leer este pasaje al final del capítulo. Y por eso no vais a poder parar aquí y querréis continuar en el siguiente capítulo (el último de la tercera parte).
Capítulo VII. La idea... la pícara idea
Guillermina tiene una idea (todo por hacerle un favor a Jacinta), pero todo el plan tan bien armado se va a desarmar en unos instantes (por la inconsciencia de Jacinta, por la atribulación de Guillermina, por la tenacidad de Fortunata) y el belén que se va a montar va a ser inolvidable.
No quiero contaros mucho de lo que ocurre en este capítulo (que se lee muy rápido) y sí hablaros de una cosa que me ha llamado la atención. En muchos momentos de la novela Fortunata siente que no es capaz de expresar lo que siente o piensa, que no es capaz de poner palabras (las precisas y correctas palabras) a sus ideas, a sus sentimientos. Creo que esto es también una forma de dominación (y también una parte de esa lucha de clases de la que he hablado antes): todos los demás parecen estar en mejor posición y parecen ser los dueños del relato, del discurso; saben lo que pasa y cómo resolverlo, es más, saben lo que le pasa (a Fortunata) y qué tiene que hacer para resolverlo, pero ella no es capaz de rebatir, de expresarse, al menos no con otros, porque sí es capaz de manejarse con sus iguales, de expresarse con su manera (digamos, barriobajera) de hablar. Esto es muy interesante porque aquí el lenguaje se convierte también en otro modo de dominio (y de opresión).
Pero ojo, que Fortunata no sepa decir con palabras educadas lo que piensa o siente, no quiere decir que no lo piense o no lo sienta, como se va a ver en este capítulo a las claras. (Un capítulo con un final, ay.)
Os leo en los comentarios
Feliz semana de lectura
Pep Bruno